jueves, 28 de octubre de 2010

Tomás Cruz delirando en el hospital del IMSS de Villahermosa Tabasco (1964)

Blanco, todo blanco,
¿Qué son estos tubos que salen de mi boca? o ¿salen por mi nariz?
Desde la ventana de este salón les lanzamos bolsas con sangre a la policía de Porfirio Días ¡Tengo veintiún años! Estoy sentado en el salón del viejo edificio. Es un aula de la facultad de medicina. Las bolsas, a correr, escondernos. Es primavera, hace poco se celebró el centenario de la independencia ¿Qué? Renunció Porfirio ¡Se va, se va!
¿Por qué me fui a buscar a los revolucionarios?
Sí, sí. En esos camiones Roma-Piedad y Anexas voy con estudiantes jóvenes al zócalo. No podemos dejar que el gobierno reprima de esa forma a los ferrocarrileros que están con Demetrio Vallejo.
¡Me voy a quitar estos tubos que me ahogan!
Imposible mover el brazo. Ninguno. Ni el derecho ni el izquierdo. Abro los ojos. Me parece ver cortinas verde claro. Como de un hospital.
Tengo sueño, mucho sueño. Jacinto Arriaga se enoja y me grita. Parece que me está regañando “¿Qué andas de pendejo oliéndole los pedos a los carrancistas?”
En realidad todos los que andamos en la bola somos iguales, una bola de ladrones. Los jefes muy ladrones, nosotros carranceamos* de a poquito. No, no, algunos como Jacinto no se andan con chingaderas, “yo lo único que voy a recuperar son las tierras de los pinches latifundistas” dice a cada rato. No entiendo bien lo que quiere decir. Estoy en el campo, en los llanos algodoneros de La Laguna, cerca de Torreón. Me acuerdo de Jacinto ¿Qué andará haciendo? Son muchos campesinos, todos con armas. Tengo miedo. Ellos dicen que se las dio Lázaro Cárdenas, el mero presidente ¡Sí, como no! Que para defender las nuevas tierras ejidales ¿Qué haremos si llega el ejército? No, no llegó nunca.
Me ahogo, me ahogo ¡Tengo que quitarme estos méndigos tubos! Oigo una voz, allá, lejos. Sí, sí, una voz de mujer: “don Tomás, ‘tese sociego, se le va a zafar el tubo del suero”. Parece que veo a una enfermera. Todo blanco, no, todo no, cortinas verdes. La voz de la enfermera ... ¡que sueño! Me duelen los brazos. Ayer venía de un nuevo ejido de Chiapas ¿Ya acabó la revolución?
“ ‘Tese sociego”, una mano de mujer en la frente. Voy a dormir, voy a dormir.

*Carrancear: término que se aplicaba al robo y al pillaje durante la etapa armada de la revolución mexicana (nota del editor)

jueves, 21 de octubre de 2010

Tomás Cruz se está muriendo en el hospital del IMSS de Villahermosa Tabasco a los 75 años de edad (1964)

El calor es intenso. Hay mucha humedad. Buscamos la sombra camino al hospital del Seguro Social. Jacinto nos trae casi a rastras. Quiere llegar a visitar a Tomás Cruz que según nos han dicho agoniza en el hospital regional del IMSS, aquí en Villahermosa, capital del estado de Tabasco. Hubo un accidente automovilístico en la carretera que viene de Palenque. Según parece Tomás viajaba en el lugar del copiloto. No sabemos más.
Jacinto está insoportable. No entendemos por qué. Su relación con Tomás cambió mucho y muchas veces durante su vida: cuando se conocieron, un día después de la toma de Zacatecas Jacinto no le hizo caso, por él nunca hubieran establecido relación alguna. Pero Tomás pensó que Jacinto haría carrera militar y política y decidió seguirlo. Chinto prefirió luchar por el ejido y se perdió, según Tomás, en luchas intrascendentes. Eso causó muchos disgustos entre ambos. En alguna ocasión poco faltó para que Jacinto le soltara unos balazos a Tomás. A pesar de ello se siguieron viendo y buscando durante toda su vida. Ahora cuando parece que Tomás se muere Jacinto insiste en que tenemos que visitarlo.
Chinto afirma que Tomás es el mejor representante de los “intelectuales de segunda”, “intelectualoide” le dice a menudo, que quieren analizar la realidad y no la entienden o la entienden poco pero regañan a todo aquel que no sigue sus consejos. Pero también dice que Tomás tiene buena voluntad y que se ha ido corrigiendo y ha empezado a entender a la revolución mexicana y que “seguramente es uno de los pocos que nos puede ayudar a unir el pasado revolucionario que cada vez queda más lejos con las luchas presentes que siguen la misma dirección aunque a veces quieran renegar de ella”.
No le entendemos bien a Jacinto pero es terco y nos ha arrastrado hasta acá, a Villahermosa, para hablar con un moribundo que según él puede tener las claves para unir el pasado villista y zapatista con las luchas actuales y mostrarnos los caminos a un futuro de mayor justicia social.
Vayamos a visitar al moribundo, a ver qué encontramos.

jueves, 14 de octubre de 2010

Felipe Gómez narra una conversación entre Hilario Zapata y su esposa (1976)


