La casa es un hogar campesino típico de esas tierras semidesérticas del centro de Coahuila: dos cuartos de adobe cubiertos con láminas de cartón y una techumbre adosada a una de las paredes y protegida por troncos y ramaje, donde se encuentra el fogón de leña.
Ocho campesinos, todos ellos varones de menos de 35 años, están apretadamente sentados en torno a una pequeña mesa rústica. Sobre el comal de barro las tortillas recién echadas dejan escapar un aroma que nos hace salivar cuando entramos sin que nadie nos note. Otra vez Felipe nos ha guiado hasta aquí. Una olla también de barro humea junto al comal en una esquina del fogón; las llamas de la leña lamen sus costados ennegrecidos. Guadalupe, la esposa de Hilario Zapata, coloca unas tortillas en el centro de la mesa, a un lado del molcajete de piedra del cual los comensales toman la salsa de tomate y chile verde.
–Gracias Lupe –dice uno que ya vive en la ciudad. En el campo se come en silencio.Guadalupe vuelve a llenar la cazuela que está en la mesa con frijoles que toma de la olla del fogón; varios de los presentes se sirven de ella. No hay cubiertos. La madre de Gudalupe y su hermana pequeña, muy diligentes y sin pronunciar palabra, muelen el nixtamal en un artefacto mecánico, ya no en el metate, y hacen las tortillas a mano, produciendo el característico sonido rítmico con sus palmas al dar forma a la masa.
Terminan de comer y alguien dice:
–Entonces qué hacemos, Hilario.
–Ya no hay terrenos para otra ampliación y somos muchos para las pocas tierras de labor que tiene el ejido. Y el agostadero tampoco aguanta más animales.
–Por eso les digo: vamos a ver las llanuras y los montes allá al norte, más adelante de los Soriano. Hay harto terreno. Pancho Soriano me contó que los dueños son gringos. Tienen las tierras abandonadas y llegan hasta el río Bravo. La Constitución dice que los gringos no pueden tener tierras mexicanas antes de 50 kilómetros de la frontera. Seguro nos dan un nuevo centro de población ejidal. Será difícil irse a vivir allá. No hay nada, ni hay nadie, pero vale la pena.
–Y de qué vamos a vivir ¡Carajo!
–No seas miedoso. Con un crédito de Banrural metemos ganado, como los Soriano. También a nosotros nos puede ir bien, pero hay que chambearle duro.
–Yo sí l’entro.
–Pos yo mero también. Y tú, Salomé ¡No te rajes!
Nos costó trabajo seguir la conversación. Se nota que ninguno de ellos va a ser de los nuestros pronto. Es ese canijo de Felipe el que mejor les entiende; a veces hasta nos traduce. De las once personas que estaban bajo la techumbre ninguna notó nuestra presencia.