jueves, 30 de julio de 2009

Monclova, Coahuila, II (1979 + -)

El ventilador del techo zumba suavemente y sólo remueve el aire caliente sin refrescar absolutamente nada. Dos obreros risueños y gritones bromean mientras piden otras cuatro cervezas. A la mesa de lámina, con anuncios de Carta Blanca en la cubierta, se sientan dos clientes más: un hombre como de cuarenta años con características indeterminadas, viste como campesino, aunque sus botas no parecen haberlo llevado nunca a trabajos de barbecho; evidentemente no es obrero. Completa el cuarteto alguien de mediana edad; se nota fuerte y ágil; trae un sombrero que aparentemente nunca se quita, dada la forma en que lo porta. Se llama Hilario.
El mesero trae cuatro cervezas y retira los envases de las anteriores. Los clientes toman de su botella y el silencio de hace denso de pronto.
Dejan las bebidas e Hilario comienza a hablar:
-Yo también trabajé en Altos Hornos, pero me salí para ir a nuestro nuevo ejido. Todo para que luego la policía ganadera nos sacara a la mala.
Los otros tres lo escuchan con atención. Sus rostros sudorosos muestran la concentración con que siguen el breve relato de Hilario. El calor aumenta en esa tarde, uno de los oyentes limpia con un paliacate rojo las gotas de sudor que escurren por su cara. Los cuatro saben que pronto brotará la broma.
- A ver ¿De qué nuevo ejido nos hablas?
-Un nuevo centro de población. Veinte mil hectáreas cerriles ya casi pegadas a la frontera. Pueden dar para vivir muy bien.
-No jodas ¿Cuál nuevo centro de población si allá no hay nadie? Por esos desiertos ni los perros cagan.
-Eso crees tú. No llueve mucho pero hasta tenemos bosque. Si no pregúntale a Salomé en lugar de que nada más le compres horchatas cuando sales de la planta.
-¿Y qué tiene que ver Salomé en esto?
-Pos fácil. Él y sus dos hermanos también son ejidataros de allá, igual que yo y el Ismael.
-Pero ¿qué carajos es un nuevo centro de población?
-Ya no chingues, que eso se los explique el Profe como explicó la forma en que recuperamos las setecientas hectáreas en Castaños (aquí la explicación). De plano ustedes parecen niños de segundo de primaria.
-Niños pero cogelones. Tú chúpale a la cerveza que se te va a calentar.
Fue así como la siguiente reunión para redactar "El trabajador de pie", el Profe propuso a los doce obreros presentes:
-Mejor vamos a sacar ahora un volante para apoyar a los compañeros del nuevo centro de población "La Esperanza".
Todos preguntaron qué era eso. Tras la explicación del exmaestro se aprobó hacer el volante sobre el tema.

jueves, 23 de julio de 2009

El Mezquite, Cardonal Hidalgo (1985 + -)

-Antonio. Antonio. ¡Antonio! Hay mucho ruido en casa de Leobardo. Asómate a ver qué pasa.
-Se estará peleando con María.
-Son voces de hombre. Despiértate bien. Algo pasa.
-Está re'oscuro. No me vengas con que Leobardo está saliendo a quebrar magueyes que no tiene.
-¡Qué te despiertes! Oye bien. Se están peleando.
-De veras ¡Carajo! Se están peleando. Son puros cabrones.
-Primero vístete, Antonio. Está fresco afuera.
-Tú no te levantes . Acuéstate ¡Que te acuestes! Yo voy solo.
-No me empujes.
-Ya cálmate, Juana. El relajo está muy feo. Hartos están hablando y gritando. Hay mucho ruido. 'Horita vengo.

