jueves, 30 de diciembre de 2010

Andanzas de un diputado, I

– ¿Tú qué opinas, Felipe? Quienes eran diputados en la década de los ochenta ¿eran diputados iguales a los actuales? ¿todos, o algunos? ¿tenían características diferentes?
– ¡Qué preguntas son esas! Todos nosotros estamos de acuerdo que actualmente los diputados, independientemente del partido al que pertenezcan, son más o menos iguales, solamente buscan lo que ellos llaman “poder”, quieren ser diputados para ascender en esa escala, ellos o el grupo al que pertenecen, que bien puede cambiar de un día para otro. En la década de los ochenta había diputados de muchos tipos. Tal vez la mayoría ya eran como los actuales, pero también los había con ideologías o tendencias bien definidas que luchaban por proyectos de nación diferentes, hasta antagónicos. Incluso había diputados con comportamientos inusuales, no acostumbrados entonces y mucho menos ahora ¿Por cuál de esos tipos preguntas?
– ¡Felipe Gómez siempre tan propio! ¡No te enredes! Mejor dinos a qué comportamientos inusuales te refieres.
– Y para qué les cuento yo si por ahí tenemos una narración de quien era diputado local en la década de los ochenta: Vamos a oírlo y después que cada quien opine. Lo conocemos, es "el Profe", sabemos que robaba votos ...
– ¡Ya deja que él nos cuente! – Interrumpen a Felipe. Luego guardan silencio. Empieza la narración del Profe:

"Voy subiendo por un camino que serpentea entre una densa vegetación. La camioneta que conduzco gime con el esfuerzo de levantar su peso varias veces su altura cada cincuenta o cien metros. A la derecha, apenas barruntado entre los troncos de los árboles y los matorrales que nacen a su sombra y trepan por sus troncos hasta encontrarse con las ramas, un abismo hace que involuntariamente mueva el volante a mi izquierda, donde la cuneta, erosionada por las constantes lluvias, se ahonda hasta amenazarme con un vuelco si una rueda cae a ella.
¿Por qué voy, solo, subiendo esta mañana a la cumbre de un cerro que casi en su cima tiene un pueblo en que peligra mi vida?
Hace tres meses llegué a una oficina, en el Distrito Federal, que está siempre sucia y desordenada. Entran y salen de ella campesinos de todos los rumbos del país. Jóvenes de ambos sexos dialogan con los mexicanos que sienten que su patria es el suelo que pisan, la tierras donde levantan sus casas y la parcela que cultivan o quieren cultivar como seguros poseedores, para arrancarle el sustento de ellos y sus familias. Lo único valioso que cargan los campesinos que van a esa oficina son sus esperanzas, su historia y, en ocasiones, papeles sobados, releídos y heredados de padres a hijos, que les garantizan la propiedad colectiva de sus tierras. Son viejas resoluciones presidenciales que dotan o amplían su ejido, resmas de copias de papeles que han entregado para que su solicitud de tierras prospere o los límites de su ejido se respeten y, a veces, pergaminos del tiempo de la colonia, cédulas reales o virreinales que les otorgaron el disfrute a perpetuidad de terrenos comunales.
Me encontraba sentado, descansando, en un lugar apartado de esas oficinas de la organización campesina de mi partido, totalmente abstraído de lo que a mi alrededor pasaba. Pocos y de no urgente resolución eran los problemas que ese día llevaba en mi ajado portafolios. Iba prácticamente a visitar a mis compañeros de lucha, de pequeños triunfos y de múltiples fracasos. Tras los saludos a los amigos, que no interrumpieron sus ocupaciones, decidí sentarme en aquella esquina. Aunque eran las seis de la tarde, mi trabajo había terminado; esperaría a que se calmara el barullo que me abrigaba; iría tal vez a comer tacos en alguna esquina con el compañero que se desocupara primero, y tendría que buscar lugar para dormir esa noche: algún rincón en un viejo departamento o un sofá desvencijado en casa de algún amigo.
De pronto, alguien me dijo, con el teléfono en la mano:
– Profe, te habla Talamantes, es urgente.
Con la llamada del secretario general del comité central de mi partido, comenzó esta pesadilla que hoy me empuja a subir por un camino que más parece despeñadero de mulas en una serranía de cuyos abismos no veo el fondo y que sólo su vegetación hace menos terrible.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Una invasión de tierras “agrícolas” (Entre 1978 y 1979)

– A ver, compañeros, tenemos que reorganizarnos, el Profe ya se fue a Monclova. Al comité estatal lo rehacemos hasta la próxima asamblea general. Por ahora debemos encargar a alguno de ustedes la atención a los comités de base a los que iba el Profe con más frecuencia
– No te hagas, Pablo, a todos vamos todos casi indistintamente. Claro que el Profe iba mucho a la Trinchera, por la hija de la presidenta. De hecho en ese comité militaba el Profe, pero muchos acostumbramos ir a esas reuniones. Hasta creo que Ricardo también milita ahí.
– No. Yo milito en el comité de mi colonia pero sí voy mucho a la Trinchera y ese comité puede funcionar muy bien solo.
– Bueno – cierra el punto Pablo Vilchis – a los otros comités seguimos yendo todos, pero al comité de Cucharas casi nadie ha ido, además del Profe y a veces Ricardo. Además en la asamblea yo voy a proponer que Ricardo se haga cargo, con Ismael, de todos los asuntos agrarios. Ricardo Esquivel desde ahora tu atiendes al grupo de Cucharas. Y apúrale con esa solicitud de tierras. No la dejes dormir en un cajón de Reforma Agraria.
Los trámites y gestiones continuaron durante cuatro meses más, pero al fin de ese tiempo el grupo de Cucharas decidió invadir los terrenos con los que soñaba. Las reuniones al principio semanales se hicieron más frecuentes al acercarse la fecha de la invasión. Finalmente cincuenta y siete varones de los setenta y tres solicitantes originales, apoyados por sus hijos mayores, esposas en muchos casos y vecinos de la colonia formada en los terrenos de Casimiro Herrero, un poco más de ciento cincuenta personas en total, pasadas las doce de la noche de un martes, con cuidado de no romper las cerca de alambre de púas “para no despertar sospechas”, se metieron a los “terrenos agrícolas abandonados y sin dueño conocido”. Eligieron para su campamento un terreno rodeado de huizaches, nopales y otros cactus, ligeramente más hondo que las tierras circundantes, entre la carretera y el paso del río conocido como Cucharas. Ricardo Esquivel lo propuso después de una cuidadosa búsqueda, argumentando que por no ser el lugar visible desde la carretera eso les aseguraría “no ser descubiertos” para que así la fuerza pública no los desalojara.
Por ese entonces las invasiones de terrenos urbanos para formar colonias de “paracaidistas” eran muy frecuentes en la ciudad de Monterrey. Cuando los invasores eran pocos la policía estatal los desalojaba en menos de 24 horas. Algunos predios invadidos por grupos numerosos y muy bien organizados se mantuvieron en una lucha constante durante años parar no ser desalojados, viviendo en condiciones muy precarias. Entre esos grupos hubo muchas tendencias y obtuvieron resultados diversos: algunas son actualmente colonias regularizadas donde a la postre la gente pagó por los terrenos y otras aun viven en la precariedad. Ocultar una invasión urbana era prácticamente imposible, pero el grupo de Cucharas pensó que ocultar una invasión en un enorme terreno abandonado, todavía sin presiones para convertirse en zona habitacional, sería posible en tanto empezaban a cultivar. Más tarde verían que hacer. Sus previsiones fueron erradas.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Otra nota del editor (tercera)

Ahora no son confusiones o problemas de los narradores de las historias que aquí se publican lo que me obliga a introducir una nota que rompe nuevamente con la costumbre de dar la palabra, o permitir que usen la pluma esos narradores. No, ahora es un artículo periodístico actual, del día 10 de este diciembre, que nos ha hecho pensar, a los narradores y a mi, que debemos publicarlo; lo escribe Víctor M. Quintana S. y se publicó en La Jornada el viernes pasado.
Algunas historias narradas en ese blog se parecen al citado artículo periodístico. Cambian circunstancias pero el fondo de lucha por la tierra es el mismo, aunque métodos y resultados difieran. No más explicaciones. He aquí el artículo:

Ejido Baqueachi: haciendo camino
Víctor M. Quintana S.
Esta vez, los policías ministeriales, vestidos de negro, fuertemente armados y a bordo de varias camionetas recorrieron los caminos de la Sierra Tarahumara, no para perseguir sicarios ni para amedrentar indígenas. Iban, simplemente, a apoyar la ejecución de cinco juicios agrarios que devuelven al ejido de Baqueachi 5 mil hectáreas, invadidas desde hace muchos años por los ganaderos que habitan el pueblo de San José. Iban listos para efectuar el raleo de ganado, pero, como dice Sun Tzu, la mejor batalla es la que se gana sin necesidad de pelearla: fue tal la fuerza de la comunidad indígena, tal el peso del proceso legal que ni las autoridades pudieron regatear el apoyo de la fuerza pública, ni los invasores pudieron entercarse a mantener las tierras invadidas.
Por resolución presidencial pronunciada el primero de marzo de 1928, el ejido Baqueachi, municipio de Carichí, del estado de Chihuahua, fue dotado con una superficie de 44 mil 784 hectáreas, para beneficiar a los integrantes de la tribu tarahumara del pueblo de Baqueachi.
El razonamiento que motivó la expedición del mandato presidencial fue –esencialmente– “…que esta tribu era una de las pocas en el norte de la República que conservaban todas sus costumbres ancestrales y había poseído desde tiempo inmemorial las tierras de que se trataba, por lo que, en rigor, deberían restituírsele, pero como carecían de títulos primordiales expedidos por la Corona española, era necesario dotarlo”.
Sin embargo, desde la ejecución de la resolución presidencial, la comunidad indígena ha estado padeciendo la ocupación de su territorio: por una parte, una serie de mestizos que se fueron avecindando e invadieron unas 25 mil hectáreas, y por otra, los ganaderos del vecino municipio de Nonoava, que se apoderaron de otras 7 mil.
La primera incursión trató de legalizarse, y en enero de 2006, 32 personas que no forman parte de la comunidad indígena, asesoradas por la Procuraduría Agraria, demandaron al ejido Baqueachi ante el Tribunal Unitario Agrario, reclamando reconocimiento como ejidatarios. La comunidad contestó las demandas, ofreció pruebas y opuso reconvención (contrademanda) de acuerdo con la ley. Luego de que se llevó a cabo el procedimiento de los 32 juicios en todas sus etapas, el Tribunal Unitario Agrario dictó las sentencias correspondientes, determinando que las personas que demandaron a Baqueachi no demostraron cubrir los requisitos establecidos en la Ley Agraria para ser reconocidos como ejidatarios y, en cambio, el ejido sí había aportado las pruebas suficientes para fundar sus pretensiones contenidas en la contrademanda, por lo que condenó a los demandantes a desocupar las tierras de uso común, propiedad de los indígenas y que indebidamente estaban usufructuando.
Aunque la comunidad ganó los 32 juicios, 28 de ellos fueron impugnados. Sin embargo, los tribunales federales ya han negado el amparo en 13 juicios. De éstos y de los cuatro que quedaron firmes, sin impugnarse, en 12 casos los invasores desocuparon voluntariamente el territorio. Y el pasado 25 de noviembre se llevó a cabo –por el Tribunal Unitario Agrario y con apoyo de la fuerza pública– la ejecución de tres sentencias, en las que se involucran aproximadamente 5 mil hectáreas que fueron entregadas, sin incidentes que lamentar, a sus legítimos propietarios, como señalamos más arriba.
Este primer y muy importante triunfo de la comunidad de Baqueachi se debe fundamentalmente a tres factores. En primer lugar, a la solidez y unidad de una de las comunidades que más guarda sus usos y costumbres entre la etnia rarámuri, y por una admirable conducción de las propias autoridades rarámuri. Patricio Chávez Gabriel, inteligente, socarrón y tenaz, comenzó la lucha como comisario ejidal; la culmina como siríame: gobernador de la comunidad.
Recuerdo la segunda junta que tuvimos con él, allá en 1995: sacando un pollo asado de su morral de ixtle nos dijo: Mejor traje la comida desde mi casa para que no tengamos que andar comiendo en casa de los chabochis del ejido, de los que nos meten el ganado a las tierras. Espléndida síntesis rarámuri de lo que significa la soberanía alimentaria.
En segundo lugar, al acompañamiento tenaz, capaz, abnegado y continuo –a lo largo de 15 años– del equipo que encabeza la abogada Estela Ángeles; del padre Nacho, redentorista de Carichí, y de la asociación civil Bowerasa, formada precisamente para apoyar a los indígenas en la defensa de sus territorios. Debe destacarse que este equipo ya pagó su cuota de sangre en la persona de Ernesto Rábago Martínez, pareja y coadyuvante de la licenciada Ángeles, asesinado el primero de marzo pasado, precisamente fecha en que se conmemora el aniversario de la dotación del ejido. Además, ya hubo un ataque armado a la hija de la abogada y amenazas a ella misma.
En tercer lugar, por el sabio manejo que comunidad y equipo han hecho de los apoyos de instancias y personajes externos: la misión tarahumara, algunas organizaciones no gubernamentales, diputados amigos y autoridades agrarias.
Con este triunfo rarámuri, que combina la unidad y la movilización comunitarias con una asesoría jurídica competente y comprometida, la comunidad de Baqueachi les dice a sus hermanos de los pueblos indios:
¡Bowerasa!: (vamos) haciendo camino.

