jueves, 31 de diciembre de 2009

La Esperanza II, Coahuila. En casa de Hilario Zapata (abril de 1971)

La casa es un hogar campesino típico de esas tierras semidesérticas del centro de Coahuila: dos cuartos de adobe cubiertos con láminas de cartón y una techumbre adosada a una de las paredes y protegida por troncos y ramaje, donde se encuentra el fogón de leña.
Ocho campesinos, todos ellos varones de menos de 35 años, están apretadamente sentados en torno a una pequeña mesa rústica. Sobre el comal de barro las tortillas recién echadas dejan escapar un aroma que nos hace salivar cuando entramos sin que nadie nos note. Otra vez Felipe nos ha guiado hasta aquí. Una olla también de barro humea junto al comal en una esquina del fogón; las llamas de la leña lamen sus costados ennegrecidos. Guadalupe, la esposa de Hilario Zapata, coloca unas tortillas en el centro de la mesa, a un lado del molcajete de piedra del cual los comensales toman la salsa de tomate y chile verde.
–Gracias Lupe –dice uno que ya vive en la ciudad. En el campo se come en silencio.
Guadalupe vuelve a llenar la cazuela que está en la mesa con frijoles que toma de la olla del fogón; varios de los presentes se sirven de ella. No hay cubiertos. La madre de Gudalupe y su hermana pequeña, muy diligentes y sin pronunciar palabra, muelen el nixtamal en un artefacto mecánico, ya no en el metate, y hacen las tortillas a mano, produciendo el característico sonido rítmico con sus palmas al dar forma a la masa.
Terminan de comer y alguien dice:
–Entonces qué hacemos, Hilario.
–Ya no hay terrenos para otra ampliación y somos muchos para las pocas tierras de labor que tiene el ejido. Y el agostadero tampoco aguanta más animales.
–Por eso les digo: vamos a ver las llanuras y los montes allá al norte, más adelante de los Soriano. Hay harto terreno. Pancho Soriano me contó que los dueños son gringos. Tienen las tierras abandonadas y llegan hasta el río Bravo. La Constitución dice que los gringos no pueden tener tierras mexicanas antes de 50 kilómetros de la frontera. Seguro nos dan un nuevo centro de población ejidal. Será difícil irse a vivir allá. No hay nada, ni hay nadie, pero vale la pena.
–Y de qué vamos a vivir ¡Carajo!
–No seas miedoso. Con un crédito de Banrural metemos ganado, como los Soriano. También a nosotros nos puede ir bien, pero hay que chambearle duro.
–Yo sí l’entro.
–Pos yo mero también. Y tú, Salomé ¡No te rajes!

Nos costó trabajo seguir la conversación. Se nota que ninguno de ellos va a ser de los nuestros pronto. Es ese canijo de Felipe el que mejor les entiende; a veces hasta nos traduce. De las once personas que estaban bajo la techumbre ninguna notó nuestra presencia.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Nosotros en una cantina (actualmente)

Hace poco nos juntamos en el D.F. La ciudad de México nos cansa, es caótica pero también maravillosa. Fuimos a la cantina "La Mansión de Oro" que nos trae muchos recuerdos. Ya entrados en copas nos estábamos preguntando qué habría pasado con aquel ñahñúh del Mezquite al que le tiraron su casa. Con él y con su hija. Ninguno de nosotros tenía noticias. Hasta que llegó la memoria de Felipe Gómez; esos recuerdos que viven en nosotros y que buscan afanosamente todo lo relacionado con las luchas agrarias. Felipe Gómez nos contó algo que no tiene que ver ni con Anastasio Yeso ni con su hija, de quienes suponemos tenían casa en algún otro lado. Sabemos también que vivían más del comercio que de lo producido en su parcela. Su terreno era un poco más de una hectárea, de temporal, casi desértico como todo el Valle del Mezquital antes que lo regaran las aguas negras. No tenía riego porque Anastasio nunca quiso aceptarlo. Pero los recuerdos sí tienen que ver con el Mezquite y sus luchas y con el desalojo de los Yeso en particular. Transcribiremos lo que nos narró Felipe Gómez.

Los bienes comunales de Puerto Tetzo

El día que estábamos tomando en una cantina del D.F. Felipe Gómez nos contó lo siguiente:
Resulta que un grupo de diez y siete jóvenes, muchachos entre los 18 y 24 años, hijos todos ellos de comuneros de Puerto Tetzo, se enteraron de la medida drástica tomada por los ejidatarios y comuneros del Mezquite.
Nada hubiera pasado sin lo que les platico a continuación:
Las familias de Puerto Tetzo, 197 a principios de la década de los ochenta, tienen su hogares desde tiempos inmemoriales en una hondonada rodeada de cerros áridos, formados por piedras y algo de tierra caliza, sin señales apenas de capa arable, en el municipio de Cardonal, estado de Hidalgo. La escasa vegetación se compone de cardones, lechuguilla y poco más, que sólo algunos insectos y las cabras propias de la región pueden aprovechar para convertir en proteína animal. La zona es una clásica "región de refugio" a la que se remontaron los ñahñúhs cuando los aztecas pretendieron sojuzgarlos, mucho antes de la conquista española. Poco a poco, a partir de mediados del siglo XX llegaron y fueron creciendo los sistemas de riego con aguas negras de la ciudad de México en el Valle. Puerto Tetzo, por su altura, no se vio beneficiado con esos sistemas. Aunque el agua hubiera llegado, las laderas rocosas de los cerros que rodean al poblado no se hubieran podido cultivar sin costosos y difíciles trabajos de terraceo y otras obras de infraestructura agrícola inalcanzables para los habitantes de esa población. Terrenos tan inhóspitos nunca los ambicionó nadie, ni los aztecas antes de 1500, que sólo molestaban a los ñahñúhs de vez en cuando para cobrarles impuestos de guerra, ni los españoles durante la colonia, que pasaban cerca de ellos, rumbo a la rica región minera de Zimapán, ni menos aún los hacendados del porfiriato, de los cuales los más cercanos constituían la aristocracia pulquera de los llanos de Apan.
De este modo en 1983, sin mayores esfuerzos, los 197 jefes de familia lograron que la Reforma Agraria tramitara la resolución presidencial de reconocimiento y titulación de 1,308 hectáreas que los pobladores poseían desde hacía más de 700 años. Se legalizaron así los "Bienes Comunales de Puerto Tetzo" con 197 titulares beneficiados. Muchos de sus hijos mayores de diez y seis años fueron clasificados en la propia resolución presidencial como "campesinos con sus derechos a salvo", lo que significa que se quedaron sin derechos dentro de los Bienes Comunales (contradicciones legales que no deberían existir, pero ...)
Tengo que contarles otras cosas, tal vez más importantes. Al rato le sigo. Por lo pronto hay que decir “salud”.
Seguimos tomando en La Mansión de Oro casi hasta el amanecer y en esa ocasión no se volvió a tratar el tema de Puerto Tetzo.

jueves, 17 de diciembre de 2009

El camino hacia el grupo de los verdes II, Monclova Coahuila (julio o agosto de 1978)

La lista fantasma se está desbaratando en tus manos. Tanto has desdoblado, doblado, leído y consultado esa hoja de papel revolución. Estás cansado de no avanzar en la construcción de tu partido; sobre todo de no hacerlo entre el proletariado de Monclova. Para eso te comisionaron a esta ciudad eminentemente obrera.
Todavía vives en esa posada de mala muerte, pagando treinta pesos por noche que con dificultad obtienes vendiendo periódicos de tu partido. De algo más te ha servido venderlos. En la lista que se hace polvo tienes un nuevo nombre que tú mismo has escrito: Fernando Cublero. Aquellos obreros cuyo rostro y nombres ya olvidaste te hablaron mucho de él. Se hace presente en toda lucha obrera o sindical y hasta en las luchas populares como la que el propio grupo de los blancos encabezó para detener el alza en las tarifas del trasporte urbano. No te dieron direcciones o teléfonos para localizarlo, pero te aseguraron que, si preguntas, cualquiera te puede ayudar a dar con él.
Qué bueno que te decidiste y empezaste a preguntar, aunque fuera en el local de los azules, charros como los que más. Efectivamente ellos también lo conocían y te concertaron una cita con Fernando en el restaurante del mejor hotel de la ciudad, por cierto nada del otro mundo.
Le hablaste de tu partido y mostró mucho interés. No entendemos cómo no te das cuenta que te quiere sacar la mayor cantidad de información posible. Claro está que sabe bien, o supone, que para lograrlo debe darte algo y así te ha empezado a contar cómo fue que el grupo blanco llegó al poder. Afirma tener información de primera mano totalmente respaldada en documentos originales. Desde hace años te han interesado los movimientos obreros, tú mismo has querido ser obrero, así es que también le respondes a Fernando mostrando un auténtico interés por todo lo que te va contando.
Ahora vemos claro y entendemos como nació esa relación a través de la cual conociste mucho de las luchas proletarias de ese centro obrero tan especial en todo México. Cuando años después estuviste en Villahermosa, Tabasco, tratando de construir tu partido entre los petroleros, notaste que ni siquiera en ese estado sureño había una conciencia sindical generalizada como en Monclova, a pesar de la fama y el real movimiento obrero de petroleros que existía en ese estado.
Nos urge que nos cuentes más sobre ese tema y no sobre una mesa que te servía de cama en una excantina que poco le faltaba para que se derrumbara.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Felipe Gómez el día de la toma de Zacatecas (23 de junio de 1914)