Son como las cuatro de la mañana. No hay luna. Antonio siente que gran número de vecinos van rápido hacia la casa de Leobardo. Oye que un automóvil arranca. De pronto se encienden las luces de otros tres vehículos que también arrancan y parten levantando polvaredas.
Rummm, ruuuuuumm, rum.
A la luz de los faros del último coche alcanza a ver sombras persiguiendo a los automóviles que huyen. Algunas siluetas se recortan contra las nubes de polvo iluminadas por las calaveras de los autos. Antonio cree ver tres o cuatro fantasmas arrojando piedras con furia.
Crash, crash, crash.
Ruuuum.
Los automóviles se pierden en la distancia.
-Pinches judiciales, hijos de la chingada ¡se llevaron a Leobardo!
-¡Máximo, ven! Hay que ver a dónde lo llevan.
-Sólo vayan ustedes dos. Los de más, hay que llamar a junta.
-Doña Mari ¿qué fue lo que pasó?
-Pos no sé bien, sólo entraron los judiciales y sacaron a Leobardo a jalones. Casi tumban la puerta. Se defendió bien, pero eran muchos.
***
Escasos quince minutos después el aula más grande de la escuela está totalmente llena.
-Lo único que sabemos es que los judiciales se llevaron al comisariado
-Máximo y Ambrosio y alguien más se fueron a Ixmiquilpan.
-También iban Pedro y Emeterio. Pero sabe si a Leobardo se lo habrán llevado a otro lado.
-Uno de los judiciales es al que le dicen "el Sapo". Yo lo vi bien.
-Cálmense, compañeros, hay que esperar a los que fueron para saber qué pasó.
-No doña Leoncia, hay que ir todos a buscarlo.
-Dejen que hable Ramón, para algo lo nombramos delegado.
-Hay que esperar aquí reunidos a que vengan Máximo y Emeterio.
Minutos después eso fue lo que se decidió.

jueves, 16 de julio de 2009

Ejido Castaños (1978 + -)

Los tres jóvenes, campesinos en apariencia, están frente al delegado de la Reforma Agraria de Coahuila, dos sentados, el tercero de pie.

-Nuevamente esta monserga- piensa vagamente el funcionario- Estos pobres cuates están jodidos.

-Otra vez este cabrón- dicen para sí dos de los jóvenes, ambos campesinos y ejidatarios. El tercero escucha con atención al burócrata, tratando de adivinar qué piensa.

-Su solicitud es improcedente- dice con prepotencia el representante agrario -esas setecientas hectáreas está protegidas por un amparo.

En los ejidatarios el rostro se contrae en un gesto de ira. Una y otra vez han recibido la misma respuesta en los últimos cinco meses.

El tercer joven dice con suavidad:

-¿Nos puede permitir ver el amparo, señor ingeniero?

Tal vez la prepotencia y el orgullo del burócrata no le permitieron ver en los rostros el reflejo de lo que pensaban y sentían sus interlocutores o tal vez la seguridad de ser superior a los tres pobres campesinos le impidió valorarlos adecuadamente. El caso es que, por esas u otras causas el delegado salió de su oficina, dejó un buen rato abandonados a los tres demandantes, regresó displicente y entregó la solicitud de amparo y su correspondiente resolución definitiva -un legajo de unas treinta hojas- a los tres supuestos ejidatarios -uno no lo era, sólo había sido maestro rural y ahora se movía libremente viviendo casi de la caridad pública.

El exprofesor rural tomó el legajo con calma y lo empezó a leer. La solicitud formulada por los viejos hacendados de la población de Castaños pedía la protección federal para veinte hectáreas, adjuntas al casco de la hacienda, ya en terrenos urbanos, que indebidamente -así se asentaba en la solicitud- habían sido entregadas como parte de una segunda ampliación al ejido Castaños.

Quien leía pensó: "Solamente se pide amparo para veinte hectáreas, no para las setecientas ".

Todos los alegatos, considerandos, testimonios y demás enredos procesales se los brincó el exprofesor y se fue a leer la resolución que nadie había recurrido y por lo tanto era firme. La tal resolución decía en esencia: " ... se concede la protección federal a los señores [nombre de los demandantes que nadie recuerda ya], por lo que se les deberán devolver las veinte hectáreas que se señalan al inicio de la solicitud ..." y seguían las fórmulas, sellos y firmas de rigor. Caso cerrado. Todo claro.

Con la misma seguridad con la que solicitó los papeles del amparo, sin siquiera levantarse de su asiento, aquel mentor metido a campesino dijo:

-Señor ingeniero, el amparo es bueno, en eso usted tiene razón, pero sólo defiende veinte hectáreas colindantes con el casco de la exhacienda, las otras setecientas siguen siendo de los ejidatarios. Ya se les entregaron legalmente una vez y se las tienen que regresar de inmediato.

No tiene caso describir la sorpresa, el enojo y el desconcierto del delegado. Ninguno de sus tres interlocutores de entonces recuerdan nada al respecto. Las setecientas hectáreas les fueron devueltas al ejido menos de dos meses después. Actualmente los ejidatarios pastorean ahí sus ganados. En algunas rinconadas siguen sembrando maíz de temporal.

jueves, 9 de julio de 2009

Comentario a la entrada anterior

El comentario que aparece en esta entrada se hizo a la entrada anterior.
Actualizaciones posteriores obligaron esta nota.