El artículo fue extraído de la siguiente dirección: http://www.jornada.unam.mx/2010/12/10/index.php?section=opinion&article=024a1pol

jueves, 9 de diciembre de 2010

Primero de mayo de 1978

-¿Qué hago viajando en este autobús? - se pregunta el Profe al despertar, con un paquete de cien periódicos sobre las rodillas y una hoja manuscrita en la bolsa de la camisa.
Afuera la carretera se alarga en línea recta apuntando al centro de un macizo montañoso claramente dibujado en el horizonte, allá lejos, levantándose en el aire nítido de una mañana que empieza calurosa.
A los lados de la carretera, una llanura gris amarillenta, salpicada con una vegetación de cactus y agaves, se extiende hasta el horizonte, que forma una línea recta con el cielo azul, sin nubes. Las hojas gris verdosas de la gobernadora, planta típica del desierto coahuilense, no alcanzan a comunicar su color, siempre moribundo, a la llanura desolada. El monótono ronronear del autobús adormece a todos sus ocupantes y la soledad exterior se apodera del ánimo de los viajeros. Ni un poblado se percibe en la inmensidad que abarca la vista. Al frente, sobre la línea del horizonte de aquel páramo, el macizo montañoso parece un pegote grotesco, aplicado al panorama con técnicas tramposas de montaje cinematográfico. La irrealidad aparente del desierto invade el ánimo más templado y la sensibilidad más obtusa. Hace un poco menos de una hora que el Profe abordó el autobús en Saltillo. A las ocho de la mañana el calor no era mucho en "la ciudad del aire acondicionado", como la apodan los regiomontanos, pero luego que el camión enfiló por esta larga vía sin alteraciones que cruza impávida el desierto, la temperatura se elevó rápidamente en el vehículo de segunda clase. Al despertar el Profe siente cómo un sudor pegajoso le brota de todo el cuerpo. Ve las mangas de su camisa manchadas con la tinta de los periódicos que lleva sobre las rodillas. Tras reponerse de la sorpresa que le causó el desierto circundante y remontar la incomodidad de monótono zumbido del autobús y del calor que parece aumentar a ritmo similar al avance del camión, al Profe lo asalta un puñado de preguntas que parecen venidas de alguien ajeno: ¿Qué haces viajando a una ciudad, Monclova, que jamás has visitado? ¿A qué vas en este primero de mayo a un destino bien definido pero absolutamente desconocido? ¿Por qué dejas a tu compañera en Monterrey, si la amas tanto? ¿Cómo te atreves a aventurarte en este viaje con tan sólo unos pocos pesos en la bolsa y un paquete de periódicos que intentan diseminar la ideología de un naciente partido político nacional?
El naciente partido político en que milita el aventurero crece lentamente en los principios de esta administración de un presidente de México que pasará a la historia por haberse definido, ciertamente tiempo después de lo que narramos, como "un perro que defiende al peso con fiereza" ante las monedas extranjeras, cosa que hizo, pero sin éxito.
El Profe se sigue preguntando: ¿Qué haré en Monclova, ciudad eminentemente obrera, con una lista de personas supuestamente luchadores sociales? ¿Qué locura surrealista me ha invadido?
En la lista que tiene el ex maestro no aparecen direcciones ni teléfonos, sólo vagas indicaciones como: maestro de la escuela tal, campesino que lucha por el ejido equis o individuo que vive en la colonia fulanita con el cual platiqué alguna vez en un camión y me manifestó su decisión de mejorar las cosas.
Los cuestionamientos que se hizo el Profe ese día nos los ha platicado muchas veces. Todavía afirma que la cadena de preguntas era más larga y que a ratos le parecía que la locura lo estaba invadiendo con familiar confianza. Ahora sabemos que esa certidumbre no quebrantó su ánimo.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Segunda nota del editor

Un cruce de múltiples caminos ¡ja!
¡Lo que hay es un enorme desorden editorial!
Bastó empezar a poner un poco de orden en la edición para que los narradores supieran qué pasaba. Se acabaron las discusiones. Al que propuso “ahogar a todos en alta mar” le han propuesto escribir tal narración, entre tantas risas y chacota que no apareció en dos de las últimas reuniones. En este momento ya se tienen al menos cinco entradas asignadas a varios de ellos. Algunos seguramente ya iniciaron sus relatos.
Todavía falta mucho trabajo para ordenar los escritos recibidos durante un año y cinco meses. Hasta ahora los originales se han publicado conforme han ido llegando a esta redacción. En el primer intento de poner orden aparecen seis o siete temas que se desarrollan con una cierta lógica: los mismos personajes, temáticas similares, periodos temporales continuos, sitios geográficos determinados. De esos temas sólo uno se ha trabajado; se agruparon los escritos que lo tratan, respetando las fechas de publicación casi en su totalidad, aunque estén lejos de seguir el orden cronológico en que sucedieron los hechos. Se trata de sucesos acaecidos en Monclova, Coahuila, casi todos entre obreros de Altos Hornos, la mayoría de la Planta Uno; inmediatamente los narradores que saben de esos tiempos apuntaron que hacen falta muchos escritos sobre los obreros de Planta Dos; hay que describir mejor a los protagonistas de las luchas de ese tiempo, tanto de las luchas sindicales como de las que se dieron en el terreno de la vivienda o en el ámbito electoral y sobre todo falta narrar lo que pasó con todo ello o en qué se ha plasmado hoy aquella historia.
El tema referente a la lucha por la tierra también se ha empezado a agrupar. Es muy amplio y con múltiples vertientes. Aunque hay propuestas todavía no decidimos en definitiva cómo subdividirlo; hay un primer acuerdo en el sentido de juntar los relatos sobre el ejido Castaños con todos los que hablan del nuevo centro de población “La Esperanza ”dado que la semilla de éste viene precisamente de aquel ejido. En otro grupo se acomodarán las luchas agrarias en el Valle del Mezquital. En un tercero las luchas ixtleras tanto en el norte de la República como en el propio Valle del Mezquital, lucha campesina cuyo inicio apenas se ha apuntado. Tema aparte deberá ser el de las aspiraciones agrarias durante la etapa armada de la Revolución Mexicana. Poner orden en eso llevará tiempo.
Pensamos, editor y narradores, que a los lectores no les interesa el proceso editorial, por lo que se ha decidido seguir publicando los relatos como se reciban, a partir de la próxima semana. Paralelamente se publicarán, todavía sin tener claro cómo y dónde, las narraciones agrupadas por temas, para que sirvan de referencia a quienes lleguen por primera vez a la lectura de este blog, poniendo en el mismo las ligas pertinentes. Ese trabajo editorial está en ciernes; ya diré más sobre él en adelante.
Por lo pronto aquí nos detenemos. Publicaremos dentro de ocho días.
Atentamente Bogador y Caminante.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Nota del editor

Los narradores de esta historia se encuentran en un cruce de múltiples caminos. No saben ni por dónde ni cómo continuar su marcha.
Yo, el editor, llevo tiempo diciéndoles que semana a semana se confunden más.
Las discusiones para decidir quién debe continuar narrando, cómo y desde dónde hacerlo, no nos han llevado a ningún lado. Les digo que sus narraciones han perdido el hilo y no se ve cómo van a llegar a un final aceptable.
Los últimos ocho días los hemos pasado analizando, un poco angustiados, la situación:
– Terminemos subiendo a todos en un barco y ahogándolos en altamar –dijo uno de los narradores harto de no encontrar soluciones.
– Sigamos pensando ocho días más – dijeron con similares o diversas palabras los restantes.
Como editor casi los juramenté para que vuelvan a escribir, sea lo que sea, dentro de ocho días.
Así es qué ¡hasta el jueves próximo! Para nosotros será una semana infernal. Que para todos ustedes sea benévola.