A eso de las nueve de la mañana montaste tu caballo que caracoleaba impaciente; parecía que adivinaba tu desasosiego.
–¿Qué haces a caballo tan temprano? La orden es que comenzamos a las diez, ni un minuto antes: ¡hasta que truene el primer cañonazo! –te dice Jacinto con la confianza del amigo viejo.
–¡Calmado, Chinto! Sólo estoy calentando al caballo. Además sé muy bien que primero va la infantería. Nosotros entraremos al final.
–¿Y cómo sabes eso?
–El otro día alcancé al general Ángeles; iba explicando el plan al tal Juan, uno de sus ayudantes. Ya viste que también cambió los cañones ¡Destanteada que les está poniendo a los pelones!
***
Eres sabio, mucho. Pronto entendiste la estrategia para este día, entre las medias palabras que escuchaste. Pero cada minuto nosotros te oímos y entendemos mejor. ¡Mala señal!
Comprendemos tu entusiasmo. Intuyes muy bien que esta batalla será decisiva. Si la ganan ustedes los repartos de tierra se generalizarán muy pronto. Podrás regresar a Jaumave y abandonar la talla del ixtle. La revolución triunfante le quitará la Maroma al viejo Alcántara y ya podrás dedicarte, con tu hermano Manuel –al recordarlo esbozas una sonrisa–, a cultivar tus propias tierras. Le darás una mejor vida a tu mamá. Tu padre, que murió como peón acasillado, sin dinero para ver a un buen doctor, tal vez se entere y se alegre de tus triunfos.
***
Cuando a las diez de la mañana sonó el primer cañonazo subiste a la loma donde hace tres días colocó unos cañones Felipe Ángeles. No duraste mucho bajo el escuálido pirul: los pelones empezaron a bombardear la posición creyendo que los cañones todavía estaban por ahí. Regresaste y con tu grupo de a caballo te moviste a otro punto, lejos de donde estallaban las granadas enemigas, pero siempre cerca de Maclovio. Tendrás que esperar pacientemente la orden de que la caballería ataque. Hoy es el día de la artillería y de la infantería, aunque ustedes sean los preferidos de Pancho Villa. Quieres seguir viendo la batalla, pero Maclovio ha ordenado que ustedes descansen y tomen algo de alimentos. Hubieras preferido ser de los que están llevando parque y agua a los de a pie, sobre todo que desde donde estabas observaste claramente cómo se avanza: la artillería de Ángeles bombardea un punto mientras los de a pie esperan; cuando acaba el bombardeo la infantería toma el punto bombardeado y vuelven a esperar que se destruya la siguiente línea enemiga. Sabes, no entiendes bien por qué, pero lo sabes perfectamente, que este día la victoria será de ustedes.
***
Nosotros que escribimos tenemos una ventaja sobre los que leen. En nuestra condición podemos ir a varios lugares y escuchar lo que otros no oyen por estar muy lejos. Así, faltando como unos veinte minutos para las seis de la tarde de ese 23 de junio, escuchamos claramente lo que dijo Felipe Ángeles al ver que los federales abandonaban sus posiciones y huían desordenadamente:
“Ve a decirle al General Villa: ¡Ya ganamos, mi general!”
Aunque eso era cierto aún faltaban muchos tiros por dispararse.
***
Por fin, poco después de la seis de la tarde de ese día de solsticio veraniego, a tu grupo de caballería se le dio autorización para intervenir en la toma de la ciudad.
Te fue muy difícil avanzar al paso guardando las energías de tu montura para el asalto final. Cuando llegaste a las primeras casas de Zacatecas te ganó la impaciencia. Sentiste la victoria que a esa hora ya estaba asegurada aunque los pelones, cortadas todas las salidas de la población, luchaban todavía para defender su vida, ya que no había nada más por qué pelear. Espoleaste tu caballo y te adelantaste irresponsablemente al grupo de la gente que mandabas. Entre el polvo y el zumbar de las balas Jacinto te vio por última vez sobre la silla de montar. A caballo no había quien te parara.
***
Son las ocho de la tarde. En estos largos días hay todavía mucha luz. Nos encontramos a Jacinto sentado en el reborde de una banqueta. Con él no podemos adivinar lo que piensa. Falta mucho para que sea de los nuestros, pero notamos claramente que está llorando. La victoria, completa a esas hora, no la ve ni la siente. En el silencio de ese atardecer escuchamos los sollozos del hombre que no llega a los diez y nueve años. A su lado, tras los escombros de una casa bombardeada descubrimos el cadáver de Felipe todavía en actitud de disparar su treinta-treinta. A mitad de la calle está reventado el caballo en que siempre cabalgaba.
Con una extraña mezcla de tristeza y rabia Jacinto se pone de pie y grita golpeándose el pecho.
–Federales, pelones hijos de la chingada: Ahora seguiré luchando con Pancho Villa hasta que no quede ninguno de ustedes vivo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Recordando un noviembre de 1978 en Monclova Coahuila (actualmente)

Una mesa, sí una mesa muy grande, más de tres metros de largo. Nunca la medí, pero era de más de tres metros. Tenía al menos un metro veinte centímetros de ancho. Casi tan ancha como una cama matrimonial. Recuerdo que ese día hacía frío cuando me desperté. Sí, sí, claro, dormía en la mesa, no había casi nada más en esas "oficinas".
El local había sido cantina, según me dijeron los del grupo verde, que fueron los que pusieron el dinero para el depósito y un mes de renta.
La construcción estaba en muy mal estado. No contaba con agua ni con luz eléctrica. El agua la conectamos a los pocos días como si fuéramos piratas. Por cierto lo de piratas casi no se usaba en aquellos tiempos, todavía sin computadoras ni estos avances electrónicos actuales con que se piratean música, películas y hasta libros.
La excantina, dos cuartos, uno de casi tres metros de largo y el otro de cuatro, separados por un portal de pared a pared, tenía los muros descascarados y el techo de vigas mostraba lugares donde parecía que las goteras serían enormes. Capas de lodo seco y endurecido cubrían el piso y sobre ellas había más capas de polvo acumulado durante los años en que el local no se había usado. Menos mal que el mingitorio funcionaba y ya no apestaba como suelen oler los orinales en las cantinas, que en aquel entonces y en Monclova tenían prohibidísima la entrada a mujeres.
Pero estaba hablando de la mesa de la que me levanté aquel día. La habían traído los verdes. La tomaron de no se qué oficina sindical. No recuerdo si de la de la sección 147 o de las oficinas que Napoleón les montaba a “sus grupos”, fueran azules o rojos.
Tras despertarme y bajar de la mesa me senté en una de las cuatro bancas corridas también conquistadas por los verdes. Contemplé con orgullo, en el otro extremo de la mesa, el viejo mimeógrafo de alcohol (tendría que aprender a usarlo) igualmente aportado por el grupo. Había sido una suerte contactarlo. Lo que me parecía curioso era que Fernando Cublero, que fue quien me dio las señas para que localizara al grupo verde, no se apareciera nunca con ellos, sino un poco antes o después y que no hubiera cooperado en nada para montar la oficina. No teníamos claro si aquello era local oficial de los verdes o local de mi partido que empezaba a formarse en la ciudad. Al menos yo me hacía ilusión de tener por fin una oficina partidaria. El tiempo aclaró las cosas cuando en la excantina empezaron las reuniones de campesinos y de obreros de la sección 288, además de otros de la sección 147 que no habían sido verdes. Poco tiempo después de rentar el local el grupo de los verdes dejó de identificarse con ese nombre. Mis ilusiones me hacen pensar que se sintieron militantes del partido y aunque se interesaron poco por la política general, en torno a esa mesa se hacía una gran actividad de política sindical. Desde esas “oficinas” el grupo de obreros de la planta dos de Altos Hornos, pertenecientes a la sección 288 del Sindicato Minero Metalúrgico (SNTMMSRM) empujaron decididos aquella famosa huelga de los 21 días en contra de todas las fuerzas que se le oponían. Junto con una muy amplia base obrera no organizada formalmente se lograron mejoras en el contrato colectivo, a pesar de la empresa, de la dirección nacional del propio sindicato y de los charros locales que dirigían la sección a las ordenes de Napoleón.

–Está bien. Ya párale. La verdad es que tus recuerdos están muy confusos. Ponles un poco de orden antes de seguirnos contando. De por sí entre nosotros no sabemos quién es el narrador de lo que escribimos y todavía tú llegas de no se sabe dónde a poner más confusión. Platica con Felipe Gómez. Él tiene sus recuerdos más ordenados. Y no vengas a meter más caos en lo que ya está muy enmarañado.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Ejido Cañada Honda II, Cadereyta, Querétaro (actualmente)

La vereda serpentea y de pronto baja en forma abrupta al fondo de una barranca. Hace frío. Hacia el este se adivina el resplandor de una ciudad importante. Son las luces de la cabecera municipal. Pronto la alborada borrará esa luminiscencia. Parte del lomerío por el que desciende el sendero está cubierto por sembradíos de maíz, listos para ser cosechados. Son terrenos ejidales, puro lomerío, gran parte cerro abrupto. Pocas son las laderas donde se puede sembrar el maíz, tan noble que no necesita planicies para producir. La escasa precipitación pluvial hace que muchos años las siembras no den más que rastrojo. Aunque en este año en el semidesierto circundante haya llovido poco, en estas lomas y por los vientos que encajona la cañada las lluvias fueron suficientes para que el maíz diera buenas mazorcas. Por el atajo que desciende hacia el torrente avanzan dos figuras delgadas: un joven de unos quince años y muchachillo de doce.
–Apúrate Beto –dice el mayor, que camina delante – No vayamos a llegar tarde a la escuela.
–Por tu culpa nos dejó don Pedro y ahora me carrereas.
–No te quejes, así nos ahorramos los catorce pesos del pasaje.
–Está bien, así me compro algo en la cooperativa.
–Mejor se los dejamos a mamá.
–Ella trabaja.
–Sí, de sirvienta en Querétaro –murmura con tristeza el mayor, entre dientes, sólo para sí.
Ambos caminan en silencio un buen rato. Ya cruzaron el torrente casi siempre seco y están iniciando la subida por la otra ladera. Llegan a la carretera de terracería y empiezan a caminar por su orilla.
–Oye, Lencho, si pasa una camioneta le pedimos aventón.
–Llevamos buen tiempo. Mejor le seguimos a pie hasta Guadalupe.
–Que se me hace que el dinero no lo quieres para mamá, sino para juntar lo que necesitas para irte al norte.
–Como sea me voy a ir al norte. No más acabo la secundaria y me pinto.
–¿Y qué, cabrón?, ¿me vas a dejar sólo?
–No seas llorón, te quedas con el abuelo. Ya ves que cuenta cosas bien chulas.
Continúan su marcha en silencio. A buen paso. Pronto Lencho dobla a la derecha y enfila por una vereda apenas visible que asciende rápidamente. Cortar por esos atajos hace más pesada la caminata pero lo siete kilómetros por terracería se convierten en menos distancia y tiempo para llegar a la escuela de la pequeña población de Santa María de Guadalupe.
Empieza a clarear y Beto avanza bullanguero. Se agacha, toma una piedra y la lanza con fuerza y puntería casi perfecta a un arbusto cercano.
–Por nadita se me escapó la chingada torcaza. A la próxima la tumbo.
Lencho brinca una cerca de piedra. No puede evitar decir lo que repite a menudo:
–Ya entramos a los terrenos de los cabrones González. Los tienen abandonados. Mejor nos los dieran al ejido.
–Así el terreno para el proyecto de los venados sería más grande. Y con suerte con eso ya no te irías al norte.
– ¿Los venados quesque va a dar el gobierno? Seguro me muero de viejo por esperarlos. ¡Mejor me voy al norte!
–¡Chale, que pesimista! Le pregunté a mi maestro de geografía y me dijo que el venado se va a dar bien aquí. Disque era endémico ¡Sepa que es eso de endémico! Pero hoy le vuelvo a preguntar.
–Mi maestra de historia de México dice que a ver si el ejido consigue el proyecto de los venados. Que ella lo duda mucho. Que sólo que hagamos otra revolución como la de hace cien años. Que eso sí sería celebrarla de a de veras.
El resto del camino lo hicieron en silencio, hasta que Beto divisó a dos amigos y corrió para juguetear con ellos. Lencho siguió caminado al paso, se le acercó una muchachita de su edad y siguieron platicando hasta la puerta del salón de clase.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Ejido Cañada Honda I, municipio de Cadereyta, Querétaro (actualmente)

