jueves, 31 de diciembre de 2009

La Esperanza II, Coahuila. En casa de Hilario Zapata (abril de 1971)

La casa es un hogar campesino típico de esas tierras semidesérticas del centro de Coahuila: dos cuartos de adobe cubiertos con láminas de cartón y una techumbre adosada a una de las paredes y protegida por troncos y ramaje, donde se encuentra el fogón de leña.
Ocho campesinos, todos ellos varones de menos de 35 años, están apretadamente sentados en torno a una pequeña mesa rústica. Sobre el comal de barro las tortillas recién echadas dejan escapar un aroma que nos hace salivar cuando entramos sin que nadie nos note. Otra vez Felipe nos ha guiado hasta aquí. Una olla también de barro humea junto al comal en una esquina del fogón; las llamas de la leña lamen sus costados ennegrecidos. Guadalupe, la esposa de Hilario Zapata, coloca unas tortillas en el centro de la mesa, a un lado del molcajete de piedra del cual los comensales toman la salsa de tomate y chile verde.
–Gracias Lupe –dice uno que ya vive en la ciudad. En el campo se come en silencio.
Guadalupe vuelve a llenar la cazuela que está en la mesa con frijoles que toma de la olla del fogón; varios de los presentes se sirven de ella. No hay cubiertos. La madre de Gudalupe y su hermana pequeña, muy diligentes y sin pronunciar palabra, muelen el nixtamal en un artefacto mecánico, ya no en el metate, y hacen las tortillas a mano, produciendo el característico sonido rítmico con sus palmas al dar forma a la masa.
Terminan de comer y alguien dice:
–Entonces qué hacemos, Hilario.
–Ya no hay terrenos para otra ampliación y somos muchos para las pocas tierras de labor que tiene el ejido. Y el agostadero tampoco aguanta más animales.
–Por eso les digo: vamos a ver las llanuras y los montes allá al norte, más adelante de los Soriano. Hay harto terreno. Pancho Soriano me contó que los dueños son gringos. Tienen las tierras abandonadas y llegan hasta el río Bravo. La Constitución dice que los gringos no pueden tener tierras mexicanas antes de 50 kilómetros de la frontera. Seguro nos dan un nuevo centro de población ejidal. Será difícil irse a vivir allá. No hay nada, ni hay nadie, pero vale la pena.
–Y de qué vamos a vivir ¡Carajo!
–No seas miedoso. Con un crédito de Banrural metemos ganado, como los Soriano. También a nosotros nos puede ir bien, pero hay que chambearle duro.
–Yo sí l’entro.
–Pos yo mero también. Y tú, Salomé ¡No te rajes!

Nos costó trabajo seguir la conversación. Se nota que ninguno de ellos va a ser de los nuestros pronto. Es ese canijo de Felipe el que mejor les entiende; a veces hasta nos traduce. De las once personas que estaban bajo la techumbre ninguna notó nuestra presencia.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Nosotros en una cantina (actualmente)

Hace poco nos juntamos en el D.F. La ciudad de México nos cansa, es caótica pero también maravillosa. Fuimos a la cantina "La Mansión de Oro" que nos trae muchos recuerdos. Ya entrados en copas nos estábamos preguntando qué habría pasado con aquel ñahñúh del Mezquite al que le tiraron su casa. Con él y con su hija. Ninguno de nosotros tenía noticias. Hasta que llegó la memoria de Felipe Gómez; esos recuerdos que viven en nosotros y que buscan afanosamente todo lo relacionado con las luchas agrarias. Felipe Gómez nos contó algo que no tiene que ver ni con Anastasio Yeso ni con su hija, de quienes suponemos tenían casa en algún otro lado. Sabemos también que vivían más del comercio que de lo producido en su parcela. Su terreno era un poco más de una hectárea, de temporal, casi desértico como todo el Valle del Mezquital antes que lo regaran las aguas negras. No tenía riego porque Anastasio nunca quiso aceptarlo. Pero los recuerdos sí tienen que ver con el Mezquite y sus luchas y con el desalojo de los Yeso en particular. Transcribiremos lo que nos narró Felipe Gómez.