P.D.: La editorial acepta y agradece desde ahora sugerencias del público lector.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El "Profe", actualmente

El Profe, ya nadie le dice así, ve distraídamente a los niños que corretean aparentemente sin ningún sentido en el patio de la escuela donde trabaja.
Está contento. Sabe que es un privilegiado en este México de principios del siglo XXI. Tiene un trabajo estable. Su salario de obrero del gis alcanza para vivir sin penurias, aunque no de para renovar el viejo automóvil que ya está a punto de colapsar.
“Obrero del gis” ¿El Profe ha sacado la frase de un museo? Los gises cada vez se usan menos, ahora son, en el peor de los casos, plumones fugaces para pintarrón y cada vez más escuelas, sobre todo las oficiales, hacen uso de pizarrones electrónicos y sus correspondientes “plumones” cuyo nombre técnico ignora.
Pero más raro es que alguien llame “obrero” a un maestro. En la mayoría de los casos los maestros se consideran “clase media” y aspiran a ser clase media alta ¿Por fin, media o alta? Flota la pregunta sin que se le preste mucha atención.
El Profe sonríe al descubrir los absurdos caminos de sus pensamientos descontrolados mientras pasan junto a él dos niñas entre los nueve y diez años, una de ellas saltando una cuerda y ambas riendo por los frecuentes traspiés de la primera.
– Director ¿Qué significa mi nombre? – pregunta otra niña de la misma edad que las dos que acaban de pasar.
– ¿Cómo te llamas?
– Ligia.
– Es el nombre de una de las sirenas de la que hablaban los griegos.
– Gracias, Director.
¡Ah! Resulta que ahora ya es director de una primaria, trabajo estable en efecto, que le permite vivir tranquilo con su esposa – sus hijos ya hace su vida solos – pero que lo obliga a contar centavos como avaro si pretende cambiar su computadora que se traba cuando pretende abrir una página ligeramente compleja en internet.
Sí, el Profe se ve contento, pero algo le preocupa allá, muy adentro ¿Cuántos guardan al menos la añoranza de las luchas sociales, las luchas obreras, las luchas campesinas? ¿Cuántos todavía se emocionan cuando leen una narración que termina haciendo presente a Lenin en una lujosa casa de un pueblo que fue minero, ahora habitado por “profesionistas libres”?
La sonrisa se diluye y algo parecido a la desolación pugna por aflorar a las pupilas del Profe.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Muertos, todos muertos

Esta tarde llegamos en tumulto a la cantina "La Mansión de Oro", en avenida Universidad y Dr. Vertiz, en esta ciudad de México. El cantinero no se ha dado cuenta de nuestra presencia. Nada más ve a nuestro amanuense que está solo, en una mesa del rincón más alejado de la barra, con apenas la luz suficiente para escribir lo que platicamos, nosotros, fantasmas del pasado, jirones de memoria que el tiempo se lleva como los ciclones arrancan las hojas de las palmeras.
– Ja, nunca has estado en la playa después de un ciclón. Todo arrasado y las palmeras de pie, con sus hojas maltratadas pero aun en su lugar – dice uno de nosotros.
– Algunas palmeras sí pierden las hojas.
– Y a otras les quedan las hojas muy maltrechas, rotas, llenas de agujeros.
– Metáforas – afirmo – la realidad es que todos nosotros estamos muertos. Penosamente nos hacemos presentes en la memoria de algún viejo conocido.
– Te contradices. Si hay viejos conocidos aun vivos es claro que no todos hemos muerto.
Y comenzamos un breve recuento: En el Mezquite aun viven muchos de los que eran autoridades cuando corrieron a Faustino Yeso y cuando poco antes conquistaron ejido, riego y carretera pavimentada. En Puerto Tetzo los jóvenes que obtuvieron el ejido ahora viven de lo que producen en sus invernaderos, aunque Maurilio Casavieja tuvo que abandonar la población por mujeriego. Antes que los maridos ofendidos le cobraran los agravios, Maurilio se fue de mojado a los Estados Unidos. Fielmente sigue enviando dinero a su esposa y a sus hijos, aunque seguramente más de un gringo estará ansioso de que la migra lo regrese con las mujeres de éste lado.
Los obreros de la planilla verde y los jóvenes de la sección 288 se han desperdigado. Varios se fueron a Estados Unidos también de mojados. Lo hicieron luego de su retiro voluntario de Altos Hornos, cuando se privatizó. Otros se fueron a Monterrey, a Saltillo o a otras ciudades. Uno sigue en Monclova: lo corrieron de la Planta 2 sin indemnización; le quitaron su pensión del Seguro Social, pero sigue luchando; pronto vamos a buscarlo para que nos narre su historia. El hermano de Hilario Zapata, Luis, vive en el ejido Castaños dedicado a la agricultura de autoconsumo, apoyado por su yerno que aún trabaja en Altos Hornos. También vamos a buscarlos, a ver qué nos cuentan.
Las luchas del ixtle son cosas del pasado y el nuevo centro de población “La Esperanza” ha muerto: aquellas veinte mil hectáreas seguramente siguen como lugar de paso o espera de ganado robado, pero sobre todo están surcadas por las veredas por donde ahora se trasiegan drogas y armas. Nuestros recuerdos no son si no cementerios: tumbas, silencio, muerte.
– ¡No! – exclama Jacinto al llegar a este punto –eso parece, pero el pasado sigue vivo. No sabemos por qué caminos va a traer un futuro diferente al tiempo actual. ¡Ayudemos a lo mejor del pasado a que se abra camino!

jueves, 4 de noviembre de 2010

Tomás Cruz en el hospital del IMSS de Villahermosa Tabasco, III (1964)

Estamos alrededor de la Cama de Tomás Cruz ¿Cómo es que oímos sus pensamientos?
Son dos enfermeras por turno las que atienden este módulo hospitalario con cuatro camas, separadas con unas cortinas verde claro. En el turno de la tarde una de las enfermeras trata con mucha brusquedad a Tomás, no sólo a él, a los otros tres enfermos los trata igual. La otra, más joven y siempre alegre, aunque a veces se ve muy cansada, se ha encariñado con nuestro moribundo, le habla con suavidad, le toca con ternura la frente, le acaricia el brazo amoratado por las conexiones del suero, un día al ir saliendo del módulo le oímos murmurar claramente “¡Cómo se parece a mi abuelo!”.
A ratos el cerebro de Tomás es un caballo desbocado, como los que monté en la batalla de Celaya. Oímos sus pensamientos ¡mala señal! pronto va a ser uno de nosotros, pura memoria colectiva en el subconsciente de cualquier mexicano que haya vivido o luchado en el campo sus derechos ejidales o haya combatido en la fábrica contra la patronal explotadora y los líderes charros.
Ayer, a esta misma hora, ya atardeciendo, Tomás se sentía en su delirio nuevamente joven estudiante, sabiéndose un viejo de más de setenta años. Se veía a sí mismo en diversas manifestaciones multitudinarias de las luchas obreras de fines de los cincuenta, hace apenas cinco años. En ocasiones gritando a favor de los ferrocarrileros, en otras apoyando a Othón Salazar y a los maestros que encabezó. Recordó entre las brumas de la fiebre que tanto Othón como Demetrio fueron apoyados por el Partido Comunista Mexicano. Tembló, no supimos si a causa de la fiebre tan alta o por el miedo o la indignación cuando recordó que hace cinco años él mismo fue acusado de “periodista comunistoide” luego de escribir sobre las movilizaciones que orillaron al gobierno a soltar a Othón, que solamente estuvo preso tres días. Casi grita de coraje cuando apareció en su delirio Demetrio Vallejo, que aún está en Lecumberri*, y hubiera gritado mil imprecaciones si no estuviera tan débil y la enfermera joven no hubiera llegado a hablarle con suavidad y no le hubiese acariciado la frente, poniendo en ella paños húmedos.
A los pocos minutos sus delirios lo llevaron a recuerdos más antiguos. Se rebullía en la cama mientras su cerebro afiebrado lo conducía a las manifestaciones en apoyo a la expropiación petrolera, por allá en el treinta y ocho, y a las festivas entregas de tierras ejidales en la Costa Grande del estado de Guerrero y en La Laguna, en Coahuila, tiempos en los que él todavía no creía mucho en la revolución.
¡Qué bueno que la enfermera no nos ve ni nos presiente! Nos hubiera corrido inmisericorde. No son horas de visitas ni Tomás, ya casi en la agonía, está para ellas.

*Lecumberri: cárcel en que se acostumbró recluir a los presos políticos durante casi todo el siglo XX, ahora convertida en el Archivo General de la Nación (nota del editor)

jueves, 28 de octubre de 2010

Tomás Cruz delirando en el hospital del IMSS de Villahermosa Tabasco (1964)

Blanco, todo blanco,
¿Qué son estos tubos que salen de mi boca? o ¿salen por mi nariz?
Desde la ventana de este salón les lanzamos bolsas con sangre a la policía de Porfirio Días ¡Tengo veintiún años! Estoy sentado en el salón del viejo edificio. Es un aula de la facultad de medicina. Las bolsas, a correr, escondernos. Es primavera, hace poco se celebró el centenario de la independencia ¿Qué? Renunció Porfirio ¡Se va, se va!
¿Por qué me fui a buscar a los revolucionarios?
Sí, sí. En esos camiones Roma-Piedad y Anexas voy con estudiantes jóvenes al zócalo. No podemos dejar que el gobierno reprima de esa forma a los ferrocarrileros que están con Demetrio Vallejo.
¡Me voy a quitar estos tubos que me ahogan!
Imposible mover el brazo. Ninguno. Ni el derecho ni el izquierdo. Abro los ojos. Me parece ver cortinas verde claro. Como de un hospital.
Tengo sueño, mucho sueño. Jacinto Arriaga se enoja y me grita. Parece que me está regañando “¿Qué andas de pendejo oliéndole los pedos a los carrancistas?”
En realidad todos los que andamos en la bola somos iguales, una bola de ladrones. Los jefes muy ladrones, nosotros carranceamos* de a poquito. No, no, algunos como Jacinto no se andan con chingaderas, “yo lo único que voy a recuperar son las tierras de los pinches latifundistas” dice a cada rato. No entiendo bien lo que quiere decir. Estoy en el campo, en los llanos algodoneros de La Laguna, cerca de Torreón. Me acuerdo de Jacinto ¿Qué andará haciendo? Son muchos campesinos, todos con armas. Tengo miedo. Ellos dicen que se las dio Lázaro Cárdenas, el mero presidente ¡Sí, como no! Que para defender las nuevas tierras ejidales ¿Qué haremos si llega el ejército? No, no llegó nunca.
Me ahogo, me ahogo ¡Tengo que quitarme estos méndigos tubos! Oigo una voz, allá, lejos. Sí, sí, una voz de mujer: “don Tomás, ‘tese sociego, se le va a zafar el tubo del suero”. Parece que veo a una enfermera. Todo blanco, no, todo no, cortinas verdes. La voz de la enfermera ... ¡que sueño! Me duelen los brazos. Ayer venía de un nuevo ejido de Chiapas ¿Ya acabó la revolución?
“ ‘Tese sociego”, una mano de mujer en la frente. Voy a dormir, voy a dormir.