Es lunes. Todavía está lejos el amanecer. Los campesinos suben apresuradamente a la camioneta pick up. Tienen que llegar a la cabecera municipal antes de las cinco de la mañana. El frío los castigará todo el camino. El aire helado, estos meses, a la velocidad del vehículo, corta la piel y los músculos y muerde el hueso. Pero hay que ir a buscar el trabajo a la capital del estado. Es allá, en la gran ciudad, donde se puede conseguir el efectivo necesario para los gastos corrientes y para ropa y calzado, aunque lo esencial del alimento esté cubierto por el escaso ganado de traspatio y por la producción de maíz y frijol para autoconsumo.
–Véngase aquí, doña Carmen, junto a mí va a viajar más calientita.
La aludida ve hacia otro lado con desprecio y se sienta en el rincón más alejado de la caja de la camioneta de don Pedro, aunque ahí vaya a golpear más fuerte el frío. Dos señoras, que suben a la camioneta ayudadas por sus esposos se sientan a cada lado de ella.
Como cada lunes doña Carmen está muy triste. Es duro dejar solos a sus dos hijos, Lencho y el Beto, que todavía son unos críos. Si no fuera por el abuelo no sabría qué hacer. Cuando trabajaba de costurera en la fábrica de Plytex, en Caderyta, al menos todos los días regresaba al ejido. Ahora que cerraron la maquiladora tiene que ir a trabajar hasta Querétaro, como sirvienta en casa de ricos. Pero sin eso y con el esposo muerto hace ya casi cuatro años tiene que salir adelante ella sola. Al menos Lencho y el Beto no son unos calaveras y el mayor ya apunta como muy responsable. Doña Carmen sabe que ya se levantaron y pronto emprenderán el camino a su escuela secundaria.
–¡Qué bueno que no le hace caso a ese cabrón de Antonio! Mejor entre la Mari y yo, con esta cobija, nos calentamos solitas– comenta la señora que sentó junto a ella.
Doña Carmen dibuja una amplia sonrisa de agradecimiento y sigue en silencio. Va a ser dura la semana en la ciudad.
–Buenos días a todos– saluda jovial Marcial al subir a la camioneta que está apunto de partir– Buenas tía, tápese bien porque hace mucho frío– le dice en un aparte y muy respetuosamente a doña Carmen– Mi mamá ya está mejor, con el dinero que manda papá de los Yunaites la pudimos llevar con un buen doctor hasta Querétaro.
–Sí, ayer cuando tú andabas en el futbol visité a mi hermana. Realmente la vi mucho mejor ¿Y qué tal la chamba en Querétaro?
–Eso de la albañilería está muy mal ahorita, tía. Si no fuera por la enfermedad de mamá ya me hubiera ido yo también al norte. Hoy voy a Querétaro sin chamba asegurada. Pero ya ve, ahí en la central siempre hay quien va a buscar albañiles los lunes. Espero que tenga suerte y me salga una chamba de unos tres o cuatro días al menos.
Marcial coloca cuidadosamente la mochila con sus herramientas en el piso de la camioneta, con cuidado de no molestar a nadie, cosa difícil porque el vehículo va abarrotado.
La camioneta parte. El frío hace que todos se acurruquen unos contra otros en la parte trasera de la pick up, que no cuenta con ninguna protección.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Felipe Gómez y su hermano tallan ixtle. En los alrededores de Jaumave, Tamaulipas (1909)

La llanura se extiende varios kilómetros antes de comenzar a ascender por las faldas de los cerros, apenas visibles entre las penumbras del amanecer. Dos figuras delgadas avanzan por el semidesierto. No hay veredas, pero los que marchan siguen un rumbo fijo, no hay dudas en su andar. Una silueta pertenece a un joven de unos quince años, la otra a un niño de apenas doce. Van en silencio, concentrados en pensamientos que siempre ignoraremos. Salieron de su casa, apenas una choza, orientados por la luz de las estrellas que en estas tierras semidesérticas a las que tardará mucho en llegar la luz eléctrica, brillan en gran cantidad, tiñendo de un débil plateado los cactus y nopales que rodean el hogar materno. Ahora caminan en la luz incierta de un amanecer que tarda, pero que difumina ya la vía láctea. Las dos horas de marcha están muy lejos de cansarlos.
Una hora y media más tarde los jóvenes ascienden por las faldas de un cerro mientras a sus espaldas el sol empieza a calentar, aunque esté todavía muy cerca del horizonte. Los críos, como los llama su madre, eligen, sin hablar, un mezquite no mayor de dos metros y cuelgan en él sus respectivos morrales; sacan de ellos unas tortillas apenas untadas de frijoles y chile y con ramas caídas del propio mezquite improvisan una pequeña fogata para entibiar su alimento de ese día. Aparecen poco a poco, bajo en árbol elegido, los instrumentos de su oficio: dos tajaderas, dos raspadores, una piedra traída desde casa y cuerdas de ixtle de largos diversos.
Pronto los hermanos empiezan su labor: de las abundantes matas de lechuguilla que trepan ladera arriba eligen y cortan los cogollos que alcanzan el tamaño conveniente. La próxima semana los lechuguilleros buscarán otros rumbos mientras se regeneran los centros de los agaves que ahora aprovechan.
El sol ha ascendido y quema despiadado. Los críos pisan ya toda su sombra que apenas es igual a la de sus raídos sombreros. Acuden a refrescarse con los guajes que cuelgan del mezquite. Es hora de traer los cogollos a la sombra y empezar a tallarlos. Tal vez mientras encorvados sobre el suelo quitan la pulpa a la fibra de lechuguilla, por fin crucen algunas palabras estos hermanos silenciosos que, a pesar de su hosquedad, tanto se quieren.
Poco a poco empieza a crecer la cantidad de fibra húmeda y limpia al lado izquierdo de cada tallador. A Manuel, el más pequeño, la savia de las pencas talladas todavía le pica en los brazos, no en las manos que poco a poco se le han ido curtiendo. Cuando disimuladamente se rasca para mitigar el ardor su hermano Felipe dice:
-Recuerdo cuando papá me estaba enseñando a tallar. Deja la fibra limpia, insistía, si no los compradores del viejo Alcántara nos van a querer pagar mucho menos. No le hacía caso porque me ardían mucho los brazos con el jugo de las pencas.
-Oye, Felipe ¿por qué no mejor sembramos y nos dejamos de tanta monserga acá, solos y con hambre toda la semana?
-Ya te dije, cabrón, no tenemos tierra y no voy a trabajar para que el viejo Alcántara se quede con la mitad de la cosecha y el resto nos lo pague con vales de la tienda de raya. O nos tenga amarrados con los préstamos para sembrar.
-Ta'güeno, pero ya me cansé. Me duele el lomo.
-Anda vete a ver si agarras una torcaza, una tórtola o al menos una lagartija para que se nos quite el hambre.
-La lagartija te la comerás tú- gritó Manuel mientras salió corriendo en busca de una hipotética pieza de caza.
Felipe siguió tallando mientras pensaba que le pediría a don Remedios que le enseñara a poner trampas y tal vez a disparar con la fochera para completar de vez en cuando la comida de tortillas y chile. Manuel tenía razón de quejarse.


jueves, 5 de noviembre de 2009

El camino hacia el grupo de los verdes I, Monclova Coahuila ( julio o agosto de 1978 )

-Hey, tú. Dame tres periódicos ... ¿Cuánto es?
-Son nueve pesos.
-Están baratos. Siéntate. Échate una cerveza ... mesero: otra ronda igual y lo que te pida el que acaba de llegar.
-Y hora ¿qué te pasa? Andas muy disparador.
-Tsch, ¡oh!, me pagaron mis hora extras. Hay lana.
-Este cabrón se quedó el lunes turno y medio más. Está bien loco. Si no te cuidas al rato te va a pasar un accidente.
-El cabrón del Mollejas quería que me quedara todo el turno, pero ya no aguantaba, aunque en el anterior me eché una pestañita.
-¿Tú crees? Se subió a la grúa y se escondió detrás de mi asiento; se durmió como hora y media ¡Menos mal que no subió el supervisor!
-¿Y quién es el supervisor de ese turno? No me vas a decir que también es el Mollejas.
-El otro día contaste por qué le dicen Mollejas, pero ya no me acuerdo.
-Le decimos Mollejas desde el día que se tragó tantas que se enfermó. El supervisor del turno anterior es el tal Claudio, del que platicamos la otra vez. Es cabrón el vato.
-Pero ésperate. Que hable aquí el que acaba de llegar ¿De dónde sacas estos periódicos?
-Los mandan desde México. Son del partido donde milito. Voy por ellos cada quince días a Saltillo.
-¿En qué departamento trabajas? Nunca te he visto en la planta.
-¿Qué es eso de departamento? No, no trabajo en Altos Hornos. Soy militante de tiempo competo en mi partido.
-A ver, a ver, a ver. Departamentos hablamos de Altos Hornos: laminado en frío o en caliente, BOF, mantenimiento, el que sea.
-Espérate, güey, si no trabaja en Altos Hornos eso no importa ¿Cómo que eres militante de tiempo completo en un partido?
-¡Cómo los delegados sindicales! Pendejo.
- No, espérense. Hace dos años empezamos a construir el partido en Nuevo León. Yo llegué aqui hace un mes.
-Y ¿qué pinche partidito es ese? ¿Es éste que aparece en el encabezado del periódico? Yo nunca lo he oído nombrar.
-Ya bájenle, pa'qué chingaos hablamos de política ¡Ya tómenle! ¡Salud!