Los bienes comunales de Puerto Tetzo

El día que estábamos tomando en una cantina del D.F. Felipe Gómez nos contó lo siguiente:
Resulta que un grupo de diez y siete jóvenes, muchachos entre los 18 y 24 años, hijos todos ellos de comuneros de Puerto Tetzo, se enteraron de la medida drástica tomada por los ejidatarios y comuneros del Mezquite.
Nada hubiera pasado sin lo que les platico a continuación:
Las familias de Puerto Tetzo, 197 a principios de la década de los ochenta, tienen su hogares desde tiempos inmemoriales en una hondonada rodeada de cerros áridos, formados por piedras y algo de tierra caliza, sin señales apenas de capa arable, en el municipio de Cardonal, estado de Hidalgo. La escasa vegetación se compone de cardones, lechuguilla y poco más, que sólo algunos insectos y las cabras propias de la región pueden aprovechar para convertir en proteína animal. La zona es una clásica "región de refugio" a la que se remontaron los ñahñúhs cuando los aztecas pretendieron sojuzgarlos, mucho antes de la conquista española. Poco a poco, a partir de mediados del siglo XX llegaron y fueron creciendo los sistemas de riego con aguas negras de la ciudad de México en el Valle. Puerto Tetzo, por su altura, no se vio beneficiado con esos sistemas. Aunque el agua hubiera llegado, las laderas rocosas de los cerros que rodean al poblado no se hubieran podido cultivar sin costosos y difíciles trabajos de terraceo y otras obras de infraestructura agrícola inalcanzables para los habitantes de esa población. Terrenos tan inhóspitos nunca los ambicionó nadie, ni los aztecas antes de 1500, que sólo molestaban a los ñahñúhs de vez en cuando para cobrarles impuestos de guerra, ni los españoles durante la colonia, que pasaban cerca de ellos, rumbo a la rica región minera de Zimapán, ni menos aún los hacendados del porfiriato, de los cuales los más cercanos constituían la aristocracia pulquera de los llanos de Apan.
De este modo en 1983, sin mayores esfuerzos, los 197 jefes de familia lograron que la Reforma Agraria tramitara la resolución presidencial de reconocimiento y titulación de 1,308 hectáreas que los pobladores poseían desde hacía más de 700 años. Se legalizaron así los "Bienes Comunales de Puerto Tetzo" con 197 titulares beneficiados. Muchos de sus hijos mayores de diez y seis años fueron clasificados en la propia resolución presidencial como "campesinos con sus derechos a salvo", lo que significa que se quedaron sin derechos dentro de los Bienes Comunales (contradicciones legales que no deberían existir, pero ...)
Tengo que contarles otras cosas, tal vez más importantes. Al rato le sigo. Por lo pronto hay que decir “salud”.
Seguimos tomando en La Mansión de Oro casi hasta el amanecer y en esa ocasión no se volvió a tratar el tema de Puerto Tetzo.

jueves, 17 de diciembre de 2009

El camino hacia el grupo de los verdes II, Monclova Coahuila (julio o agosto de 1978)

La lista fantasma se está desbaratando en tus manos. Tanto has desdoblado, doblado, leído y consultado esa hoja de papel revolución. Estás cansado de no avanzar en la construcción de tu partido; sobre todo de no hacerlo entre el proletariado de Monclova. Para eso te comisionaron a esta ciudad eminentemente obrera.
Todavía vives en esa posada de mala muerte, pagando treinta pesos por noche que con dificultad obtienes vendiendo periódicos de tu partido. De algo más te ha servido venderlos. En la lista que se hace polvo tienes un nuevo nombre que tú mismo has escrito: Fernando Cublero. Aquellos obreros cuyo rostro y nombres ya olvidaste te hablaron mucho de él. Se hace presente en toda lucha obrera o sindical y hasta en las luchas populares como la que el propio grupo de los blancos encabezó para detener el alza en las tarifas del trasporte urbano. No te dieron direcciones o teléfonos para localizarlo, pero te aseguraron que, si preguntas, cualquiera te puede ayudar a dar con él.
Qué bueno que te decidiste y empezaste a preguntar, aunque fuera en el local de los azules, charros como los que más. Efectivamente ellos también lo conocían y te concertaron una cita con Fernando en el restaurante del mejor hotel de la ciudad, por cierto nada del otro mundo.
Le hablaste de tu partido y mostró mucho interés. No entendemos cómo no te das cuenta que te quiere sacar la mayor cantidad de información posible. Claro está que sabe bien, o supone, que para lograrlo debe darte algo y así te ha empezado a contar cómo fue que el grupo blanco llegó al poder. Afirma tener información de primera mano totalmente respaldada en documentos originales. Desde hace años te han interesado los movimientos obreros, tú mismo has querido ser obrero, así es que también le respondes a Fernando mostrando un auténtico interés por todo lo que te va contando.
Ahora vemos claro y entendemos como nació esa relación a través de la cual conociste mucho de las luchas proletarias de ese centro obrero tan especial en todo México. Cuando años después estuviste en Villahermosa, Tabasco, tratando de construir tu partido entre los petroleros, notaste que ni siquiera en ese estado sureño había una conciencia sindical generalizada como en Monclova, a pesar de la fama y el real movimiento obrero de petroleros que existía en ese estado.
Nos urge que nos cuentes más sobre ese tema y no sobre una mesa que te servía de cama en una excantina que poco le faltaba para que se derrumbara.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Felipe Gómez el día de la toma de Zacatecas (23 de junio de 1914)