Era un frío atardecer de mediados de enero. Desde que supe del nuevo centro de población “La Esperanza” dediqué mucho tiempo a llevar registro de lo que ahi pasaba. Me preguntaba insistentemente cómo la secretaría de la Reforma Agraria, tan renuente en afectar intereses particulares, había elaborado el abultado y laborioso expediente de dotación ejidal en tan poco tiempo. Sin embargo al inicio el triunfo parecía definitivo: 20 mil hectáreas dotadas a 20 campesinos y crédito para quinientas cabezas de ganado; logros así solo fueron conseguidos masivamente durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas.
El cielo está limpio. La luna tardaría en salir pero algunas estrellas brillaban en una bóveda que obscurecía rápidamente. El aire calmo y transparente estaba muy frío. Todo anunciaba una fuerte helada al amanecer del día siguiente.
De pronto Chato, el perro de Hilario que oteaba el horizonte, levantó las orejas, lanzó dos breves ladridos y se alejó corriendo por la vereda que llegaba a la casa. Lo seguí y vi a lo lejos las fiestas y el recibimiento alborozado que el perro daba a su dueño. Algo sacó Hilario de su morral, se lo dio al Chato y siguió caminando con paso ligero, aunque lo noté cansado. Había caminado más de treinta kilómetros en esa jornada.
Guadalupe también se dio cuenta de la llegada de su esposo. Avivó el fuego para dar calor a la estancia y salió al encuentro de quien llegaba. El saludo fue rápido pero con el cariño seco que siempre les conocí.
– Cómo te fue, Hilario? ¿ Cómo están mis papás y los tuyos?
– Bien, te mandan saludos. Me encontré en Castaños a uno de los Soriano y me dio un aventón hasta su ejido. Dormí en su casa y hoy en la mañana me vine a pie desde allá.
– Pásale a descansar, ahorita te hago de comer.
Los seguí al cuarto que hacía las veces de cocina y, como siempre, me quedé observando a la distancia. Fue entonces cuando Hilario no resistió más y le contó a Guadalupe que Antonio Soriano por fin le habló claro:
– Veníamos solos él y yo, en la camioneta y de pronto me dijo que hora que ya tenemos el ganado debemos prepararnos para pasarlo de contrabando a los Estados Unidos. Cuando le dije que la policía ganadera nos trae corto y nos vigila mucho, ser rio con hartas ganas y me dijo: “No les hagas caso. A veces hasta ayudan. Muchas veces nosotros pasamos ganado que no es nuestro. Ya te irás dando cuenta por dónde”.
– ¿Tú crees que los Soriano roban ganado? – preguntó Guadalupe.
– Creo que sí y hasta se me afigura que la policía anda metida en el trafique. En estas soledades además de unos cuantos peones de rancho y ejidatarios como los Soriano o nosotros ¿quién más se va a dar cuenta de lo que sucede?
–Pero nosotros no vamos a entrarle a esos negocios ...
–Claro que no, pero no sé bien como decírselo a los compañeros. Hoy estoy muy cansado. Ya veré mañana cómo le hago.

Ese fue el primer indicio que tuve de los importante que era para la policía ganadera de la región tener el control absoluto de la misma y contar con una cobertura legal para el contrabando de ganado y seguramente de otros productos. Esto pasaba a la mitad de la década de los setenta donde el contrabando de drogas y de armas por la región apenas comenzaba. En ese entonces el trasiego ilegal de ganado era lo fuerte. Dos grandes ejidos ganaderos taparían fácilmente tal trasiego.

jueves, 7 de octubre de 2010

Nosotros

Parece que nos hemos perdido en una selva tropical. Tenemos un racimo de temas inconclusos. Si revisamos nuestras narraciones poniendo los acontecimientos en orden cronológico nos encontramos con Tomás Cruz y Jacinto Arriaga por allá alrededor 1915. Tomás prometiendo contarnos algo sobre Venustiano Carranza y los ejidos, y su famosa ley agraria del 6 de enero de 1915. Platicaban días antes de la batalla de Celaya que perdió la División del Norte y marcó el inicio de su desaparición. Contamos cómo salvó la vida Jacinto y luego aparece una narración del propio Jacinto platicando con un hermano de Felipe Gómez de nombre Manuel. Jacinto y Manuel ya tienen tierras ejidales pero no sabemos cómo las conquistaron y todo apunta a que quieren organizar la venta colectiva del ixtle de lechuguilla. Hay tantos huecos ahí como los tiene nuestra memoria colectiva. Es preciso llenarlos, aunque no sepamos cómo.
Luego viene un gran salto y nos encontramos con luchas agraria en los setentas y ochentas del siglo XX, marcadas en nuestra narración con el tema o etiqueta “ El ejido”, que es la seña que más aparece en nuestros escritos, a pesar que estos iniciaron con narraciones de pequeñas luchas sindicales de las que ya casi no hablamos.
Dentro de las batallas agrarias sentimos que la más importante de la que hemos tratado es la que dieron los ejidatarios del nuevo centro de población la Esperanza, narración que ha quedado trunca. Lo último que sabemos de este tema es que los ejidatarios de la Esperanza fueron desalojados, pero no sabemos por qué o cómo y ya alguien nos avanzó el final, anunciando la muerte de Hilario Zapata.
¿Tiene algo que ver la resistencia sindical y las luchas agrarias con la revolución mexicana?
A cien años del inicio de la misma, si muere el sindicalismo independiente y terminan las luchas por la propiedad social de la tierra ¿nos quedará algo de la revolución? Estas inquietudes deberían quedar sólo subyacentes ¿Sirve de algo que las hagamos públicas?