Así siguió la plática entre los cinco obreros de Altos Hornos y el Profe, invitado por uno de ellos. Estuvieron tomando por más de una hora y media. A pesar de dos que no querían hablar mucho de política, los problemas sindicales, salariales y de seguridad en el trabajo abundaron durante ese tiempo. El Profe intentó interesar a algunos en la organización partidaria, pero en esa hora y media de conversación únicamente sacó en claro un nombre: Fernando Cublero, grillo de todas las batallas. Viéndolo a él se podría poner en contacto con todos los grupos que luchaban dentro de Altos Hornos, según le dijeron. Ni de lejos sopechó el Profe esa tarde que el tal Fernando Cublero era un oreja de Gobernación, o lo que es lo mismo, la policía política de aquel entonces.

jueves, 29 de octubre de 2009

El Mezquite, Cardonal Hidalgo IV (1985 + -)

La morada de Anastasio Yeso está vacía. Desde hace dos días ni él ni su hija se ven por la casa, que consiste en un solo cuarto con paredes de adobe y techo de láminas de cartón. Adosada a la pared del lado oriente, una enramada con paredes de carrizo cobija al fogón que ya no se usa. Desde que murió la esposa de Anastasio, hace unos siete años, la familia acostumbra comer en otros lados. Cuando el hijo mayor vivía con Anastasio a veces calentaba algún alimento es ese rincón. Ahora que Yeso vive solo con su hija de 17 años, comen en San Antonio Sabanillas. Padre e hija únicamente llegan a dormir y no siempre. Ayer aún Anastasio sabía que mientras habitara en su parcela y la trabajara los comuneros la respetarían. Hasta el diputado, que no es ni indio ni comunero, aseguraba que nadie le quitaría la posesión de la tierra en tanto la trabajara. Con todo, la quería escriturar como propiedad privada.
Son aproximadamente las once de la mañana. El sol ya quema implacable en esa mañana de semidesierto. Doscientos ñahñúhs y un mestizo aguardan en absoluto silencio; el Profe no sabe bien qué esperan. De pronto Teódulo, el comisariado de los bienes comunales y el que propuso lo que todos acordaron, se adelanta decidido. De un golpe de zapapico derriba la puerta y entra seguido por el delegado municipal y el resto de autoridades ejidales y comunales. Sin dudarlo el Profe también accede; es el único que entra sin ser autoridad en el pueblo. El silencio sigue, absoluto. El delegado municipal busca documentos o artículos de valor, asistido por los presidentes de los comités de vigilancia. El secretario del comisariado apunta en una libreta el resultado de la búsqueda: no hay nada de valor, solamente ropa vieja, trastos en mal estado, una mesa y dos silla deterioradas y dos petates sobre el suelo de tierra. Finalmente se intercambian unas pocas palabras en ñahñúh. El Profe adivina: certifican que no hay nada de valor. Se firma el acta y todo vuelve a la quietud en la penumbra del cuarto. Nuevamente Teódulo, en medio de un silencio impresionante, empuña el pico y da un golpe seco en el punto que ha considerado la clave de la casa. Se acaba la inmovilidad. Los asistentes, estén dentro o fuera de la vivienda acuden a recibir las partes de la casa que otros derriban. Sólo se habla en murmullos, aunque el estruendo de los golpes y de la techumbre que se desploma poco a poco en manos de los indígenas es grande. El Profe solicita una herramienta para colaborar, pero el secretario del comisariado ejidal le dice, seco: te invitamos nomás como testigo; déjale así. El diputado entiende las razones de lo dicho. Por su fuero constitucional sería muy difícil que lo alcanzaran sanciones penales. No se trata pues de protegerlo: el respeto a la autonomía ejidal es lo que ahora importa; son los dueños los que están defendiendo su propiedad colectiva, no aceptan intromisiones.

-Venga a la casa a tomarse un pulque -invita Teódulo al Profe escasos quince minutos más tarde.
De la casa ya no queda nada en pie. El presidente del comisariado está tranquilo. La responsabilidad directa de haber derribado una vivienda no parece haberlo alterado. Sin embargo el diputado lo nota triste, aunque el rostro del indio sonría al terminar la invitación.
Dos horas después, cuando el Profe se retira del poblado ve dos tractores arando la parcela de Anastasio. Ya le contaron que todo fue sepultado en una zanja y dentro de unos días el maíz comunal empezará a despuntar gracias al riego de aguas negras que vienen de Distrito Federal.

jueves, 22 de octubre de 2009

Los periodistas. Entrevista publicada en un suplemento del periódico "El Día" (época actual)

Nos encontramos una interesante entrevista publicada en un suplemento del periódico "El Día" fechada en los inicios de la década de 1970. Días antes el señor Lino Alarcón Valdepeñas había sido ungido como secretario general de la sección 147 del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana (SNTMMSRM), que agrupa a los obreros de la planta 1 de Altos Hornos de México, en Monclova Coahuila. En ocasión de su visita a Napoleón Gómez Sada fue entrevistado en el Hotel Minero -ahora Hotel Napoleón- sito en la calle de Monte Albán 71, en la colonia Narvante del D.F. He aquí parte de la entrevista:

Periodista: ¿Cómo fue que llegó usted a la secretaría de la sección más grande de Sindicato Nacional Minero?
Lino Alarcón Valdepeñas: Con el apoyo de la base obrera. Las reivindicaciones sindicales y nuestras propuestas para la próxima revisión del contrato colectivo de trabajo lograron la simpatía de los 8, 437 sindicalizados de Altos Hornos de México, planta uno.
Periodista: Se dice por ahí que el apoyo de don Napoleón Gómez Sada fue determinante para que usted alcanzara la secretaría.
LAV: ¡Claro que yo me llevo muy bien con don Napoleón! pero, mire, jovencito, eso no tiene nada que ver con que yo haya ganado. Usted sabe muy bien que fuimos dos candidatos los que peleamos la secretaría: nosotros, los azules y Héctor Gaytán Cuéllar propuesto por la planilla roja. Hubo campaña y nosotros ganamos en votación abierta.
Periodista: las votaciones ...
LAV: Sí, sí, las votaciones son abiertas, a las puertas de la planta. Usted sabe: se ponen las dos urnas, la roja y la azul y cada obrero se forma frente a la que eligió, presenta su credencial del sindicato y sólo así puede depositar su voto en la urna, después que los delegados de cada planilla revisan las credenciales y se aseguran que el dueño no ha votado antes. No puede haber trampas. Ganamos con un pequeño margen, pero ganamos claramente.
Periodista: ¿Y el color de la planilla? Una azul y otra roja ¿Esos colores tienen alguna connotación ideológica? El azul nos recuerda al PAN y el rojo a los comunistas.
LAV:¡Ah, qué muchacho! ¿Cómo cree eso? Entonces cuando hace poco hubo una planilla amarilla ¿esa era de los chinos?

Armamos una tremenda discusión. Algunos de nosotros no querían creer lo que leyeron en el periódico. Dijeron que era una vacilada ¿Votaciones abiertas? ¿qué, el voto no debe ser secreto? No nos creían a los que mucha veces presenciamos aquellas votaciones y les dijimos que esa era la costumbre. Si no hubiera sido que tanto la planilla roja como la azul estaban formadas por obreros controlados por Napoleón hubiera sido suicida votar así, públicamente, en contra de los charros eternos. Y lo de los colores, se rieron mucho, pero es verdad, tanto rojos como azules lo eran casi casualmente. Hubieran podido ser cafés o anaranjados. Al poco tiempo, sólo unos pocos años después, hubo una famosa planilla blanca. Esperemos que alguno de nosotros nos pueda narrar algo sobre ella. Vamos a buscar a ver si encontramos algo escrito de esa planilla.

jueves, 15 de octubre de 2009

La Esperanza I, Coahuila (hacia fines de 1978)

-Profe, en el ejido están muy agradecidos por lo de las setecientas hectáreas. Que a ver cuándo se va comer un mole de olla por allá.
-No te fijes, Hilario, mejor llevame a conocer otros ejidos. Con suerte hasta podemos ayudarles en sus broncas.
Campesino y exprofesor están sentados en una tosca banca de madera que junto con una gran mesa, también de madera apenas labrada y sin barniz, son el único mobiliario de lo que el Profe reporta a su partido como oficina del mismo en Monclova. En un extremo de la mesa está el viejo, viejísimo mimeógrafo en que los obreros de Altos Hornos imprimen "El trabajador de pié", esos volantes que el antes mentor reparte semana a semana a las puertas de la planta uno.
-¡Uh, Profe! Para broncas en un ejido está el mío.
-¿Castaños? qué ¿no acabamos de resolver su bronca?
-No, Profe, yo no soy ejidatario en Castaños. Lo que no le he platicado es que nos dotaron de un nuevo centro de población ejidal. Se llama la Esperanza.
-Ah, chingaos ¿por qué no me habías dicho nada?
-Pues es que el problema está muy cabrón. Nos corrió la policía ganadera. Esos hijos de la chingada primero nos dividieron. Se ganaron con amenazas y corrupción a siete de nosotros y nos sacaron a los otros trece. Usté ya conoce a Salomé, a David y al Israel, los de las aguas a la salida de la planta uno que le presenté el otro día. Ellos también son ejidatarios, de los que no se rajan, pero ya están bien desanimados. No sabemos cómo hacerle pa'regresar.
-A ver, a ver, a ver, ¡cuéntame despacio como está ese asunto! ¿O tienes mucha prisa por irte?