*Carrancear: término que se aplicaba al robo y al pillaje durante la etapa armada de la revolución mexicana (nota del editor)

jueves, 21 de octubre de 2010

Tomás Cruz se está muriendo en el hospital del IMSS de Villahermosa Tabasco a los 75 años de edad (1964)

El calor es intenso. Hay mucha humedad. Buscamos la sombra camino al hospital del Seguro Social. Jacinto nos trae casi a rastras. Quiere llegar a visitar a Tomás Cruz que según nos han dicho agoniza en el hospital regional del IMSS, aquí en Villahermosa, capital del estado de Tabasco. Hubo un accidente automovilístico en la carretera que viene de Palenque. Según parece Tomás viajaba en el lugar del copiloto. No sabemos más.
Jacinto está insoportable. No entendemos por qué. Su relación con Tomás cambió mucho y muchas veces durante su vida: cuando se conocieron, un día después de la toma de Zacatecas Jacinto no le hizo caso, por él nunca hubieran establecido relación alguna. Pero Tomás pensó que Jacinto haría carrera militar y política y decidió seguirlo. Chinto prefirió luchar por el ejido y se perdió, según Tomás, en luchas intrascendentes. Eso causó muchos disgustos entre ambos. En alguna ocasión poco faltó para que Jacinto le soltara unos balazos a Tomás. A pesar de ello se siguieron viendo y buscando durante toda su vida. Ahora cuando parece que Tomás se muere Jacinto insiste en que tenemos que visitarlo.
Chinto afirma que Tomás es el mejor representante de los “intelectuales de segunda”, “intelectualoide” le dice a menudo, que quieren analizar la realidad y no la entienden o la entienden poco pero regañan a todo aquel que no sigue sus consejos. Pero también dice que Tomás tiene buena voluntad y que se ha ido corrigiendo y ha empezado a entender a la revolución mexicana y que “seguramente es uno de los pocos que nos puede ayudar a unir el pasado revolucionario que cada vez queda más lejos con las luchas presentes que siguen la misma dirección aunque a veces quieran renegar de ella”.
No le entendemos bien a Jacinto pero es terco y nos ha arrastrado hasta acá, a Villahermosa, para hablar con un moribundo que según él puede tener las claves para unir el pasado villista y zapatista con las luchas actuales y mostrarnos los caminos a un futuro de mayor justicia social.
Vayamos a visitar al moribundo, a ver qué encontramos.

jueves, 14 de octubre de 2010

Felipe Gómez narra una conversación entre Hilario Zapata y su esposa (1976)


Era un frío atardecer de mediados de enero. Desde que supe del nuevo centro de población “La Esperanza” dediqué mucho tiempo a llevar registro de lo que ahi pasaba. Me preguntaba insistentemente cómo la secretaría de la Reforma Agraria, tan renuente en afectar intereses particulares, había elaborado el abultado y laborioso expediente de dotación ejidal en tan poco tiempo. Sin embargo al inicio el triunfo parecía definitivo: 20 mil hectáreas dotadas a 20 campesinos y crédito para quinientas cabezas de ganado; logros así solo fueron conseguidos masivamente durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas.
El cielo está limpio. La luna tardaría en salir pero algunas estrellas brillaban en una bóveda que obscurecía rápidamente. El aire calmo y transparente estaba muy frío. Todo anunciaba una fuerte helada al amanecer del día siguiente.
De pronto Chato, el perro de Hilario que oteaba el horizonte, levantó las orejas, lanzó dos breves ladridos y se alejó corriendo por la vereda que llegaba a la casa. Lo seguí y vi a lo lejos las fiestas y el recibimiento alborozado que el perro daba a su dueño. Algo sacó Hilario de su morral, se lo dio al Chato y siguió caminando con paso ligero, aunque lo noté cansado. Había caminado más de treinta kilómetros en esa jornada.
Guadalupe también se dio cuenta de la llegada de su esposo. Avivó el fuego para dar calor a la estancia y salió al encuentro de quien llegaba. El saludo fue rápido pero con el cariño seco que siempre les conocí.
– Cómo te fue, Hilario? ¿ Cómo están mis papás y los tuyos?
– Bien, te mandan saludos. Me encontré en Castaños a uno de los Soriano y me dio un aventón hasta su ejido. Dormí en su casa y hoy en la mañana me vine a pie desde allá.
– Pásale a descansar, ahorita te hago de comer.
Los seguí al cuarto que hacía las veces de cocina y, como siempre, me quedé observando a la distancia. Fue entonces cuando Hilario no resistió más y le contó a Guadalupe que Antonio Soriano por fin le habló claro:
– Veníamos solos él y yo, en la camioneta y de pronto me dijo que hora que ya tenemos el ganado debemos prepararnos para pasarlo de contrabando a los Estados Unidos. Cuando le dije que la policía ganadera nos trae corto y nos vigila mucho, ser rio con hartas ganas y me dijo: “No les hagas caso. A veces hasta ayudan. Muchas veces nosotros pasamos ganado que no es nuestro. Ya te irás dando cuenta por dónde”.
– ¿Tú crees que los Soriano roban ganado? – preguntó Guadalupe.
– Creo que sí y hasta se me afigura que la policía anda metida en el trafique. En estas soledades además de unos cuantos peones de rancho y ejidatarios como los Soriano o nosotros ¿quién más se va a dar cuenta de lo que sucede?
–Pero nosotros no vamos a entrarle a esos negocios ...
–Claro que no, pero no sé bien como decírselo a los compañeros. Hoy estoy muy cansado. Ya veré mañana cómo le hago.

Ese fue el primer indicio que tuve de los importante que era para la policía ganadera de la región tener el control absoluto de la misma y contar con una cobertura legal para el contrabando de ganado y seguramente de otros productos. Esto pasaba a la mitad de la década de los setenta donde el contrabando de drogas y de armas por la región apenas comenzaba. En ese entonces el trasiego ilegal de ganado era lo fuerte. Dos grandes ejidos ganaderos taparían fácilmente tal trasiego.

jueves, 7 de octubre de 2010

Nosotros

Parece que nos hemos perdido en una selva tropical. Tenemos un racimo de temas inconclusos. Si revisamos nuestras narraciones poniendo los acontecimientos en orden cronológico nos encontramos con Tomás Cruz y Jacinto Arriaga por allá alrededor 1915. Tomás prometiendo contarnos algo sobre Venustiano Carranza y los ejidos, y su famosa ley agraria del 6 de enero de 1915. Platicaban días antes de la batalla de Celaya que perdió la División del Norte y marcó el inicio de su desaparición. Contamos cómo salvó la vida Jacinto y luego aparece una narración del propio Jacinto platicando con un hermano de Felipe Gómez de nombre Manuel. Jacinto y Manuel ya tienen tierras ejidales pero no sabemos cómo las conquistaron y todo apunta a que quieren organizar la venta colectiva del ixtle de lechuguilla. Hay tantos huecos ahí como los tiene nuestra memoria colectiva. Es preciso llenarlos, aunque no sepamos cómo.
Luego viene un gran salto y nos encontramos con luchas agraria en los setentas y ochentas del siglo XX, marcadas en nuestra narración con el tema o etiqueta “ El ejido”, que es la seña que más aparece en nuestros escritos, a pesar que estos iniciaron con narraciones de pequeñas luchas sindicales de las que ya casi no hablamos.
Dentro de las batallas agrarias sentimos que la más importante de la que hemos tratado es la que dieron los ejidatarios del nuevo centro de población la Esperanza, narración que ha quedado trunca. Lo último que sabemos de este tema es que los ejidatarios de la Esperanza fueron desalojados, pero no sabemos por qué o cómo y ya alguien nos avanzó el final, anunciando la muerte de Hilario Zapata.
¿Tiene algo que ver la resistencia sindical y las luchas agrarias con la revolución mexicana?
A cien años del inicio de la misma, si muere el sindicalismo independiente y terminan las luchas por la propiedad social de la tierra ¿nos quedará algo de la revolución? Estas inquietudes deberían quedar sólo subyacentes ¿Sirve de algo que las hagamos públicas?

jueves, 30 de septiembre de 2010

Elecciones y derrotas III

Nos constó trabajo convencer a Tomás Cruz.
–Eres periodista – le insistimos una y otra vez – siempre te has preciado de lo mismo ¿Por qué no quieres hacerle la entrevista al exdiputado? Está ya muy viejo, pero tiene buena memoria.
Tomás argumentó dificultades de comunicación, torpeza y egoísmos exacerbados en TODOS los diputados mexicanos actuales y no recordamos qué más cosas. Nosotros rebatimos sus argumentos diciendo:
–Primero: en 1983 había algunos diputados diferentes a los actuales que todavía intentaban representar la soberanía popular, hablaban con el pueblo, lo escuchaban; esos pocos llevaban las aspiraciones populares a sus congresos. Segundo: eres buen periodista, lograrás arrancarle recuerdos y podrás discernir entre verdad y mentira. Si no lo logras no le contamos nada a nadie y ahí acaba el asunto.
Finalmente convencimos a Tomás. Buscamos a uno de los dos que fueron diputados del partido del Profe en aquel lejano 1983. Tomás lo entrevistó y nos cuenta así parte de lo que obtuvo:

Tomás: Señor diputado ¿usted era legislador local en aquel municipio donde, en unas elecciones municipales su partido se robó una urna?

Ex diputado: No robamos nada, recuperamos una urna para que se contaran los votos realmente emitidos. Sí, fui diputado pero ahora es una vergüenza serlo en México, así es que no me llames así.

Tomás: La ley marcaba entonces que el congreso del estado calificaría en definitiva las elecciones municipales y determinaría quiénes eran las autoridades electas ¿El congreso aplicó alguna sanción a su partido por robarse una urna?

Ex diputado: Era imposible que nos sancionaran por ello, cuando el gobierno se robó el resto. La trampa fue grotesca y legalizada por 16 votos de los veinte diputados locales, una abstención y tres votos en contra del dictamen que dio el triunfo al partido oficial asegurando cínicamente que no hubo “ninguna irregularidad” en el proceso electoral.

Tomás: Pero usted y su partido ¿no hicieron nada para defender la legalidad?

Ex diputado: Tomás, tú sabes cómo han sido las elecciones en México a través de toda su historia. Aunque recuperamos una urna sabíamos que no habíamos ganado las elecciones en el municipio. Era la segunda vez que participábamos en un proceso electoral. Dos años después logramos que se contara con absoluto apego a la ley los votos de una casilla en un municipio vecino. Ya te lo platicaré al rato si te interesa. En el caso del que hablamos la aplanadora oficial nos pasó encima. Ese y otros procesos electorales en los que intervine me convencieron que en México el camino electoral sirve de muy poco. Los grandes fraudes electorales de fines del siglo XX y principio del siglo XXI así lo demuestran. Después de todo las derrotas también nos dan lecciones políticas.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Batallas perdidas IV

Hace dos meses y medio, el 1 de julio, Felipe Gómez nos narró cómo se formó una colonia semiurbana al norte de la ciudad de Monterrey. Ocho días después yo empecé a contar cómo fue que llegué a esa colonia. Ahí se formó un organismo importante del partido en que militaba y que se estaba construyendo en Nuevo León. Para entonces ya había una dirección estatal del partido, la cual me hizo responsable de atender al grupo recién formado y que con el tiempo conoceríamos como grupo “Cucharas”, por llamarse así el paso del río que estaba relativamente cerca. Mi responsabilidad era hacer que el grupo se reuniera cada semana, el mismo día y a la misma hora, estudiara, analizara, y tomara acuerdos para mejorar su situación y así prepararse para colaborar en la mejoría general de la sociedad.
No recuerdo haber logrado tanto, pero las reuniones semanales se mantuvieron mucho tiempo; conmigo casi un año. Poco a poco se fue configurando el principal objetivo de la reuniones: formar un ejido solicitando las tierras que nos sonreían del otro lado de la carretera. Que sonreían lo asegurábamos nosotros sin dudar, por más que esas tierras ni llorar podían de tan abandonadas que estaban.
Pero en fin: se estudió bien la Ley de la Reforma Agraria y se formó el Comité Particular Ejecutivo, órgano legal de gobierno y de representación del grupo que demandaba ejido. Fueron setenta y tres los campesinos que se señalaron con derecho a tierras. Firmada la solicitud se entregó a la autoridad correspondiente y nunca más hubo respuesta oficial a la misma. El grupo guardó la solicitud con el sello oficial de “recibida” y con ella en la mano inició una larguísima guerra burocrática que no hizo avanzar el trámite ni un milímetro.
Casi un año después, con un partido estatal más consolidado y estructurado, en una reunión del Comité Central del partido fui comisionado a la ciudad de Monclova para sembrar allá el partido y me despedí del grupo de Cucharas, que siguió reuniéndose cada ocho días. Finalmente el grupo decidió invadir los terrenos solicitados. El gobierno estatal los sacó de las tierras y ahí terminó la lucha.
– ¡Qué mal informado estás! – casi grita, furioso, Felipe Gómez desde su lugar – sí invadieron y sí fueron desalojados, pero ahí no terminó la lucha – añade ya más calmado – además hay mucho que contar en torno a la invasión ¿O ya no te acuerdas, Profe?
– Pues entonces te toca seguir narrando, porque si yo continúo seguramente inventaré muchas cosas.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Final de una historia que había quedado trunca, V

