jueves, 24 de junio de 2010

Batallas perdidas I

Hey, tú, Felipe, te moriste en 1914, cuando ya habías tomado Zacatecas, cuando la tomó la División de Norte a la que tú y tus amigos pertenecían. Colaboraron otras fuerzas que entonces todavía eran revolucionarias.
Ahora tu espíritu, tu memoria, tu impulso, tus anhelos, vuelan sobre nosotros, nos alientan, nos interpelan. Al menos nos hacen estar agazapados y al acecho, encorajinados, encabronados decimos en México, por tantas derrotas que la revolución está sufriendo actualmente, en este siglo XXI.
Necesitamos que tu memoria nos cuente más triunfos que hayas contemplado desde donde estés. Triunfos que nos reanimen, que nos sirvan de piso para levantar las banderas, como las mazorcas se han levantado del suelo de los ejidos, como los animales de los ejidatarios que se han puesto de pie por más de quince lustros y todavía, en la actualidad, contribuyen al sustento de sus familias, aunque sus dueños se hayan tenido que ir al norte, a trabajar en las entrañas del monstruo para alimentarlo con su trabajo ¿Qué triunfos recuerdas? ¿cuáles nos puedes contar?
No lo vemos, pero sabemos que Felipe Gómez está pensando. Ha sobrevolado toda su patria para, junto con otros como él, reunir en la memoria colectiva de los vivos, formada por los hechos de los muertos, un patrimonio imborrable a pesar de todos los esfuerzos por desaparecerlo que hacen los descendientes del porfirismo, pues no les apetece ni pueden apropiárselo.
– Hoy no quiero contarles triunfos – nos dice Felipe de pronto – También las derrotas hay que platicarlas. De esas también hay muchas. No sé si sean más los triunfos o las derrotas. Es difícil que un solo hombre ponga en la balanza la abundancia de unos y de otras. Voy a empezar con derrotas pequeñas pero muy dolorosas para mi porque las sufrieron personas a quienes amo. Porque fueron luchas en las que soñaba cuando me uní a la revolución en aquellos caballos que le robamos al viejo Alcántara. Porque han sido luchas muy cercanas a mi vida de muerto. Permítanme poner en orden mis recuerdos. En un momento más empiezo mi narración.

jueves, 17 de junio de 2010

Conversaciones de cantina (actualmente)

– A ver, Profe, cuéntanos de cuando participabas en elecciones ¿Llegaste a creer que por ese medio alcanzarían el poder?
– Ese no es el punto. Deja que el Profe nos cuente sus aventuras electoreras.
– ¿Qué aventuras puede haber en depositar un voto en una urna?
– Pues no se crean, pero, aventuras, lo que se dice aventuras, claro que sí puede haber cuando se trata de elecciones.
– No seas cuentero, pinche Profe, ahora nos vas a salir con que fue aventura robarse veintitantos mil votos. Así como lo cuentas ni emoción tuvo.
– De a tiro se ve que tú solamente has depositado tu voto, si acaso, en asunto de elecciones. Durante las campañas pueden pasar muchas cosas que se pueden considerar aventuras y ...
– No seas cuento– lo interrumpe uno de los cinco que están en torno a esa mesa de lámina con un anuncio de cerveza Corona por cubierta– cuéntanos mejor alguna de esas anécdotas que alegremente llamas aventura.
– Ya te quisiera ver corriendo perseguido por tres o cuatro chavos banda, con una cubeta de engrudo en una mano y la brocha y un paquete de propaganda en la otra. El Átomo y yo apenas llegamos a la carcacha en la íbamos, menos mal que el Chino estaba listo en el volante...
– Ahora viejo ya no puedo correr ¿Cuántos años tenías entonces? – vuelve a interrumpirlo, con una cerveza en la mano, el mismo contertulio.
– Fue en Saltillo. Pensándolo bien no era ni siquiera una campaña electoral. O no me acuerdo bien. Sería por 1976, porque a mí todavía no me mandaban a Monclova. El Átomo tendría como 22 o 23 años ¡Yo ya no estaba tan muchacho! El Chino andaría apenas pasando los veinticinco.
– Dijimos “aventuras electorales”. Y tú sales con que los persiguieron unos borrachos.
– Con jóvenes, en elecciones y con chavos banda– se anima el Profe– Sí les puedo contar cuando participé como jefe de brigada de apoyo en las elecciones de gobernador de Tlaxcala allá por el 82. El presidente nacional del partido me mandó con una camioneta Wagoner, dos o tres militantes experimentados, uno de ellos viejo, como de sesenta y tantos años y un grupo de chavos banda de Azcapotzalco, seis para ser exactos, entre los diez y seis y los veintidós años. Ellos iban en el carro viejo de uno de ellos. Dormíamos en los vehículos y de noche pretendían salir a madrear policías. Una noche quien los encabezaba, chavo sensato y además bien bragado, detuvo a los otros cinco a golpes, patadas y portazos del automóvil, con el argumento de “no sean pendejos, cómo va a quedar nuestra candidata si mañana los periódicos publican que seis borrachos que hacían campaña por tal candidata a gobernadora fueron detenidos por varias patrullas cuando se dedicaban al vandalismo”. Pero los “argumentos” que convencieron a sus cinco amigos fueron las patadas, los golpes que le dejaron al jefe los nudillos despellejados y los machucones que les dio a sus amigos con la portezuelas de la nave en que dormían. Me despertó el barullo y los gritos ahogados de la banda. Hice por bajar de la camioneta para calmarlos, pues supuse un pleito sin razón y el militante viejo del que les contaba me detuvo: “No bajes, porque te madrean, están muy enojados” me dijo y me sostuvo férreamente del brazo. Ya despabilado me di cuenta de lo que pasaba y al ver que el que los dirigía ya había ganado y “convencido” a sus huestes de no salir a golpear policías, volví a dormirme. En la mañana le pregunté inocentemente al jefe de los chavos que le había pasado en las manos y me dijo “nada, anoche me caí y me raspé con unas piedras”. Hice como que le creía y ahí acabó ese asunto, pero hay muchas cosas más que contar de esa campaña. Esos mismos muchachos pegaron carteles y pintaron paredes sin que se les pagara un centavo. Me mandaron con camioneta, pero sin dinero. Boteamos para sobrevivir durante los quince días que duró nuestro apoyo. Los chavos boteaban en las cantinas aterrorizando a los borrachines y en una tienda de un pueblo hicieron “cooperar” al dueño con todo una pieza de queso de unos cinco kilos, como lo habían hecho muchas veces en sus colonias defeñas en plan de mafiosos. No sé si fueron buenas o malas esas requisas, pero eso nos permitió apoyar una campaña electoral y sobrevivir luchado por algo en lo que estábamos convencidos: hacer crecer a nuestro partido, un partido del pueblo que se sostenía por sí mismo.
– Pero participar en las elecciones fue lo que nos jodió.
– Esa discusión ya la hemos tenido muchas veces y no es para una cantina. Mejor digamos ¡salud!– dijo el mismo que ya había interrumpido la conversación dos veces antes.