A eso de las nueve de la mañana montaste tu caballo que caracoleaba impaciente; parecía que adivinaba tu desasosiego.
–¿Qué haces a caballo tan temprano? La orden es que comenzamos a las diez, ni un minuto antes: ¡hasta que truene el primer cañonazo! –te dice Jacinto con la confianza del amigo viejo.
–¡Calmado, Chinto! Sólo estoy calentando al caballo. Además sé muy bien que primero va la infantería. Nosotros entraremos al final.
–¿Y cómo sabes eso?
–El otro día alcancé al general Ángeles; iba explicando el plan al tal Juan, uno de sus ayudantes. Ya viste que también cambió los cañones ¡Destanteada que les está poniendo a los pelones!
***
Eres sabio, mucho. Pronto entendiste la estrategia para este día, entre las medias palabras que escuchaste. Pero cada minuto nosotros te oímos y entendemos mejor. ¡Mala señal!
Comprendemos tu entusiasmo. Intuyes muy bien que esta batalla será decisiva. Si la ganan ustedes los repartos de tierra se generalizarán muy pronto. Podrás regresar a Jaumave y abandonar la talla del ixtle. La revolución triunfante le quitará la Maroma al viejo Alcántara y ya podrás dedicarte, con tu hermano Manuel –al recordarlo esbozas una sonrisa–, a cultivar tus propias tierras. Le darás una mejor vida a tu mamá. Tu padre, que murió como peón acasillado, sin dinero para ver a un buen doctor, tal vez se entere y se alegre de tus triunfos.
***
Cuando a las diez de la mañana sonó el primer cañonazo subiste a la loma donde hace tres días colocó unos cañones Felipe Ángeles. No duraste mucho bajo el escuálido pirul: los pelones empezaron a bombardear la posición creyendo que los cañones todavía estaban por ahí. Regresaste y con tu grupo de a caballo te moviste a otro punto, lejos de donde estallaban las granadas enemigas, pero siempre cerca de Maclovio. Tendrás que esperar pacientemente la orden de que la caballería ataque. Hoy es el día de la artillería y de la infantería, aunque ustedes sean los preferidos de Pancho Villa. Quieres seguir viendo la batalla, pero Maclovio ha ordenado que ustedes descansen y tomen algo de alimentos. Hubieras preferido ser de los que están llevando parque y agua a los de a pie, sobre todo que desde donde estabas observaste claramente cómo se avanza: la artillería de Ángeles bombardea un punto mientras los de a pie esperan; cuando acaba el bombardeo la infantería toma el punto bombardeado y vuelven a esperar que se destruya la siguiente línea enemiga. Sabes, no entiendes bien por qué, pero lo sabes perfectamente, que este día la victoria será de ustedes.
***
Nosotros que escribimos tenemos una ventaja sobre los que leen. En nuestra condición podemos ir a varios lugares y escuchar lo que otros no oyen por estar muy lejos. Así, faltando como unos veinte minutos para las seis de la tarde de ese 23 de junio, escuchamos claramente lo que dijo Felipe Ángeles al ver que los federales abandonaban sus posiciones y huían desordenadamente:
“Ve a decirle al General Villa: ¡Ya ganamos, mi general!”
Aunque eso era cierto aún faltaban muchos tiros por dispararse.
***
Por fin, poco después de la seis de la tarde de ese día de solsticio veraniego, a tu grupo de caballería se le dio autorización para intervenir en la toma de la ciudad.
Te fue muy difícil avanzar al paso guardando las energías de tu montura para el asalto final. Cuando llegaste a las primeras casas de Zacatecas te ganó la impaciencia. Sentiste la victoria que a esa hora ya estaba asegurada aunque los pelones, cortadas todas las salidas de la población, luchaban todavía para defender su vida, ya que no había nada más por qué pelear. Espoleaste tu caballo y te adelantaste irresponsablemente al grupo de la gente que mandabas. Entre el polvo y el zumbar de las balas Jacinto te vio por última vez sobre la silla de montar. A caballo no había quien te parara.
***
Son las ocho de la tarde. En estos largos días hay todavía mucha luz. Nos encontramos a Jacinto sentado en el reborde de una banqueta. Con él no podemos adivinar lo que piensa. Falta mucho para que sea de los nuestros, pero notamos claramente que está llorando. La victoria, completa a esas hora, no la ve ni la siente. En el silencio de ese atardecer escuchamos los sollozos del hombre que no llega a los diez y nueve años. A su lado, tras los escombros de una casa bombardeada descubrimos el cadáver de Felipe todavía en actitud de disparar su treinta-treinta. A mitad de la calle está reventado el caballo en que siempre cabalgaba.
Con una extraña mezcla de tristeza y rabia Jacinto se pone de pie y grita golpeándose el pecho.
–Federales, pelones hijos de la chingada: Ahora seguiré luchando con Pancho Villa hasta que no quede ninguno de ustedes vivo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Recordando un noviembre de 1978 en Monclova Coahuila (actualmente)