Fue así como el Profe se involucró en el otro gran pleito agrario que su partido daría al norte de Coahuila. Cuando platicó por primera vez con Hilario sobre la Esperanza ya el grupo de "los verdes" se había disuelto y muchos de quienes lo formaron militaban en el partido del Profe. Cada ocho días se reunían, en ese salón que había sido cantina, de seis a nueve obreros de la planta uno de Altos Hornos. La impresión de la hoja volante y su reparto semanal eran cosa hecha. Empezaban a llegar a las reuniones alguno que otro obrero de la planta dos de AHMSA, sección 204 del sindicato minero. La lista fantasma se le perdió al Profe uno o dos meses antes, pero había sido la punta del cordón que lo conectó con algunos ejidos gracias a Luis Zapata. El otro extremo del hilo con que se tejía aquella organización incipiente fueron los periódicos partidarios.

jueves, 8 de octubre de 2009

Monclova, Coahuila IV, (junio de 1978)

Hace dos meses llegaste a Monclova con no más de ciento cincuenta pesos en la bolsa y un paquete de periódicos del partido en que militas.
Traes una orden no escrita: debes construir el partido en esa ciudad eminentemente obrera.
Nada tienes más, según dices.
No mientas. También tienes una lisa valiosa de contactos: nombres de diversos luchadores sociales. Alguien conoció a los dueños de esos nombres. Son hombres y mujeres que participan o dirigen luchas populares. Cuatro o cinco son maestros, seis son mujeres, en total diez y siete seguros futuros militantes de tu partido. No sabemos cómo se elaboró la lista, pero te será un instrumento muy útil. Tú tienes que buscar a esos elementos: viven en tal dirección; participan en la lucha de tal colonia popular; trabajan en tal escuela o son activistas sindicales.
Sabemos que en dos meses los nombres escritos en esa hoja ya te han servido. Contactaste al tal grupo de "los verdes". Localizaste a Luis Zapata; ya nos contarás cómo diste con él. No te quejes. Vienes de Nuevo León, donde costruíste tu partido exitosamente en ejidos, con solicitantes de tierras y con talladores de ixtle. Sabes de luchas agrarias. Ahora date a la tarea de contactar campesinos, que también debe haberlos aunque los alrededores de Monclova sean semidesérticos.
¡Y no andes llorando como niño desamparado!

La lista fantasma. Monclova, Coahuila V (junio de 1978)

Sí, sí, ¡claro! Ustedes me dicen que esa lista me da todo hecho: "Diez y siete extraordinarios luchadores sociales". "Uniendo las luchas del pueblo podrás hacer el partido".
Pero todos los nombres que traigo en esa hoja de papel revolución escrita a mano pertenecen a fantasmas: espíritus burlones, ectoplasmas chaqueteros, mujeres inexistentes de belleza fantasmal.
Por ejemplo, tres de los maestros de la lista: ninguno trabaja en la escuela donde debería laborar según dice este papel. A uno de ellos ni siquiera lo conocen. Los otros dos no dan clase ni asisten a las aulas, porque son "comisionados sindicales". Fui al SNTE, aunque sea priísta. Pregunté por los tres y sólo recibí sonrisas despectivas. Ni por el local sindical se dan la vuelta los "grandes luchadores sociales". Alguien a mis espaldas murmuró "pinches aviadores" ¿Para qué buscarlos más?
De las seis mujeres de la lista tampoco he encontrado a ninguna. Seguramente sus nombres, si son reales, pertenencen a mujeres atractivas con las que mis compañeros de partido estuvieron coqueteando con pretexto de luchas populares. Dos de ellas tienen números de teléfono inexistentes: se los dieron gentilmente a quienes las acosaban con pretextos izquierdistas. Otras dos no viven ni son conocidas en las direcciones que proporcionaron. La tienda donde trabaja la quinta no he podido localizarla. La sexta, también maestra, no he tenido tiempo de buscarla; tal vez no sea fantasma como los ocho que ya se esfumaron.
Al grupo de "los verdes" lo contacté gracias a los periódicos del partido; ninguno de ellos estaba en la lista. Los diez y siete nombres no sólo se están borrando en una hoja de papel largamente manoseada. Sus dueños se diluyen en la nada volviendo a la lista cada vez más fantasmal.
Sólo Luis Zapata se ha materializado. Según la lista es dirigente de una colonia popular. Eso resultó otra mentira: es obrero de primera generación. Su padre y su hermano mayor son ejidatarios con fuerte tradición de lucha agraria. Como tercer hijo de ejidatario sabe que no será quien herede ni terrenos ni derechos ejidales y tampoco alcanzó lugar en el nuevo centro de población "La Esperanza" que conquistó su hermano, por eso buscó y consiguió trabajo en Altos Hornos. Lo localicé hace apenas unos cuantos días. Me voy a dormir. Ya me estoy cansando de perseguir fantasmas durante las cinco o seis semanas que ando por aquí.

jueves, 1 de octubre de 2009

Felipe Gómez II, entre el 19 y el 21 de junio de 1914. En las inmediaciones de Zacatecas

-¡Hey, muchacho! ¿Qué haces cantando bajo ese pirul? Desaloja, que vamos a poner cañones.
Junto con ese general -debe serlo, pues está muy bien uniformado- viene Jacinto, uno de los que se unieron a tu grupo cuando regresaste a Jaumave por más gente.
El tono del militar no te gustó, pero hay algo en su figura que detiene tu protesta. Sigues tocando, pero haces una señal a Jacinto para que se aproxime.
-Oye Chinto ¿quién es ese de a caballo?
-Ni le rezongues. Es Felipe Ángeles. Yo vengo nomás de cola. Quesque va a poner hartos cañones.
Todos han oído hablar de Felipe Ángeles, pero tú no lo conocías.
-Oiga, usté, mañana o pasado nos vamos a jugar la vida entrando a Zacatecas. Deje ver nomás cómo ponen los cañones.
-Primero te haces el sordo y luego vienes conmigo. Pues ¿quién eres?
-Quesque soy capitán primero. Ando con unos cuantos que me traje de mi pueblo. Pero mañana o pasado le haremos caso a Maclovio. Como todos dicen, si no hay orden no ganamos.
-De modo que perteneces a la brigada de Maclovio Herrera ¿Qué haces entonces descansando?
-Pos nos dijo a los nuevos que hasta mañana nos presentáramos con él. Yo andaba con mi gente al mando de otros jefes cuando tomamos Torreón.
-Oye Juan, aquí abajo de este pirul pones esos dos cañones ... ¿Tú cómo te llamas?
-Felipe Gómez.
-¿De veras o me estás tomando el pelo?
-Es cierto, mi general, yo me llamo Chinto y vengo con él desde Jaumave. Y es re'arrojado. A caballo ni quien lo pare.
-Muy bien ... ¡Juan!, este otro Felipe ya nos trajo seguro buena suerte. Cuando empecemos a disparar desde este escuálido arbolito vamos a darle duro a los pelones.
-Cuando estemos en las tierras que nos repartan en Jaumave vamos a invitarlo, el Chinto y yo, para que vea los arbolotes en los que nos vamos a sombrear.

Minutos después tomaste la vereda por la que bajó Felipe Ángeles.

jueves, 24 de septiembre de 2009

El Mezquite, Cardonal Hidalgo III (1985 + -)

La comisión llegó a casa del diputado como a las 9 de la mañana.
-Profe, la asamblea acordó expulsar a Anastasio de la comunidad. De aquí nos vamos para allá y a las once tumbamos su casa. Venimos por usted para que nos ayude.
No vimos ni sorpresa ni duda en el rostro del Profe. Tampoco ira ni desconcierto.
-Y ¿por qué van a hacer eso?- preguntó simplemente.
Le explicaron lo que nosotros ya sabemos (está aquí y acá): Anastasio logró que en la madrugada los judiciales se llevaran a Leobardo a la cárcel acusado de encabezar una violación tumultuaria.
-Ya nos cansó. Ejidatarios y comuneros hicimos asamblea y acordamos correr a Anastasio y tirar su casa. No va a destruir los bienes comunales- con eso la comisión terminó su hablar.
-Vamos- fue lo único que dijo el Profe.
***
Son poco más de las diez de la mañana. El sol requema ya la tierra de los caminos polvorientos que ejidatarios y comuneros recorren para ir a sus parcelas. Hace apenas cuatro años esas tierras semidesérticas producían únicamente cardones. Brotaban también una que otra cactácea o agave de menor tamaño. Donde los comuneros trabajaban más ardua y constantemente había hileras de magueyes pulqueros. Las piedras calizas arrancadas al cerro y cocidas en hornos primitivos para obtener la cal del nixtamal, el ixtle de lechuguilla traído de las faldas de los cerros, convertido en artesanías por las manos mágicas de las mujeres, y el pulque que daban los magueyes, eran los únicos ingresos de los indígeneas del Mezquite.
Unos pequeños rebaños de cabras criollas y exiguas cosechas de frijol y maíz logradas cada cuatro o cinco años en que había lluvias, mejoraban de vez en cuando su situación. Pero sus luchas ya han conseguido que las aguas negras del Distrito Federal lleguen a sus parcelas. Ahora sus tierras lucen el verde tierno del maíz naciente, pero los caminos al interior de los bienes comunales, cuya integridad hoy defenderán con garras y dientes, siguen siendo los viejos senderos porvorientos y pedregosos bordeados de pequeños cactos, o de grandes magueyes en el mejor de los casos, pero todavía sin árboles en cuya sombra se pueda descansar del agobio del sol.
Las tierras cuyo usufructuo ha tenido Anastasio son un poco más de una hectárea. Están resecas y barbechadas desde hace un año. No ha llovido y para no reconocer a la comunidad Anastasio no ha querido usar el riego que el comisariado y la asamblea le han ofrecido varias veces. La vivienda está en un rincón de la parcela que colinda al sur con el nuevo ejido del Mezquite, también conquistado hace apenas ocho o diez años con muchos peligros y sacrificios, para los hijos de los indígenas que ya no alcanzaron parcela en los terrenos comunales.
Por los senderos se aproximan más de doscientos indígenas. Vienen en pequeños grupos dispersos. Marchan serios y concentrados. Saben a lo que se enfrentan. No tienen miedo, pero lo que van a hacer no es alegre. Mucho tiene de funeral; mucho de lucha sorda donde habrá heridos; mucho de batalla definitiva por preservar lo más preciado: la propiedad colectiva de la tierra.
Lo que va a pasar en una hora lo terminaremos de contar más tarde.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Cuaderno de notas de un diputado IV (de IV), julio 1985