A fin de cuentas decidimos preguntarle a Teódulo Piedra, quien en su vida ocupó varios puestos en diferentes comisariados de bienes comunales del Mezquite, en qué terminó la invasión de tierras que hemos narrado en las anteriores cuatro o cinco publicaciones. Esto es lo que nos dijo:
“Bueno, esa vez el Mezquite alcanzó varios triunfos. Todos sabíamos que no podíamos ceder y nos negamos a salir de los terrenos afirmando que solamente los dejaríamos hasta que la negociación terminara con la firma del propio gobernador de Hidalgo. Los habitantes del Mezquite también sabíamos que no debíamos pelear con armas contra los ñahñúhs de Xagahó, por más que fueran del PRI; al fin de cuentas eran campesinos jodidos, como nosotros. Fuimos los del Mezquite los que propusimos un arreglo, que sufrió muchas modificaciones durante las pláticas entre nosotros, los de Xagahó y gobierno. Finalmente se firmó el siguiente acuerdo: nosotros cederíamos la mitad de las 473 hectáreas al ejido de Xagahó. La delegación agraria prepararía el expediente de ampliación por 237 hectáreas al ejido de Xagahó y de dotación de otras 236 para el nuevo ejido del Mezquite, cuyos beneficiarios serían nuestros hijos sin tierras y con “sus derechos a salvo”. La resolución estatal firmada por el gobernador se publicó muy aprisa, tanta que nunca lo creímos antes de que sucediera. Se ejecutó también luego luego. Los comuneros y los nuevos ejidatarios del Mezquite, por ceder la mitad de las hectáreas que teníamos en posesión pública y pacífica desde hacía cinco años, pedimos a cambio obras de riego para beneficio de los terrenos comunales. Sabíamos que el delegado de Recursos Hidráulicos en el estado quería hacer esa ampliación desde hacía tiempo, pero nunca le habían asignado presupuesto. La propuesta de “cambiar” 237 hectáreas por mil ochocientas hectáreas con nuevo riego se aprobó así también rápidamente. Esos nuevos canales llevaron las aguas negras del Distrito Federal a nuestros bienes comunales y a muchas otras hectáreas vecinas en un poco menos de dos años. Por último, y fue la parte de la negociación que más nos costó, haciendo “la llorona” también obtuvimos al acuerdo de que se pavimentarían los tres kilómetros de brecha que unen nuestra comunidad con la carretera Ixmiquilpan-Cardonal. Esta obra tardó más de dos años en realizarse, pero también la conseguimos tras perseguir tercamente su realización. El Mezquite obtuvo otro triunfo no material, pero muy valioso para nosotros: los ejidatarios de Xagahó, tas haber visto durante todas las negociaciones el apoyo decidido que nos dio nuestro partido y comparar con el apoyo que el PRI y la CNC les negaron, abandonaron su militancia oficialista. Al principio solamente los dirigentes y poco a poco la gran mayoría de ejidatarios y sus familias se fuero afiliando a nuestro partido socialista, aunque yo no sé hasta qué punto hicieron suyos los principios ideológicos del partido que a nosotros nos enseñó tanto.”

jueves, 9 de septiembre de 2010

Nosotros (el día de hoy)

La verdad es que estamos desconcertados. Nosotros. Los que en una forma u otra estamos narrando sucesos aparentemente desconectados en este medio electrónico, con esta herramienta que para todos los que participamos en ella es nueva. Los jóvenes la llaman “blog” y la manejan con soltura, pero todos nosotros somos viejos, algunos mucho, tanto que ya hemos muerto pero, tercos, seguimos escribiendo.
A lo que narramos queremos darle un claro hilo conductor, una base común que los una. A pesar de nuestro deseo a veces solamente nos queda entre las manos una serie de anécdotas sin relación y hasta contradictorias. Eso es lo que nos ha sucedido últimamente: hace casi tres meses, el 24 de junio pasado, Felipe Gómez nos aseguró que nos narraría derrotas. Nos lo dijo tras una breve argumentación (que puede leerse aquí) y ocho días después nos empezó a narrar lo que según él son fracasos. Inició la anécdota de un campesino migrante, que llegó a Monterrey, se convirtió en subempleado, pero no olvidó sus aspiraciones agrarias. La primera parte la narró Felipe (está aquí) y luego alguien, creemos que el Profe, narró otra parte (que se encuentra acá); luego se perdió el hilo de esa narración y alguno de nosotros nos trajo a la memoria una conversación entre Jacinto Arriaga y Manuel Gómez, este último hermano menor de Felipe. En ese encuentro ellos hacen alusión a la conquista de su ejido, victoria sin duda, y empiezan a platicar sobre la necesidad de organizarse en torno a la venta colectiva de ixtle de lechuguilla (ver aquí) pero dejan inconclusas las acciones posteriores, si es que las hubo.
Ya extraviados en el dédalo de recuerdos entreverados por el azar, alguien nos habla de dos derrotas electorales con avances en la organización partidaria y luego aparece (narrada aquí) la tristeza de Hilario Zapata tras una dolorosa derrota solo esbozada; descalabro doloroso como pocos, pero del que casi nada sabemos y al que se alude sin continuación visible.
Y de pronto regresamos a luchas que se anuncian triunfadoras, sin previo aviso de cambio, pero cuya solución no vemos por ningún lado. De ahí nuestro desconcierto: cuatro partes narradas a lo largo de un mes y todavía no vemos claro hacia dónde apunta la conclusión de los sucesos.
Empezamos a sentir, los múltiples narradores que aquí participamos, que el “blog” no es un instrumento idóneo para dar unidad a lo que pretendemos contar como un todo sistémico a pesar de la diversidad de los episodios que tiene.
Trataremos sin embargo de concluir dentro de ocho días la historia narradoaen las últimas cuatro semanas, aunque no logremos hacerlo con elegancia. Después intentaremos recuperar un hilo conductor ¡Musas literarias, échenos una mano!

jueves, 2 de septiembre de 2010

Historias trucadas, IV. En una importante oficina gubernamental.

– Licenciado Nolasco: haga la recapitulación de la situación para que todos la tengamos clara. Necesitamos todos los datos. Digo todos, los conocidos y hasta los desconocidos. Sea breve. Aunque el señor gobernador nos dijo que esto es prioritario el día de hoy, y lo es, tengo muchos otros asuntos que atender. Adelante, licenciado.
Quien habla es el Secretario General de Gobierno, segundo al mando en el estado. Se encuentra reunido con nueve personas más en el salón de juntas del palacio de gobierno del estado de Hidalgo. Varios auxiliares, de pie tras los altos funcionaros sentados a la mesa, atienden con seriedad y eficiencia los requerimientos de sus jefes.
Nolasco toma las hojas escritas a máquina que desde el principio de la reunión están frente a él y las lee fuerte y claro:
– Hace tres días, el miércoles 25 del presente, a las 5:12 de la tarde nos avisaron que en el Valle del Mezquital los ejidatarios de Xagahó invadirían 476 hectáreas de tierras de labor, al amanecer del jueves 26. La invasión la preparaban desde semanas atrás, según ya habíamos informado. En sus lugares tienen un anexo con los detalles del plan que preparaban ...
– Ahorre comentarios inútiles. Sea breve pero muy exacto – interrumpe el Secretario General de Gobierno.
–Los ejidatrios de Xagahó son priístas y de la CNC(1), pero ni el partido ni la central campesina han alentado la invasión, antes bien, han intentado detenerla. El señor gobernador ha dicho que está dispuesto a asistir personalmente a cualquier invasión agraria para sacar a los infractores. El mismo día 25, a las 11:40 de la noche, los comuneros del Mezquite tomaron las tierra. Más de 200 campesinos del Mezquite, apoyados por sus mujeres e hijos entraron ordenadamente hasta la mitad del terreno. Vigilantes de Xagahó, que desde hacía horas estaban en el predio, cruzaron balazos con los del Mezquite. Ambos bandos dispararon pero no tenemos indicios de que haya heridos de bala. Los comuneros del Mezquite son del nuevo partido socialista, pero nuestros informes dicen que ningún dirigente de tal partido, ni estatal ni nacional, intervino en la invasión. A las 4:28 del jueves 26 Xagahó colocó grupos numerosos de su gente, fuertemente armados, frente a la línea de hogueras que marcaban las posiciones de los comuneros del Mezquite a la mitad de las 476 hectáreas que hoy están en disputa. Hasta este momento los dos grupos se mantienen es sus puestos; siguen armados; hay mucha tensión y el peligro de un enfrentamiento a balazos no ha desaparecido. El señor gobernador afirmó que si no se evita un zafarrancho va a destituir a más de alguno. Que no quiere ...
– Esa es parte de la situación social en estos momentos – interumpe el Secretario General de Gobierno – ¿Se tiene contacto con los dirigentes de los invasores? ¿Están interviniendo representantes de los dos partidos enfrentados?
– Estamos presionando a las autoridades ejidales y comunales de Xagahó y del Mezquite para que salgan del terreno; no hemos avanzado; son muy tercos esos ñahñúhs. El PRI y la CNC ya se lavaron las manos; es más, han negado todo apoyo a Xagahó y los amenazan con expulsarlos del partido, aunque sabemos que no lo harán. En cambio ya intervinieron los dirigentes estatales del partido socialista; dan todo su apoyo al Mezquite, pero no se han negado al diálogo. Hoy en la tarde, aquí en la capital, habrá una reunión con todos los involucrados; el PRI no asistirá; el señor gobernador estará presente.
– Asistiremos todos nosotros. Los vamos a presionar fuertemente para que se salgan del predio, cada quien desde su terreno de acción – cierra el punto el Secretario General de Gobierno. – Señor Delegado de la Reforma Agraria ¿nos hace el favor de informarnos la situación legal de los terrenos invadidos?
El aludido, funcionario federal comisionado en el estado, no depende de las autoridades estatales, por eso es tratado con tanta deferencia; toma sus apuntes y dice:
– El predio invadido es de 476 hectáreas, 32 áreas y 14 centiáreas. Está bien delimitado por las mojoneras de los bienes comunales del Mezquite y del ejido de Xagahó y un camino o brecha muy utilizado por los vecinos, trocha que sirve de límite a unas pequeñas propiedades que ahí existen. El predio no está registrado a nombre de nadie. Podríamos reclamarlo como terrenos nacionales. Aunque no tiene buena infraestructura de riego, desde hace más de cinco años los comuneros del Mezquite se han ido metiendo a esas hectáreas poco a poco. Nos hemos informado que al inicio empezaron cultivando con el temporal y hábilmente lograron rodar el agua de los canales, sin pedir permiso a nadie; es el primer ciclo agrícola que cultivan todas las hectáreas con riego. No tenemos claro cómo consiguen el agua, pues necesitan estar en el padrón de usuarios. En este momento prácticamente las 476 hectáreas están sembradas de maíz. Estamos seguros que todo el trabajo lo ha hecho gente del Mezquite.
– Pero si invadieron ¿por qué ustedes no habían intervenido?
– Con todo respeto, señor Secretario, los del Mezquite empezaron a cultivar el terreno poco a poco, en paz y a la luz pública; nadie reclamó, nadie dijo nada. El terreno estaba abandonado y agreste: tierra, piedras y cardones. Nosotros nos enteramos de los hechos hace un poco más de tres meses; apenas para investigar la situación y medir el predio con exactitud. Por cierto los del Mezquite no se negaron a que lo midiéramos; es más, ellos lo solicitaron, no sabemos con que fin. En cuanto al riego aquí está el Delegado Federal de Recursos Hidráulicos que nos puede informar.
– Lo del riego ahora es intrascendente – comenta el Secretario General de Gobierno – ¿Qué más hay de la situación legal?
– Poco que añadir: el terreno no tiene dueño conocido, sólo lo han cultivado los comuneros del Mezquite pero los de Xagahó alegan que ellos tienen los derechos de esos predios porque se han cultivado con el agua que a ellos les correspondía para regar su ejido. Siempre han sido muy alebrestados y como su ejido es grande y ha recibido muchos privilegios se sientes los consentidos de la región y piensan que tienen la protección total del gobierno. Por eso iban a invadir. La solución está en una negociación que beneficie a los dos ejidos ...
– Pero primero hay que sacar a toda la gente del terreno. Eso lo hacemos en hoy en la tarde. Nos vemos a las cinco en punto en este mismo salón.