Una mesa, sí una mesa muy grande, más de tres metros de largo. Nunca la medí, pero era de más de tres metros. Tenía al menos un metro veinte centímetros de ancho. Casi tan ancha como una cama matrimonial. Recuerdo que ese día hacía frío cuando me desperté. Sí, sí, claro, dormía en la mesa, no había casi nada más en esas "oficinas".
El local había sido cantina, según me dijeron los del grupo verde, que fueron los que pusieron el dinero para el depósito y un mes de renta.
La construcción estaba en muy mal estado. No contaba con agua ni con luz eléctrica. El agua la conectamos a los pocos días como si fuéramos piratas. Por cierto lo de piratas casi no se usaba en aquellos tiempos, todavía sin computadoras ni estos avances electrónicos actuales con que se piratean música, películas y hasta libros.
La excantina, dos cuartos, uno de casi tres metros de largo y el otro de cuatro, separados por un portal de pared a pared, tenía los muros descascarados y el techo de vigas mostraba lugares donde parecía que las goteras serían enormes. Capas de lodo seco y endurecido cubrían el piso y sobre ellas había más capas de polvo acumulado durante los años en que el local no se había usado. Menos mal que el mingitorio funcionaba y ya no apestaba como suelen oler los orinales en las cantinas, que en aquel entonces y en Monclova tenían prohibidísima la entrada a mujeres.
Pero estaba hablando de la mesa de la que me levanté aquel día. La habían traído los verdes. La tomaron de no se qué oficina sindical. No recuerdo si de la de la sección 147 o de las oficinas que Napoleón les montaba a “sus grupos”, fueran azules o rojos.
Tras despertarme y bajar de la mesa me senté en una de las cuatro bancas corridas también conquistadas por los verdes. Contemplé con orgullo, en el otro extremo de la mesa, el viejo mimeógrafo de alcohol (tendría que aprender a usarlo) igualmente aportado por el grupo. Había sido una suerte contactarlo. Lo que me parecía curioso era que Fernando Cublero, que fue quien me dio las señas para que localizara al grupo verde, no se apareciera nunca con ellos, sino un poco antes o después y que no hubiera cooperado en nada para montar la oficina. No teníamos claro si aquello era local oficial de los verdes o local de mi partido que empezaba a formarse en la ciudad. Al menos yo me hacía ilusión de tener por fin una oficina partidaria. El tiempo aclaró las cosas cuando en la excantina empezaron las reuniones de campesinos y de obreros de la sección 288, además de otros de la sección 147 que no habían sido verdes. Poco tiempo después de rentar el local el grupo de los verdes dejó de identificarse con ese nombre. Mis ilusiones me hacen pensar que se sintieron militantes del partido y aunque se interesaron poco por la política general, en torno a esa mesa se hacía una gran actividad de política sindical. Desde esas “oficinas” el grupo de obreros de la planta dos de Altos Hornos, pertenecientes a la sección 288 del Sindicato Minero Metalúrgico (SNTMMSRM) empujaron decididos aquella famosa huelga de los 21 días en contra de todas las fuerzas que se le oponían. Junto con una muy amplia base obrera no organizada formalmente se lograron mejoras en el contrato colectivo, a pesar de la empresa, de la dirección nacional del propio sindicato y de los charros locales que dirigían la sección a las ordenes de Napoleón.

–Está bien. Ya párale. La verdad es que tus recuerdos están muy confusos. Ponles un poco de orden antes de seguirnos contando. De por sí entre nosotros no sabemos quién es el narrador de lo que escribimos y todavía tú llegas de no se sabe dónde a poner más confusión. Platica con Felipe Gómez. Él tiene sus recuerdos más ordenados. Y no vengas a meter más caos en lo que ya está muy enmarañado.