"Cuando vi el trabajo que tendríamos que hacer pensé en un día muy largo. Tendríamos que sumar los votos de nueve partidos en más de trescientas casillas. Se acordó que el primer escrutador dictara los resultados de un partido de todas las acta y el otro llenara los concentrados. Me propuse y fui aceptado para ir haciendo al mismo tiempo las sumas en una calculadora eléctrica.
Los datos de la primera suma los anoté con cuidado. Al obtener el resultado me llamó la atención que nadie solicitara revisar la suma. Entonces se me ocurrió: podría aumentar votos a mi partido y los empecé a cambiar, aumentándolos, con algún temor: el escrutador decía ochenta y cuatro y yo anotaba en la sumadora 284, sin importarme lo que estaba en el concentrado. Poco a poco, fui aumentado cada vez más votos. Con ese método no iba a completar los nueve mil ; de hacerlo la trampa sería evidente y tuve miedo que por ambicioso me descubrieran.
Como a la una y media, cansados y hambrientos, el presidente del comité distrital me pidió que saliera con él de la oficina. Ya en la calle me dijo:
-Señor diputado, me hablaron de parte del gobernador del estado. Me dicen que tuvo un acuerdo con el presidente de su partido y debemos aumentarle en el estado veinticinco mil votos. En los otros seis distritos es difícil alterar resultados y me pidieron que sondeara si aquí pudiéramos hacerlo. Ya hablé con los funcionarios y con el comisionado del PRI y sólo falta que usted esté de acuerdo.
-Claro, podemos hacerlo sin dificultad-contesté sin dudarlo ni un segundo.
Se le iluminó el rostro y me explicó que no me preocupara, que ya tenían todo listo, que dentro de una media hora se podrían firmar las actas.
Los resultados hasta ese momento daban una clara victoria al PRI, con más de 40,000 votos; el PAN no llegaba a mil, el PPS no pasaba de 200 y el PARM no tenía ni cien. El PSUM alcanzó 896 votos. Eso según las operaciones que en esos caso no tenían alteraciones. Mi partido, con las sumas amañadas, había alcanzado 5,437 votos.
Después del arreglo acordado las actas daban más de 60,000 votos al PRI y nosotros teníamos 30,437. Los demás partidos tenían lo sumado previamente. A las 2:45 de la tarde la documentación estuvo lista. La firmamos y se comunicó el resultado por teléfono a la Comisión Federal Electoral.
Nos despedimos como buenos amigos
--¡Hasta las próximas elecciones!"

Aquí terminamos nuestra lectura, incrédulos, pero alguno de nosotros recordó haber oído que ese 14 de julio, en la Secretaría de Gobernación, en el salón que ocupaba la Comisión Federal Electoral, a la 2:45 de la tarde -sorpresivamente y muy temprano para unas elecciones "tan vigiladas"- se recibió el resultado del primero de los trescientos distritos del país y se levantó una tormenta en el seno de la Comisión: uno de los partidos nuevos, que hacía poco habían obtenido su registro, tenía más del 30 % de los votos emitidos en un distrito. Al representante nacional de ese partido le costó mucho dar una explicación coherente y aunque lo logró nadie le creyó. Sin embargo no hubo la mínima posibilidad de demostrar irregularidades. Se aceptó como bueno lo increíble.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Cuaderno de notas de un diputado III (de IV), julio 1985

La verdad es que no podíamos dejar de leer, aunque descifrar el manuscrito nos ha costado mucho; la letra es chica, a ratos "escript" y a ratos "palmer". Hay tachaduras, borrones, palabras encimadas, frases escritas entre renglones ya usados, llamadas de atención para introducir nuevos párrafos. Pero lo narrado nos divierte, aunque siempre tenemos en el fondo de nuestra conciencia el convencimiento que la realidad descrita, con o sin ficción, con o sin los detalles divertidos, la realidad en el terreno electoral mexicano es desastrosa.

En ese viejo cuaderno podemos seguir leyendo: " Mientras todos los militantes del partido, bueno, la mayoría de nuestros militantes en el distrito, nos esforzamos por agrandar la organización que sólo existe fuerte en dos municipios y está estancada en un tercero y aunque cada vez que pudimos salimos a vocear, a hacer mítines y a hablar con la gente, nada nos garantizaba una buena votación.

Llegó el día de la elección. El siete de julio transcurrió sin incidentes. Ahora, con todo y ser la tercera elección federal después de la llama apertura política y la reforma electoral del tiempo de Lopez Portillo, en este distrito sólo se registraron candidatos del PRI, del PAN, del PPS, del PSUM y de nuestro partido.

Yo anduve en una moto prestada recorriendo las casillas que pude, apenas algunas en el municipio cabecera del distrito, en el que tenemos muy pocos militantes.

Al final del día nos reunimos en mi casa. Solamente tenemos 26 actas, un escaso 7% del total de casillas de los 14 municipios del distrito. La suma de nuestros votos fue únicamente de mil doscientos trece, muy lejos de la meta de 9,000. La primera parte la habíamos fallado lamentablemente, nos quedaban ocho días para conseguir más votos, "como fuera", y no teníamos nada claro cómo hacerlo. Sí, posiblemente hasta en municipios donde no habíamos ido ni una vez pudiéramos tener votos, tal vez, pero era un sueño pensar que fueran más de cien o dos cientos. Tal vez serían cero.

Así llegamos, o más bien llegué a este 14 de julio, domingo en que según la ley se debe hacer el recuento distrital. Me presenté en el comité temprano, a las 7:50, y aquí está lo mejor, que no he contado: al instalar el comité distrital, hace unos tres meses, sólo nos presentamos y tomamos posesión del cargo los funcionarios nombrados por el gobierno y los representantes del PRI, del PAN y yo. El PPS nombró un representante que nunca se presentó. El PSUM no nombró comisionado. Las ausencias del comisionado del PAN nos dieron pie para darlo de baja legalmente, así pues este domingo en el comité distrital solo estuvimos los funcionarios gubernamentales, el PRI y yo. Todo listo para cualquier trastupije. Sólo faltaba ponerme listo.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Felipe Gómez I, entre el 19 y el 21 de junio de 1914. En las inmediaciones de la ciudad de Zacatecas.

Estás tocando una guitarra mal afinada. Cantas en voz muy baja un corrido de los tantos de moda. Nos parece que de pronto tus sueños regresan al pasado.
Nos atrevemos a preguntarte:
-¿En qué piensas? ¿qué recuerdos te sacuden que callas y esbozas una sonrisa nostálgica?
-Este pirul moribundo se parace tanto a los de mi tierra-nos contestas un poco distraído- con mucha sed y con hojas polvosas, pero dándome una sombra pa'taparme el sol.
Hace días no nos escuchabas. Poco a poco has aprendido a platicar con nosotros. Empezaste a oírnos sin entender nada. Ahora ya nos platicas con soltura. Al principio no sabías cómo, pero mientras más cerca está tu hora conversas con más facilidad.
-Sí, ya sabemos que vienes de Tamaulipas; que allá tallabas lechuguilla para sobrevivir ¿Por qué y cómo has llegado hasta acá?
-Un día supimos en Jaumave de Lucio Blanco. Alguien nos contó, a la luz de una fogata que ardía frente a la iglesia, que el general derrotó a los pelones de Huerta y se hizo con Matamoros. A los pocos días, de puro gusto, se apropió de la hacienda de "Los Borregos", pero no para él. La repartió entre algunos de sus soldados y muchos campesinos. Yo alueguito pensé en La Maroma, que nos queda ahí, a tiro de piedra. Ese viejo Alcántara ya nos tiene hasta los huevos. Pero también me dí cuenta que no había con quién quitarle sus tierras. Me robé un caballo y me fui a buscar a Lucio. Está bien, no digan nada, no me fui solo, tenía miedo. Al final nos fuimos cuatro, casi todos con los mismos años. "Unos críos", decía mi mamá.

Monclova, Coahuila III, (mayo de 1978)

La cantina está llena de gente. Los ventiladores del techo sólo remueven, sin refrescar, el aire denso y caliente. La humedad parece que brota de los cuerpos sanos y fuertes de la clientela compuesta exclusivamente por varones.
Con gusto me tomaría dos o tres cervezas más, pero es mejor que cuide el dinero.
Me levanto. Tomo el paquete de periódicos. El sudor no sólo moja mi camisa, también humedece las hojas, que se adhieren a mis manos. Mis dedos se manchan con la tinta remojada.
Aún así ofrezco el periódico a los tres obreros que están en la mesa vecina. Lo hago ya sin tanto miedo. No me sorprende que me compren dos, aunque estén sudados.
Digo obreros porque ahora estoy seguro que la mayoría lo son. Además sus ropas los delatan; todas son grisáceas, como percudidas, aunque algunas se notan recién lavadas. Las otras ¡puf!
La cantina es chica, unas seis o siete mesas. Camino unos pocos pasos y al salir ya vendí unos diez periódicos. A tres pesos cada uno. Ya tengo los treinta pesos para pagar la posada esta noche.
Todavía no entiendo por qué me compran aquí tantos periódicos. Antier en la noche, al llegar a Monclova vendí treinta y ocho en un ratito. "Es primero de mayo" pensé. Pero ayer vendí casi los mismos y seguramente, aunque sea de noche, hoy termino de vender los cien que traje de Saltillo.
En eso me ha ido bien, pero de la lista que traigo no he encontrado a nadie. Mientras no me pase lo que cuenta Pedro Ruiz de aquel pueblo de Michoacán. Pero ahorita hay que talonearle; ya habrá tiempo para contar anécdotas.

jueves, 27 de agosto de 2009

Cuaderno de notas de un diputado II (de IV), julio 1985

"Todo empezó con un acuerdo partidario que no se discutió mucho. Más bien fue una de esas líneas trazadas desde arriba.
-En estas elecciones intermedias, en cada distrito electoral debemos conseguir al menos nueve mil votos- se nos dijo y acordamos sin más, en una reunión del Comité Central -No se trata sólo de conservar el registro. Tenemos que convertirnos en la segunda fuerza electoral del país.
No sólo se añadió esa consideración, otras orientaciones eran claras y enteramente compartidas: 1a., había que conseguir los votos fundamentalmente mediante la organización de las bases del partido: ejidatarios, campesinos sin tierra, habitantes de colonias marginadas y/o populares, sindicalistas de todo tipo, etc.; 2a., era necesario aumentar la votación también mediante agitación y propaganda entre todas las capas ciudadanas; 3a., deberían cuidarse los votos recibidos en cada casilla y en los comités distritales, garantizando en ellos la presencia de representantes combativos y bien preparados; y 4a., si nada de lo anterior y los demás métodos que se emplearan garantizaba los nueve mil votos por distrito, los militantes de tal distrito deberían conseguir los votos a como diera lugar.