Altos Hornos, planta uno. Monclova, Coahuila I (octubre de 1978)

Estás parado a la entrada de un largo túnel -cuarenta metros, tal vez-. Hace frío, tus dedos agarrotados se aferran al paquete de dos mil hojas mimeografiadas, como si los volantes fueran un soporte confiable. Te asusta el torrente de obreros, envueltos en sus gruesas y toscas chamarras, que descienden apresuradamente de la larga fila de camiones que se alínean al bordo de la banqueta. El alud humano parece que va a barrerte.

-Tum, tum, tum.

"¿Me irán a correr?" piensas asustado "¿Alguien me dirá, con malos modos, que ahí no se puede repartir propaganda política?"

-Tum, tum, tum

El alud se disuelve a tus costados. Nadie te habla, nadie te toca pero muchos se te acercan. La penumbra del amanecer que todavía no comienza a las 6:35 de ese otoño en Monclova apenas te permite entrever la manos callosas que delicadamente se llevan uno a uno los volantes. No tienes que repartirlos. Al paso, que es rápido, cientos de obreros toman sus volantes. Mientras tú entregas uno, otros diez se van solos.

En menos de quince minutos se acabó el paquete. No fuiste agredido, no fuiste empujado, no fuiste interrogado. No viste rostros, sólo fue un torbellino. No viste sonrisas, ni enojos, ni sentiste emoción entre quienes tomaron las hojas.

Ya sin volantes y sin los temores iniciales empiezas a observar tu entorno. Siguen llegando multitud de obreros, ahora con un poco más de prisa. Sólo ves rostros concentrados, algunos somnolientos, muy pocos sonrientes. La mayoría parecen sombras que pasan veloces junto a ti. Pocos se saludan, tienen que llegar a tiempo para checar su tarjeta.

Poco a poco empiezas a ver detalles. Hay otras seis personas repartiendo propaganda: hojas un cuarto de carta, volantes media carta, un periódico doble carta con seis folios y otros impresos del tamaño de las que te arrebataron. Notas que a todos los que traen propaganda se las quitan como a ti. Algunos, al entrar al túnel ya llevan cinco o seis impresos en sus manos.

El flujo de obreros disminuye, son pocos los que llegan, algunos corriendo y, de pronto, del túnel empiezan a regresar los miles que acaban de entrar.

No puede ser.

Pronto te das cuenta que son los que salen del turno de la noche. Cansados, a paso lento, pero con más bulla, salen platicando, riéndose, empujando. Ya nadie reparte propaganda, pero muchos la traen, la leen, la comentan, se paran a platicar en la banqueta. Han aparecido nuevos elementos: dos o tres personajes siniestros, que sacan gruesos fajos de billetes al tiempo que se les acercan algunos obreros entre los que reparten algo de ese dinero. Poco a poco la luz del amanecer te permite ver mejor el panorama.

Estás cansado, aunque el motivo son más bien tus emociones. Subes a un camión rodeado de obreros sanos, fuertes, toscos, todos con ropas de un vago color gris, polvoso; platican y ríen, otros empiezan a dormitar en el camión. Sólo piensas: "¡Qué fácil es repartir volantes en este punto! ¿Servirá de algo hacerlo?"

jueves, 2 de julio de 2009

El viejo Cristóbal

El pasado ... aquí está, y nos determina en gran medida.

Cristóbal Colón, primer europeo que buscando caminos desconocidos llegó a tierras ignoradas por las civilizaciones de Eurasiáfrica, lo único que realmente descubrió fue un camino que antes nadie usaba regularmente. No fue el primero en llegar, porque aquí ya vivían descendientes de hombre mucho más esforzados y aventureros que Colón. Miles de años antes hicieron otro camino por el que llegaron a este mundo que ya era viejo cuando llegó Cristóbal.

El hecho es que fue Colón quien trazó la nueva ruta, sin tener caminos previos, por la que llegaron a invadirnos primero los españoles, seguidos de portugueses, ingleses, franceses y algunos buscones más.

Nosotros seríamos diferentes si Cristóbal no hubiese llegado entonces. Si no él, pronto hubieran sido los portugueses o los ingleses y México sería otra cosa. No gastaré ni un golpe de teclado para tratar de imaginar los cambios. La realidad es que con Colón llegaron los españoles y empezó la sacudida que cambió lo que había, dando paso a que se formara lo que ahora somos.

En resumen: el pasado está presente, lo conozcamos o no. Más vale que busquemos los caminos que vienen del ayer a nuestros días, aunque para ese trabajo no contemos con mapas que nos guíen.

En adelante estableceré puntos de partida de hace 20, 11, 43, 2, 104 ó 200 años ... y tal vez puntos de paso actuales.