(1) Priístas = del partido Revolucionario Institucional (PRI), partido oficialista y casi único por ese entonces. CNC = Confederación Nacional Campesina, central agraria oficialista, uno de los pilares sectoriales del PRI. (Nota del editor)

jueves, 26 de agosto de 2010

De cómo las historias trucadas se van completando, III

– ¿Qué hacemos si en verdad se enfrentan a balazos?
– Recuerda que las órdenes son que no entremos al terreno en disputa hasta que las cosas se clamen y que busquemos a las autoridades de ambos pueblos para llegar a un arreglo.
– Pues ya deberíamos entrar al terreno. Llegamos hace casi una hora y no ha pasado nada. Solamente esa línea de hogueras que siguen alimentando.
– Pero alcanzaste a oír el griterío ¿o no?
Quienes dialogan son el capitán Mendoza, jefe de la policía estatal y el licenciado Nolasco, comisionado especial de la Dirección de Gobernación del mismo estado. Platican sentados en un automóvil sin insignias estacionado entre los carros de la policía que hace casi una hora se colocaron en ese pequeño altozano. Los motores y los faros de las patrullas siguen prendidos. El amanecer ya no está lejos.
– Nos aseguraron que el enfrentamiento iba a estar cabrón – Nolasco toma una cajetilla de cigarros Dunhill, le ofrece uno a Mendoza que no acepta y enciende el suyo con un encendedor chapeado en oro.
– En una noche como ésta es difícil que se agarren a balazos; no se ve nada. Los del Mezquite se arriesgaron mucho al avanzar con antorchas. Podrían haberlos blanqueado.
– ¡Qué bueno que están tranquilos! A ver cuando haya luz que hacen.
***
Mientras Mendoza y Nolasco conversan, en uno de los extremos de la línea de hogueras un grupo de ñahñúhs que parecen ser autoridades platican en voz baja. A dos o tres metros del grupo se mueven otros indígenas a su alrededor. Algunos oyen de lejos la plática, sin disimulo. Aunque la noche es fresca el grupo está alejado de la hoguera, ocultos en la penumbra. Unos treinta pasos al sur dos o tres sombras alimentan el fuego pero lo mantienen bajo.
La charla es en ñahñúh. Uno de nosotros hace la traducción simultánea; no garantizamos que sea totalmente fiel.
– Alcanzamos a ganarles. Entramos al terreno antes que ellos.
– Nemesio nos informó bien. Y a tiempo.
– Seguro pensaban entrar ya de madrugada, con los tractores y todo. Se llevaban el maíz como rastrojo y nos dejaban sin nada.
– Y luego para sacarlos ¡pues nunca!
– Está bien, pero ahora qué hacemos, llegamos apenas un poquito más acá de la mitad del terreno.
– Pero lo tenemos ocupado a todo lo largo. Si con el día se quieren meter va a haber bronca.
– ¡No creo que se animen! Además ya llegó la policía. Pero si l’entran nos van a encontrar preparados ¡Más de cinco años cultivando el terreno y nos lo quieren quitar!
– Hay que recordarle a la gente que nadie se eche pa’trás. Que disparen bala sólo al aire, pero que sí usen el machete, si hace falta. Ni modo.
***
Al mismo tiempo, en una de las casas de Xaghaó se desarrolla la siguiente conversación:
– Nos chingaron esos cabrones ¿Cómo adivinaron que nos íbamos a meter hoy en la madrugada?
– Nos chingaron, y bien. Ya ni modo de llevar los tractores.
– ¿Por qué no? Todavía tenemos tiempo.
– Ya llegó la policía. Y los del gobierno. Si ahora entramos con los tractores van a ver que nosotros estamos provocando y nos joden por invasores.
– Pero los que han estado invadiendo son ellos. Se han estrado metiendo a las cuatrocientas hectáreas desde hace más de cuatro años ¿Por qué no los han sacado?
– No seas bruto, ellos lo han estado haciendo poco a poco y como nadie reclama esos terrenos las autoridades no se han dado cuenta. Seguro ni el gobierno sabe de quién son las tierras. Pero de todos modos las vamos a pelear.
– Pues claro, si ahora nos echamos para atrás nuestra gente es la que nos va a joder.
– Pues hay que meter los tractores de todos modos. Si esas tierras no son para nosotros que no sean pa'nadie.
– ¡Pinche terreno! ... si metemos los tractores nos jodemos ... ¡Pues sólo hay que mandar gente! ¡Pero ya!
– Sí, sí. Es una buena idea. Que se metan caminando ahorita que todavía está oscuro; que lleguen hasta donde están las guardias, hasta donde están los que echaron bala.
– Se fajaron los que dispararon, pero si los del Mezquite siguen caminando seguro se echan a correr. Sí, hay que mandar más gente, pero avisarles que no se peleen ¡Los del Mezquite son cabrones!
– Váyanse pues todos a avisarle a la gente que se meta al terreno, con cuidado.
El que habó al último detiene con un gesto a uno de los que conferenciaban. Cuando se quedan solos el que tomó la iniciativa dice:
– Hace un rato llegaron unos funcionarios del gobierno. Están en mi casa. Quieren hablar con nosotros.
Todo lo platicado fue en ñahnúh. La traducción la hizo otro de nosotros.
***
Poca a poco al cielo lo abandona la oscuridad, por el este, frente a los carro de la policía. Un azul, cada vez más lechoso junto al horizonte, va subiendo poco a poco, haciendo palidecer a las estrellas menos brillantes. Los mandos gubernamentales traen binoculares, pero a la escasa luz que aumenta tan despacio son inútiles.
Lentamente los minutos van trayendo hilachas luminosas. El capitán Mendoza se esfuerza por ver qué pasa allá, a lo lejos, en el campo de maíz al que sólo se le ha hecho una escarda. Nolasco le dice:
– No te esfuerces. Hay que dar tiempo a que aumente la luz.
– ¿Y si apenas se ve un poco se agarran a balazos allá abajo?
– ¿Qué chingados quieres que hagamos? ¡Que se maten los cabrones! Luego los enterramos y apaciguamos a la gente. O metemos a la cárcel a los que queden.
– ¡Mira tú! A ti fue al que más le encargaron que no hubiera problemas ¡Que no dejáramos que al gobernador se le armara un lío grande!
– Pues sí, pero si se agarran a balazos ni modo que nos metamos en medio ... y si nos metemos antes de tiempo, a nosotros es a los que nos agarran a balazos los dos bandos.
– Al menos ya estamos hablando con los cabecillas de Xaghaó. Los del Mezquite cubrieron sus espaldas. Pusieron barricadas en la trocha que va a su pueblo.
***
La luz ya es suficiente para ver lo que pasa en el campo en disputa: los representantes gubernamentales ven del lado norte la larga fila de lo que fueron las hogueras. Uniendo esos puntos hay una línea de campesinos; algunos se mueven lentamente de unos rescoldos a otros. Tras ellos, unos metros más al norte se forman grupos de mujeres, y niños entre los doce o catorce años. Un muchacho de unos trece años, en un burro, se adivina que viene del pueblo del Mezquite que está más al norte; baja despacio. A unos cincuenta pasos hacia el sur, del lado derecho de los observadores gubernamentales, se ve otra línea, no tan definida, formada por grupos de indígenas, presumiblemente de Xaghaó; quienes forman estos grupos están mucho más inquietos que los ñahñúhs que tienen enfrente. Nolasco, el capitán Mendoza y sus subordinados empiezan a tranquilizarse. No parece que vaya a haber enfrentamientos, al menos por lo pronto. Seguro que habrá tiempo para platicar con los cabecillas de Xaghaó y hacer contacto, ahora que ya hay luz, también con los del Mezquite.
Entrada la mañana los delegados del gobierno tendrán más clara la situación. Nosotros tendremos que esperar otros ocho días.