La línea no se discutió porque en general los dirigente medios estábamos todos de acuerdo con esas orientaciones, y creíamos que sería fácil cumplirlas. Cabía además la posibilidad de cambiar a medio camino de un distrito difícil a otro donde los nueve mil votos o más estuvieran garantizados y, por último, si no se cumplía no se iba a caer el mundo, ni temblaría demasiado el partido. Así pues, yo, responsable de uno de los 300 distritos electorales federales empecé, con los pocos que somos militantes en él, a preparar desde marzo el logro de las metas propuestas, sin mucho convencimiento de alcanzarlas, pero todos decididos a acercarnos a ellas."

jueves, 20 de agosto de 2009

Cuaderno de notas de un diputado I (de IV), julio de 1985

Entre un montón de papeles tirados a la basura; junto a volantes diversos, apuntes manuscritos de una proclama cuya redacción apenas se organiza, el original a máquina de escribir de un discurso político, copias fotostáticas de proyectos de leyes para Tamaulipas e Hidalgo; revuelto con ejemplares de leyes estatales también de Hidalgo y Tamaulipas; entre dos agendas, una de 1983 y otra de 1985 con algunas semanas llenas de citas y compromisos cumplidos e incumplidos y otros meses con sólo una o dos anotaciones, nos encontramos un viejo cuaderno escolar, con un formato obsoleto y poco usual, como los antiguos cuadernos de forma francesa que se utilizaban en algunas escuelas a la mitad del siglo pasado.

En esa libreta, auténtico vejestorio, escrito en letras difíciles de desentrañar, con tinta morada de pluma fuente que en algunos renglones empieza a palidecer, podemos leer lo siguiente, escrito en 1985:

"Hoy, 14 de julio, me robé 25,000 votos para mi partido. Bueno, no me los robé yo solo. Más bien me los regalaron, pero los acepté presuroso, con regocijo y sin ningún remordimiento. Tampoco fue un regalo de sólo buena voluntad. En realidad fue una conquista. Casi un agandalle revolucionario, me atrevería a decir. Pero ¿cómo fue eso posible? Todavía no sé si sea conveniente escribir esta historia, si lo hago y este cuaderno llega a manos equivocadas me quemo yo, quemo a mi partido y quemo al gobierno del estado que regaló los votos, aunque ¡quién sabe!, si esto lo lee un ciudadano normal lo más seguro es que crea que el relato es puramente ficción y si llega a manos de los políticos que han manejado procesos electorales únicamente sonreirán, ya que 25,000 votos son muy pocos."

jueves, 13 de agosto de 2009

Nosotros (época actual)

No tenemos seguridad sobre quién escribe esta líneas. A veces pensamos que eres tú, pero sabemos que los recuerdos no son tuyos, o no son totalmente tuyos.

Además te conocemos bien. Tus múltiples personalidades no logran hacer un yo. Haz hecho tuyo el nosotros sin pedirnos permiso. La ubicuidad de los santos del pasado y la de los héroes momentáneos del presente la logras tú por caminos insospechados. De pronto la heroína de la última telenovela está en unos cuantos miles de casas diferentes, en ciudades distantes, hasta en países separados por murallas más altas y mucho más largas y deleznables que el olvidado muro de Berlín, que tú traes a estas líneas donde aparecen juntas ciudades de Coahuila, de Hidalgo y no sabemos ni imaginamos de dónde vas a traerlas y presentarlas reunidas, cuando en el tiempo distan de dos, tres años, o tal vez de dos cientos o tres cientos. Entonces nos describirás como unidos y presentes en lugar y fecha acontecimientos que no tienen nada que ver unos con otros.

Y recuerdas aquí y allá como si hubieras estado presente en todas partes cuando eso es totalmente imposible. Y te apropias sin que nosotros te demos permiso de nuestros recuerdos. Y con esas reminiscencias construyes puentes, caminos y veredas que unen pasados diversos con un presente desolado. Pretendes que reunidos apunten a un futuro todavía en tinieblas, pero que, como el amanecer próximo, nos asegure que tendremos nuevas luces para reconstruir nuestro mundo.

Total, nosotros también tenemos múltiples personalidades. Tenemos que descubrir si son nuestras o son tuyas o son de aquellos que han vivido, han muerto, y pretendemos que vuelvan a vivir en estas líneas. Y cabalgará Hilario por las llanuras semidesérticas del norte de México, en busca de su nuevo centro de población ejidal, mientras que estando vivo se movía sin caballo, a pie por aquellas inmensidades, pidiendo aventones a los escasos vehículos que se encontraba, lo que a la postre le costó la vida . Y volverá a sentarse a la sombra de un árbol escuálido el jefe de aquel barullo de revolucionarios que también buscaba, sin saberlo, el nacimiento de miles de nuevos ejidos. Y vendrá a platicarnos el intelectual escéptico y no podrá explicar por qué luchó si no tal vez hasta hoy donde tú y nosotros nos encontremos con el torbellino de pasado y presente revueltos sin ton ni son. Donde busquemos como en el tradicional guiso "olla podrida" descrito magistralmente por Guillermo Prieto, las peras cocidas, los lomos de cordero y las manitas de cerdo, para saciar el hambre de bestia de múltiples cabezas que quiere formular un pasado y un presente comunes y unidos en la trama de nuestras vidas también múltiples ...

jueves, 6 de agosto de 2009

El Mezquite, Cardonal Hidalgo II (1985 + -)

Es algo más que murmullo lo que se oye en el salón.
De pronto, en voz muy alta:
- Ahí vienen.
-Ya llegaron.
-Son ellos ...
Al entrar los que llegan el alboroto se hace murmullo, el murmullo susurros, los susurros silencio.
-Lo tienen preso dizque porque dirigió y participó en una violación masiva de la hija de Anastasio.
El silencio se transforma en el retumbar de piedras que ruedan cada vez más rápido y en tumulto creciente.
La ira se percibe como una tromba sobre árboles secos.
Ramón espera callado que el alboroto disminuya. Junto a él, de pie, serio y en silencio, también espera Teódulo, el comisariado de los bienes comunales. A la izquierda de ambos está la silla vacía de Leobardo.
El mutismo de los que presiden se impone.
-Máximo, explicanos bien lo qué pasa -dice Ramón.
Hablando en su lengua natal Máximo explica claramente la situación. Sólo cinco minutos. Después preguntas y respuestas. Todo en ñahñúh.
Al final la situación está clara: en su afán por que la comunidad permita que Anastasio Luna , viejo y originario comunero, escriture como propiedad privada la parcela que usufructúa, el mismo Anastasio ha tramado una acusación falsa contra todo el pueblo y su principal dirigente, en conivencia con un tal licenciado Saucedo, que obligue al pueblo a negociar con él.
La discusión se alarga más de media hora pero la conclusión es clara: Es tiempo de expulsar definitivamente a Anastasio de la comunidad. No le hace que el profe siempre lo haya defendido.
Falta decidir cómo expulsarlo. Es Teódulo Piedra quien con su propuesta abre un camino: "Hoy mismo debemos tirar su casa y sembrar nosotros su parcela."
El punto se debate largamente. Se analizan pros y contras. Por fin se decide: "A las once de la mañana todos en casa de Anastasio."
Se nombra también una comisión para que avisen al Profe, quien por caminos muy extraños llegó a ser diputado local de oposición y casi cada ocho días, o al menos cada mes, asiste a las reuniones regulares de la comunidad.

jueves, 30 de julio de 2009

Monclova, Coahuila, II (1979 + -)

El ventilador del techo zumba suavemente y sólo remueve el aire caliente sin refrescar absolutamente nada. Dos obreros risueños y gritones bromean mientras piden otras cuatro cervezas. A la mesa de lámina, con anuncios de Carta Blanca en la cubierta, se sientan dos clientes más: un hombre como de cuarenta años con características indeterminadas, viste como campesino, aunque sus botas no parecen haberlo llevado nunca a trabajos de barbecho; evidentemente no es obrero. Completa el cuarteto alguien de mediana edad; se nota fuerte y ágil; trae un sombrero que aparentemente nunca se quita, dada la forma en que lo porta. Se llama Hilario.
El mesero trae cuatro cervezas y retira los envases de las anteriores. Los clientes toman de su botella y el silencio de hace denso de pronto.
Dejan las bebidas e Hilario comienza a hablar:
-Yo también trabajé en Altos Hornos, pero me salí para ir a nuestro nuevo ejido. Todo para que luego la policía ganadera nos sacara a la mala.
Los otros tres lo escuchan con atención. Sus rostros sudorosos muestran la concentración con que siguen el breve relato de Hilario. El calor aumenta en esa tarde, uno de los oyentes limpia con un paliacate rojo las gotas de sudor que escurren por su cara. Los cuatro saben que pronto brotará la broma.
- A ver ¿De qué nuevo ejido nos hablas?
-Un nuevo centro de población. Veinte mil hectáreas cerriles ya casi pegadas a la frontera. Pueden dar para vivir muy bien.
-No jodas ¿Cuál nuevo centro de población si allá no hay nadie? Por esos desiertos ni los perros cagan.
-Eso crees tú. No llueve mucho pero hasta tenemos bosque. Si no pregúntale a Salomé en lugar de que nada más le compres horchatas cuando sales de la planta.
-¿Y qué tiene que ver Salomé en esto?
-Pos fácil. Él y sus dos hermanos también son ejidataros de allá, igual que yo y el Ismael.
-Pero ¿qué carajos es un nuevo centro de población?
-Ya no chingues, que eso se los explique el Profe como explicó la forma en que recuperamos las setecientas hectáreas en Castaños (aquí la explicación). De plano ustedes parecen niños de segundo de primaria.
-Niños pero cogelones. Tú chúpale a la cerveza que se te va a calentar.
Fue así como la siguiente reunión para redactar "El trabajador de pie", el Profe propuso a los doce obreros presentes:
-Mejor vamos a sacar ahora un volante para apoyar a los compañeros del nuevo centro de población "La Esperanza".
Todos preguntaron qué era eso. Tras la explicación del exmaestro se aprobó hacer el volante sobre el tema.

jueves, 23 de julio de 2009

El Mezquite, Cardonal Hidalgo (1985 + -)

-Antonio. Antonio. ¡Antonio! Hay mucho ruido en casa de Leobardo. Asómate a ver qué pasa.
-Se estará peleando con María.
-Son voces de hombre. Despiértate bien. Algo pasa.
-Está re'oscuro. No me vengas con que Leobardo está saliendo a quebrar magueyes que no tiene.
-¡Qué te despiertes! Oye bien. Se están peleando.
-De veras ¡Carajo! Se están peleando. Son puros cabrones.
-Primero vístete, Antonio. Está fresco afuera.
-Tú no te levantes . Acuéstate ¡Que te acuestes! Yo voy solo.
-No me empujes.
-Ya cálmate, Juana. El relajo está muy feo. Hartos están hablando y gritando. Hay mucho ruido. 'Horita vengo.

Son como las cuatro de la mañana. No hay luna. Antonio siente que gran número de vecinos van rápido hacia la casa de Leobardo. Oye que un automóvil arranca. De pronto se encienden las luces de otros tres vehículos que también arrancan y parten levantando polvaredas.
Rummm, ruuuuuumm, rum.
A la luz de los faros del último coche alcanza a ver sombras persiguiendo a los automóviles que huyen. Algunas siluetas se recortan contra las nubes de polvo iluminadas por las calaveras de los autos. Antonio cree ver tres o cuatro fantasmas arrojando piedras con furia.
Crash, crash, crash.
Ruuuum.
Los automóviles se pierden en la distancia.
-Pinches judiciales, hijos de la chingada ¡se llevaron a Leobardo!
-¡Máximo, ven! Hay que ver a dónde lo llevan.
-Sólo vayan ustedes dos. Los de más, hay que llamar a junta.
-Doña Mari ¿qué fue lo que pasó?
-Pos no sé bien, sólo entraron los judiciales y sacaron a Leobardo a jalones. Casi tumban la puerta. Se defendió bien, pero eran muchos.
***
Escasos quince minutos después el aula más grande de la escuela está totalmente llena.
-Lo único que sabemos es que los judiciales se llevaron al comisariado
-Máximo y Ambrosio y alguien más se fueron a Ixmiquilpan.
-También iban Pedro y Emeterio. Pero sabe si a Leobardo se lo habrán llevado a otro lado.
-Uno de los judiciales es al que le dicen "el Sapo". Yo lo vi bien.
-Cálmense, compañeros, hay que esperar a los que fueron para saber qué pasó.
-No doña Leoncia, hay que ir todos a buscarlo.
-Dejen que hable Ramón, para algo lo nombramos delegado.
-Hay que esperar aquí reunidos a que vengan Máximo y Emeterio.
Minutos después eso fue lo que se decidió.

jueves, 16 de julio de 2009

Ejido Castaños (1978 + -)

Los tres jóvenes, campesinos en apariencia, están frente al delegado de la Reforma Agraria de Coahuila, dos sentados, el tercero de pie.

-Nuevamente esta monserga- piensa vagamente el funcionario- Estos pobres cuates están jodidos.

-Otra vez este cabrón- dicen para sí dos de los jóvenes, ambos campesinos y ejidatarios. El tercero escucha con atención al burócrata, tratando de adivinar qué piensa.

-Su solicitud es improcedente- dice con prepotencia el representante agrario -esas setecientas hectáreas está protegidas por un amparo.

En los ejidatarios el rostro se contrae en un gesto de ira. Una y otra vez han recibido la misma respuesta en los últimos cinco meses.

El tercer joven dice con suavidad:

-¿Nos puede permitir ver el amparo, señor ingeniero?

Tal vez la prepotencia y el orgullo del burócrata no le permitieron ver en los rostros el reflejo de lo que pensaban y sentían sus interlocutores o tal vez la seguridad de ser superior a los tres pobres campesinos le impidió valorarlos adecuadamente. El caso es que, por esas u otras causas el delegado salió de su oficina, dejó un buen rato abandonados a los tres demandantes, regresó displicente y entregó la solicitud de amparo y su correspondiente resolución definitiva -un legajo de unas treinta hojas- a los tres supuestos ejidatarios -uno no lo era, sólo había sido maestro rural y ahora se movía libremente viviendo casi de la caridad pública.

El exprofesor rural tomó el legajo con calma y lo empezó a leer. La solicitud formulada por los viejos hacendados de la población de Castaños pedía la protección federal para veinte hectáreas, adjuntas al casco de la hacienda, ya en terrenos urbanos, que indebidamente -así se asentaba en la solicitud- habían sido entregadas como parte de una segunda ampliación al ejido Castaños.

Quien leía pensó: "Solamente se pide amparo para veinte hectáreas, no para las setecientas ".

Todos los alegatos, considerandos, testimonios y demás enredos procesales se los brincó el exprofesor y se fue a leer la resolución que nadie había recurrido y por lo tanto era firme. La tal resolución decía en esencia: " ... se concede la protección federal a los señores [nombre de los demandantes que nadie recuerda ya], por lo que se les deberán devolver las veinte hectáreas que se señalan al inicio de la solicitud ..." y seguían las fórmulas, sellos y firmas de rigor. Caso cerrado. Todo claro.

Con la misma seguridad con la que solicitó los papeles del amparo, sin siquiera levantarse de su asiento, aquel mentor metido a campesino dijo:

-Señor ingeniero, el amparo es bueno, en eso usted tiene razón, pero sólo defiende veinte hectáreas colindantes con el casco de la exhacienda, las otras setecientas siguen siendo de los ejidatarios. Ya se les entregaron legalmente una vez y se las tienen que regresar de inmediato.

No tiene caso describir la sorpresa, el enojo y el desconcierto del delegado. Ninguno de sus tres interlocutores de entonces recuerdan nada al respecto. Las setecientas hectáreas les fueron devueltas al ejido menos de dos meses después. Actualmente los ejidatarios pastorean ahí sus ganados. En algunas rinconadas siguen sembrando maíz de temporal.

jueves, 9 de julio de 2009

Comentario a la entrada anterior

El comentario que aparece en esta entrada se hizo a la entrada anterior.
Actualizaciones posteriores obligaron esta nota.

Altos Hornos, planta uno. Monclova, Coahuila I (octubre de 1978)

Estás parado a la entrada de un largo túnel -cuarenta metros, tal vez-. Hace frío, tus dedos agarrotados se aferran al paquete de dos mil hojas mimeografiadas, como si los volantes fueran un soporte confiable. Te asusta el torrente de obreros, envueltos en sus gruesas y toscas chamarras, que descienden apresuradamente de la larga fila de camiones que se alínean al bordo de la banqueta. El alud humano parece que va a barrerte.

-Tum, tum, tum.

"¿Me irán a correr?" piensas asustado "¿Alguien me dirá, con malos modos, que ahí no se puede repartir propaganda política?"

-Tum, tum, tum

El alud se disuelve a tus costados. Nadie te habla, nadie te toca pero muchos se te acercan. La penumbra del amanecer que todavía no comienza a las 6:35 de ese otoño en Monclova apenas te permite entrever la manos callosas que delicadamente se llevan uno a uno los volantes. No tienes que repartirlos. Al paso, que es rápido, cientos de obreros toman sus volantes. Mientras tú entregas uno, otros diez se van solos.

En menos de quince minutos se acabó el paquete. No fuiste agredido, no fuiste empujado, no fuiste interrogado. No viste rostros, sólo fue un torbellino. No viste sonrisas, ni enojos, ni sentiste emoción entre quienes tomaron las hojas.

Ya sin volantes y sin los temores iniciales empiezas a observar tu entorno. Siguen llegando multitud de obreros, ahora con un poco más de prisa. Sólo ves rostros concentrados, algunos somnolientos, muy pocos sonrientes. La mayoría parecen sombras que pasan veloces junto a ti. Pocos se saludan, tienen que llegar a tiempo para checar su tarjeta.

Poco a poco empiezas a ver detalles. Hay otras seis personas repartiendo propaganda: hojas un cuarto de carta, volantes media carta, un periódico doble carta con seis folios y otros impresos del tamaño de las que te arrebataron. Notas que a todos los que traen propaganda se las quitan como a ti. Algunos, al entrar al túnel ya llevan cinco o seis impresos en sus manos.

El flujo de obreros disminuye, son pocos los que llegan, algunos corriendo y, de pronto, del túnel empiezan a regresar los miles que acaban de entrar.

No puede ser.

Pronto te das cuenta que son los que salen del turno de la noche. Cansados, a paso lento, pero con más bulla, salen platicando, riéndose, empujando. Ya nadie reparte propaganda, pero muchos la traen, la leen, la comentan, se paran a platicar en la banqueta. Han aparecido nuevos elementos: dos o tres personajes siniestros, que sacan gruesos fajos de billetes al tiempo que se les acercan algunos obreros entre los que reparten algo de ese dinero. Poco a poco la luz del amanecer te permite ver mejor el panorama.

Estás cansado, aunque el motivo son más bien tus emociones. Subes a un camión rodeado de obreros sanos, fuertes, toscos, todos con ropas de un vago color gris, polvoso; platican y ríen, otros empiezan a dormitar en el camión. Sólo piensas: "¡Qué fácil es repartir volantes en este punto! ¿Servirá de algo hacerlo?"

jueves, 2 de julio de 2009

El viejo Cristóbal

El pasado ... aquí está, y nos determina en gran medida.

Cristóbal Colón, primer europeo que buscando caminos desconocidos llegó a tierras ignoradas por las civilizaciones de Eurasiáfrica, lo único que realmente descubrió fue un camino que antes nadie usaba regularmente. No fue el primero en llegar, porque aquí ya vivían descendientes de hombre mucho más esforzados y aventureros que Colón. Miles de años antes hicieron otro camino por el que llegaron a este mundo que ya era viejo cuando llegó Cristóbal.

El hecho es que fue Colón quien trazó la nueva ruta, sin tener caminos previos, por la que llegaron a invadirnos primero los españoles, seguidos de portugueses, ingleses, franceses y algunos buscones más.

Nosotros seríamos diferentes si Cristóbal no hubiese llegado entonces. Si no él, pronto hubieran sido los portugueses o los ingleses y México sería otra cosa. No gastaré ni un golpe de teclado para tratar de imaginar los cambios. La realidad es que con Colón llegaron los españoles y empezó la sacudida que cambió lo que había, dando paso a que se formara lo que ahora somos.

En resumen: el pasado está presente, lo conozcamos o no. Más vale que busquemos los caminos que vienen del ayer a nuestros días, aunque para ese trabajo no contemos con mapas que nos guíen.

En adelante estableceré puntos de partida de hace 20, 11, 43, 2, 104 ó 200 años ... y tal vez puntos de paso actuales.