jueves, 19 de agosto de 2010

De cómo las historias trucadas se van completando, II

Una línea de antorchas que apenas arden avanza lentamente por un sembradío de maíz, cuyas matas están muy pequeñas todavía. Aproximadamente cada veinte pasos se ve avanzar una llama. Podemos calcular fácilmente más de doscientas.
No hay luna, la noche es muy oscura. De pronto se escucha un balazo por el rumbo en que avanza la línea. Quienes portan las antorchas se detienen. Algunos bajan la llama, la ocultan entre el maíz que apenas levantan unos cincuenta centímetros del suelo. Son las menos las luces que descienden y poco a poco vuelven a subir todas. Se oyen gritos a lo largo de toda la línea. Si ponemos atención notaremos que son nombres propios. Parece ser que la bala no fue dirigida contra nadie, los portadores de las antorchas están completos. Tres o cuatro minutos después en un extremo de la línea se levanta una antorcha muy luminosa y se agita ampliamente. Las llamas retoman el avance que habían detenido. Progresan con lentitud manteniendo la formación. Cuando han adelantado unos diez pasos vuelven a oírse frente a la línea dos o tres balazos. Nuevamente se detiene la marcha y se escuchan los nombres de los portadores. Del extremo de la línea donde hace poco se agitó la antorcha sube un cohete. Vemos su destello y segundos después escuchamos la detonación. Aunque la oscuridad es mucha podemos notar movimiento en torno a cada antorcha de la línea. También escuchamos algunos balazos de diversos calibres en diferentes puntos de la misma. No pudimos cuantificarlos, pero calculamos que serían cinco o seis.
Sabemos que en torno de cada antorcha se están doblando las matas del maíz cultivado con tanto amor por lo ejidatarios del Mezquite. Las luces más cercanas nos permiten adivinar sombras que se mueven con rapidez. Poco a poco surgen pequeñas fogatas donde antes solamente había antorchas moribundas. Cuando la lumbre levanta, las sombras salen del círculo de luz y se escucha tras cada pequeña hoguera un fuerte griterío. Hay voces de hombres, mujeres y niños. La algarabía crece conforme se encienden más lumbreras. Poco a poco los gritos se unifican. Están en ñahñúh. Alguien de nosotros logra traducir el vocerío: “Somos del Mezquite ... nadie pasará” dice más o menos el grito que ya se distingue brotando desde atrás de cada una de las fogatas. De vez en cuando en algunos fuegos avanzan sombras que reflejan las llamas de las hogueras en los machetes que portan. Pero a cada indígena que se adelanta lo detienen las voces de quienes están en la oscuridad y lo obligan a regresar. Algunos de los que avanzan dejan adivinar que portan armas largas. Nosotros sabemos que no pasarán de escopetas de caza que todavía se cargan con baqueta y se disparan con chispa.
Dos o tres horas después oímos sirenas de carros de policía y vemos luces de automóvil avanzando por el camino de terracería que conduce al ejido de Xaghaó. Son muchas patrullas. Sus torretas se ven a la distancia: luces rojas y azules alternadas, centellando. Los faros de las que vienen atrás iluminan claramente la polvareda que levantan las que ruedan delante. Notamos que allá, a la distancia, se están colocando en alguna loma que no está cultivada. No parece que nadie baje de los carros o si lo hacen no caminan al frente: los faros de todas las patrullas están encendidos y no alumbran a nadie.
Poco a poco los gritos de los comuneros y ejidatarios del Mezquite se han ido apagando, pero no las fogatas que algunas sombras siguen alimentando con regularidad. Frente a la línea que avanzaba al inicio de nuestro relato no se nota movimiento, pero sabemos que en la sombra están apostados los ejidatarios de Xaghaó. Ellos fueron los que hicieron los primeros disparos al aire.
Tendremos que esperar en este amanecer aún lejano, viendo solamente como arden acá las lumbreras y cómo siguen alumbrando allá las luces de la policía. Veremos si con la alborada podemos saber qué está pasando.

jueves, 12 de agosto de 2010

De cómo las historias trucadas se van completando, I

Releyendo historias que escribimos hace tiempo, nos encontramos el siguiente fragmento de una narración:
“Son un poco más de las diez de la mañana. El sol calienta ya la tierra de los caminos polvorientos que ejidatarios y comuneros recorren para ir a sus parcelas. Hace apenas cuatro años esas tierras producían únicamente cardones. Brotaban también una que otra cactácea o agave de menor tamaño. Donde los comuneros trabajaban más dura y constantemente había hileras de magueyes pulqueros. Las piedras de cal arrancadas del cerro y cocidas en hornos caseros para obtener la cal del nixtamal, el ixtle de lechuguilla traído de las faldas de los cerros, convertido en artesanías diversas por las manos mágicas de las mujeres, y el pulque que daban los magueyes, eran los únicos ingresos de los indígenas del Mezquite.
Unos pequeños rebaños de cabras criollas y exiguas cosechas de frijol y maíz logradas cada cuatro o cinco años en que había lluvias, mejoraban de vez en cuando su situación. Pero sus luchas ya han conseguido que las agua negras del Distrito Federal lleguen a sus parcelas. Ahora sus tierras lucen el verdes tierno de maíz naciente, pero los caminos al interior de los bienes comunales, cuya integridad hoy defenderán con garras y dientes, siguen siendo los viejos senderos polvorientos y pedregosos bordeados de pequeños cactos, o de grandes magueyes en el mejor de los casos, pero todavía sin árboles en cuya sombra se pueda descansar del agobio del sol.
Las tierras cuyo usufructo ha tenido Anastasio son un poco más de una hectárea. Están resecas y barbechadas desde hace un año. No ha llovido y para no reconocer a la comunidad Anastasio no ha querido usar el riego que el comisariado y la asamblea le han ofrecido varias veces. La vivienda está en un rincón de la parcela que colindan al sur con el nuevo ejido del Mezquite, también conquistado hace apenas unos ocho o diez años con muchos peligros y sacrificio, para los hijos de los indígenas que ya no alcanzaron parcela en los terrenos comunales.
Por los senderos comunales se aproximan más de doscientos indígenas. Vienen en pequeños grupos dispersos. Marchan serios y concentrados. Saben a lo que se enfrentan. No tienen miedo pero lo que van a hacer no es alegre. Mucho tiene de funeral; mucho de lucha sorda donde habrá heridos; mucho de batalla definitiva por preservar lo más preciado: la propiedad colectiva de la tierra.
Lo que va a pasar en menos de una hora lo terminaremos de narrar más tarde.”
Ahí termina el fragmento, la narración completa del episodio, empezando por la entrada que aparece más abajo, está aquí, pero a nosotros nos ha llamado la atención lo que está escrito en negritas (el subrayado es nuestro) ¿Cuáles son las luchas con las que los comuneros del Mezquite consiguieron el riego? ¿Cuáles los peligros y sacrificios que pasaron para conquistar una ejido para sus hijos? Nadie nos ha narrado nada de eso hasta ahora, pero ya encontramos quien lo haga dentro de ocho días.

jueves, 5 de agosto de 2010

Hilario Zapata en un atardecer de 1977, I

Es un atardecer de septiembre en el municipio de Castaños Coahuila. El sol acaba de ocultarse tras las bajas serranías que limitan el amplio lomerío semidesértico, casi planicie, que contempla hacia el oeste Hilario Zapata. Los lejanos montes se ven difuminados por efecto de las polvaredas que un viento cálido y persistente levanta a lo lejos. El cielo azul pálido empieza a tornarse plomizo pero todavía hay bastante claridad. Ni nubes ni atardeceres rojizos ha visto Hilario en la última semana. En la leve hondonada de su izquierda un maizal raquítico anuncia con sus tonalidades que las mazorcas pequeñas y escuálidas que ha logrado producir están listas para su cosecha. Este año la lluvia fue escasa pero alcanzó para producir algo de maíz; en cambio la cosecha de frijol asociado va a ser pobre.
Hilario tiene la vista perdida en esa lejanía grisácea. Son los recuerdos de los últimos meses del año anterior y los tres primeros de éste los que absorben toda su atención. De pronto un par de urracas que descienden sobre el maizal hace que su mirada se dirija a éste. Se quita el sombrero y lo agita con energía. Emite algunos silbidos mientras corre hacia abajo y les lanza una piedra a las urracas. Hay poco maíz; no es cuestión de dejárselo a las aves.
Los frío otoñales todavía no aparecen y la breve carrera hace brotar pequeñas gotas en la frente de Hilario que saca de la bolsa del pantalón un enorme paliacate rojo y se seca el sudor. Su cara suaviza las líneas de dura tensión que tenía hace poco.
“Al menos la pizca de esa parcela me ocupará en algo” piensa Hilario mientras toma la vereda que lo conducirá a casa de sus padres.
Veinte pasos más adelante el rostro moreno del campesino vuelve a endurecerse. Parecería que la oscuridad avanza desde el este borrando al mundo. El silencio en el semidesierto es denso, casi como telaraña que nos rodeara bajo los espinos. La brisa ardiente que más lejos levanta polvaredas apenas mueve las hojas de los mezquites y huisaches que Hilario va dejando atrás. En el silencio de la tarde el ruido que las pisadas del caminante levanta al remover las piedrecillas de la vereda parece restallar sobre el lomerío, pero el verdadero tumulto está dentro de Hilario. Tras la líneas duras e inexpresivas de su rostro su mente es un incendio: hace seis meses la secretaría de la Reforma Agraria le arrebató sus derechos ejidales a él y a doce ejidatarios más de su nuevo centro de población; sin argumentos, sin razones, sin fundamentación. Toda una maniobra absolutamente ilegal. La policía ganadera los desalojó con violencia; llegaron los agentes en siete camionetas y con armas largas. Hilario no ven la forma de hacer valer la ley que asegura sus derechos. Con la última claridad del atardecer sus ojos brillan húmedos, como a punto de dejar caer alguna gota. Apresura el paso, su madre y su esposa deben tener la masa preparada para echar las tortillas.

jueves, 29 de julio de 2010

Elecciones y derrotas II

Toda la semana hemos estado insistiéndole al Profe. Le hemos preguntamos en una u otra forma:
– ¿Qué hicieron con la urna que se robaron? (entrada anterior)
– Lo primero era dejar perfectamente claro que no habíamos violado la urna. Decidimos entregarla sin abrirla al comité municipal electoral, encargado de sumar los resultados reportados en las actas de cada casilla. Queríamos dejar públicamente sentado que en el resto de casillas se habían presentado multitud de irregularidades. No sabíamos qué más íbamos a hacer. Teníamos poca experiencia electoral. Todavía no nos constaba cómo se hacían en realidad las trampas. Inocentemente pensábamos que era a través de tamaleadas, carruseles, urnas preñadas y demás pequeñas trampas con que la leyenda antipriista, alentada o inventada por el propio PRI, todavía engaña a mucha gente. Al fin de cuentas lo que pasó esa elección nos dio la pista de la forma como se hacen los fraudes electorales. A lo grande, no con pendejadas.
–Te estás desviando, Profe, como siempre ¿Qué pasó con la urna? No nos interesa tanto qué querían hacer, si no qué pasó – insistimos con esas o palabras similares.
–Ahí les va un resumen apretado, para que no estén chingando: El domingo siguiente, cuando se hacía el cómputo municipal y nosotros nos preparábamos para hacer un chou con la urna “recuperada”, como a las seis de la mañana supimos que se estaban llevando todas las urnas, a esas horas, rumbo a la capital del estado. Quisimos seguir a quienes las transportaban, pero no nos dio tiempo. Luego confirmamos el hecho: ese día no sesionó el comité municipal electoral; ya no había urnas en el municipio; solamente estaba la que nosotros teníamos que nunca se contó. Fue tanta nuestra sorpresa que solamente hicimos el chou y no supimos qué más hacer. Como las elecciones las calificaba el congreso estatal no nos quedó sino esperar que los dos diputados que tenía el partido en el congreso (contra quince del partido oficial y otros tres de otros partidos) defendieran el caso y se anularan las elecciones. A los pobres diputados les pasó la aplanadora por encima y las elecciones en nuestro municipio se declararon válidas “sin ninguna irregularidad”. Desde luego los votos ...
Lo interrumpimos airados: “cuenta bien”, “no inventes”, “hablador”, “ya, no te hagas el buey”, ¡oh, te ofendiste!”, “¿qué ganaban con el show?”
– Lo que cuenta el Profe es totalmente cierto – puso orden Felipe Gómez – Muy resumido, pero totalmente cierto. Me parece extraño que con todo lo que saben ahora sobre fraudes electorales no le crean. Así se hacía antes, cuando todavía no había computadoras ni las demás tecnologías modernas.
– Pero, a ver –interrumpió alguno de los presentes –quisiéramos conocer detalles y sobre todo a mi me interesa saber cómo se legalizó el fraude en un congreso estatal.
– Pues eso sí que tendrán que preguntárselo a alguno de los dos diputados de aquel entonces. Eso está difícil porque ellos todavía no se juntan con nosotros. Pero si alguien tiene otro cuaderno donde el diputado nos cuente esa historia ¡dígalo de inmediato y lo leeremos! Todos aprenderemos algo.
Seguimos platicando pero nadie pudo aportar más datos. Necesitamos algún escrito o buscar quién recuerde lo que pasó. A ver cuánta suerte tenemos.
– Más bien veremos que tan hábiles somos y qué tan bien podemos hacer nuestro trabajo – dijo una voz desconocida.

jueves, 22 de julio de 2010

Elecciones y derrotas I

Hace un mes le pedimos a Felipe que nos contara triunfos guardados en la memoria colectiva y nos salió con que mejor nos contaría derrotas. Durante tres semanas nos ha narrado una historia que está muy lejos de terminar (batallas perdidas I, batallas perdidas II y batallas perdidas III). Todavía no vemos con claridad de qué batalla se trata. Ahora Felipe nos dice que, mientras él termina esa historia, el Profe nos debe contar una derrota electoral y no pretendidas “aventuras” como las que nos contó hace poco en una cantina.
El Profe se resiste, dice que no tiene caso narrar simplezas. Nosotros argumentamos que nos dejó relatar el robo de veinticinco mil votos. No se opone a que se narren triunfos pero no quiere contar derrotas.
El Profe nos sale con que él no sabe si ese robo de votos fue triunfo o derrota y que lo que nos va a contar tampoco está seguro si fue ganar o perder.
– La historia se desarrolló –comienza a decirnos el Profe– en un municipio del mismo estado donde aquél diputado se robó los veinticinco mil votos, pero fue en unas elecciones únicamente municipales. En el municipio donde pasó lo que cuento el partido tenía mucha gente organizada en lo que llamábamos comités de base. La mayoría de los militantes eran choferes de trailers con experiencia importante en luchas sindicales, con batallas violentas en las que enfrentaron esquiroles, sindicalistas amarillos y golpeadores de la patronal y al fin pudieron formar un sindicato independiente que para la fecha de estas elecciones ya estaba registrado y en el cual seguían participando. En los mítines de cierre de campaña nuestro partido tuvo más gente que el partido oficial, el PRI. Eso puso nervioso al gobierno estatal que acostumbraba ganar con “carro completo” y preparó entonces el fraude masivo, basado en retirar las urnas para que los votos no fueran contados en las mesas electorales, y los resultados pudieran alterarse. En un esfuerzo de organización interna nuestro partido nombró representantes ante la mayoría de las mesas de votación, pero muchos de ellos era la primera vez que participaban en luchas de esa clase y fueron fácilmente neutralizados, cuando no amenazados y sacados de las casillas. En cambio los traileros, que fueron acreditados como representantes municipales del partido, adoptaron una actitud combativa más eficaz y empezaron a levantar actas de reclamo, conforme la ley especificaba, en las casillas violentadas, que eran la mayoría. Su instinto de lucha les indicó que ese recurso legal serviría de poco. Enojados por tanta irregularidad cinco de ellos detuvieron a un vehículo donde funcionaros electorales estatales transportaban una urna todavía cerrada y sin contar, bajaron con violencia a los que la trasportaban y recuperaron la caja de los votos. Cuando tres patrullas de la policía arribaron a “poner orden” los hábiles choferes ya se habían perdido en las calles de la cabecera municipal. Me llevaron la urna y me dijeron: “Profe, al rato va a venir la policía y nos va a quitar esta chingadera ¿Qué hacemos con ella”. Entre todos decidimos rápidamente. Nos llevamos la urna sin abrirla a una comunidad de ejidatarios y comuneros del partido, en un municipio vecino, como a dos horas de camino, donde nos aseguraron que la esconderían y cuidarían que nadie la violara.
– Espera, espera –interrumpimos a coro al Profe– dijiste que nos ibas a contar una derrota y recuperar una urna e impedir que se altere su resultado es un triunfo.
–Buenos, sí –revira el Profe– tal vez recuperar una urna sea un triunfo, pero ¿de qué sirve si las casillas en el municipio eran 27? Y había más, robar urnas era y es un delito electoral. Teníamos toda una semana para encontrar cómo sacar provecho de lo realizado, pero hoy ya nos alargamos. Dejemos pasar una semana y dentro de ocho días les cuento qué fue lo que pasó después.

jueves, 15 de julio de 2010

Jacinto Arriaga habla con Manuel, hermano de Felipe Gómez (1931 + - )

Jacinto Arriaga y Manuel Gómez están sentados en el suelo, a la sombra de un árbol frondoso, que fue plantado hace mucho a la vera de un camino real. Doscientos metros más adelante están las ruinas de lo que fue la “casa grande” de la hacienda “La Maroma”.
– Nos hace falta tu hermano Felipe. Con él ya hubiéramos organizado algo para saltarnos a los acaparadores. Nos pagarían más por el ixtle y no tendríamos que estar esperando a que tipos como Eusebio nos hagan esperar lo que se les da la gana pa’comprarnos la fibra.
– Si otra vez nos sale el tal Eusebio que la fibra esta húmeda, que mal tallada, que bajó el precio yo no se la voy a vender. Mejor la guardo. Al fin y al cabo no se echa a perder.
– Y qué ¿el dinero no te hace falta?
– Felipe mi hermano tenía razón. Ahora que tenemos el ejido podemos sembrar lo que se nos da la gana. Este año me fue bien, tengo maiz y frijol suficientes. De hambre no nos vamos a morir. Mientras la Chole y los chilpayates estén sanos no vamos a necesitar mucho dinero. Si viene el maistro d’escuela, pa’lápices y cuadernos tengo suficiente ahorrado. Puedo aguantar sin venderle esta semana a ese cabrón de Eusebio. Si me veo muy apretado vendo un chivo y hasta creo que alcanzo a vender un poco de maiz y frijol y todavía me sobrará pa’la siembra que viene.
–¡Ah qué Manuel! Qué bueno que estás bien organizado. Por algo eres el presidente del comisariado. Pero con no venderle al Eusebio no ganas nada. Si todos nos negáramos a venderle tal vez lo obligaríamos a pagar mejor. Acuérdate que tuvimos que jalar todos parejo para quitarle las tierras al viejo Alcántara. Y luego nos costó harto trabajo que el tal Portes Gil nos reconociera legalmente el ejido.
– Pero es que todos queríamos las tierras.
– ¿Y qué? Las queríamos desde antes que tomáramos las armas y no le podíamos hacer nada al cabrón de Alcántara. Se tuvo que morir Felipe, tu hermano. Y los que anduvimos con Pancho Villa aprendimos que si no estamos bien organizados, si no sabemos ponernos de acuerdo, si no jalamos parejo, pues, no conseguimos nada. El diez y siete, cuando nos apropiamos de las tierras de La Maroma fue porque jalamos parejo, nadie se rajó.
– ¡Eeeeh! Si tú no nos organizar y nos diriges no hubiéramos logrado nada.
– Ya cállate. Fue tu hermano Felipe el que nos dirigió esa noche.
– ¿Y también fue Felipe el que te salvó cuando perdieron la batalla de Celaya?
– Ahí viene Eusebio. Prepara tu ixtle y no estés diciendo pendejadas.
Los dos hombres de treinta y tantos años se levantaron y fueron a formarse en la fila que sus compañeros ejidatarios hicieron frente a la mesa donde un hombre maduro, bigotón y muy gordo, el tal Eusebio, empezaba a comprar la fibra del ixtle de lechuguilla.
– Te vuelvo a insistir, Manuel – dijo por lo bajo Jacinto – deberíamos juntar la fibra de todos y vendérsela a Eusebio junta. Hasta para quitar estas colas sería bueno. Hay que insistir en la próxima asamblea.

jueves, 8 de julio de 2010

Batallas perdidas III

Eran los tiempos en que se empezaba a construir un nuevo partido en Nuevo León. Ya les conté cuando éramos seis muchachos inexpertos viviendo en una casa taller donde unas mujeres organizadas en cooperativa producían discos para pulir metales a partir de recortes de telas de algodón. Por cierto la casa la rentaba la esposa de un trailero, el menos joven del equipo de seis constructores del nuevo partido. Encabezaba el grupo un tamaulipeco con experiencia en luchas estudiantiles y un poco más de un año de lucha construyendo el partido en otros estados de la república: Pablo Vilchis es su nombre. Cierto día Pablo me dijo:
– Profe, vinieron dos campesinos desde el municipio de Cerralvo. Alguien de la colonia Veteranos de la Revolución les contó de nosotros. Dicen que forman parte de un grupo grande que quieren tierras ejidales. No saben por dónde empezar. Nos invitan a una reunión dentro de cinco días, el próximo sábado. Nos esperan a las diez de la mañana en el kiosco de la plaza principal de la cabecera municipal. Vas a ir tú a atenderlos.
Yo no sabía nada de movimientos ni de luchas campesinas. “No importa” me dijo Pablo, “aquí tienes una Ley de la Reforma Agraria; con esta arma puedes hacer cualquier cosa” y durante un poco más de media hora me habló, libro en mano, de los artículos que abrían la posibilidad de luchar por la tierra, contra el latifundio y por la propiedad colectiva de los medios de producción en el campo. “Hay que saber buscar lo que favorece a la lucha y a la organización” terminó diciendo y me dejó estudiando la ley, actualmente abrogada, que llegué a conocer y manejar bastante bien.
El sábado convenido fui al encuentro del grupo. Nos reunimos en una casa de las afueras de Cerralvo ese sábado y otros tres más. El grupo era muy inestable, venían unos, se iban, venían otros y también se iban. Decidimos que las siguientes reuniones las haríamos en Monterrey, donde vivían varios de los asistentes a dos o tres de las reuniones. El grupo nunca se consolidó, pero uno de los asistentes más asiduo se llamaba Casimiro Herrero; alguien nos contó de él el jueves pasado primero de julio.
Ya sabemos que, aparte del sueño de ser ejidatario, Casimiro había heredado unas cuantas hectáreas próximas a Monterrey, pero bastante lejanas de la ciudad; podían considerarse rurales. En esos terrenos sí se consolidaron las reuniones semanales con campesinos semiurbanos que estudiaron la Ley de la Reforma Agraria entonces vigente, la usaron convenientemente y dieron una lucha larga y tenaz que terminó en derrotas, no absolutas pero sí dolorosas. Nostalgias vendrán con recuerdos aparejados y otros conocedores de luchas agrarias como Felipe Gómez, Jacinto Arriaga o Tomás Cruz, que observaron sin participar tales combates, aparecerán en nuestros sueños que apuntan tercamente hacia el futuro.