jueves, 10 de junio de 2010

Otras batallas del ejido Puerto Tetzo

¿Cuántos jacintos arriaga hubo en la revolución? ¿Cuántos ha habido? ¿Cuánto hay actualmente?
Ambivalente y con mil caras la revolución mexicana. Llena de traidores. Algunos grandes traidores y pequeños hombres. Otros grandes hombres y más o menos traidores. Generales que se hicieron gran burgueses. Hijos o nietos de revolucionarios que reivindican a Díaz. Funcionarios que iniciaron muy jóvenes luchando por demandas revolucionarias y viven actualmente lucrando con la agonía de la revolución.
Pero Jacinto Arriaga, ya muerto, ha visto que otros levantan sus demandas. Él murió, ¿cómo? ¿cuándo?, en este momento no quiere recordarlo, pero observa con ojos que otros suponen velados por la tierra a muchos felipe gómez, a cientos de mexicanos que como él luchan todos los días con las escasa armas que aún quedan de aquella revolución que parece moribunda pero que renace en el sureste de la patria y permanece viva en la memoria de muchos mexicanos.
Todavía hay racimos de jacintos arriaga que defienden su ejido, atacado en mil formas desde hace años, tal vez desde que nació.
Tenemos ejemplo en el ejido Puerto Tetzo. La primera batalla queda ya muy lejos en el tiempo, pero la lucha sigue: después de aquel primer paso se dieron muchos para conseguir la resolución presidencial. Trámites en Pachuca y en el Distrito Federal. Maurilio Casvieja y varios de sus compañeros saliendo a corta caña a Valles para financiar su lucha. El Profe abandonando el Valle del Mezquital. Ya nos contará qué más ha hecho, aunque ya nos narró una anécdota no solicitada. Los jóvenes ñahñúhs, avanzados los trámites, invadieron los terrenos. La policía llegó a desalojarlos. Los futuros ejidatarios, usando el partido del Profe, en el cual militaban, lograron negociar una tregua que se alargó por años. El falso dueño, Gabriel Hernández, se cansó de luchar por unos terrenos que cierta vez soñó robar y convertir en campo de golf para turistas, cuya basura recogerían los ñahñús, su dueños originales, a los que solamente daría trabajos mal pagados. La lucha avanzó. Se legalizaron los terrenos y se formalizó el ejido. Aunque fuese para rememorar actos populistas, el gobierno estatal otorgó un crédito y los ya no tan jóvenes ñahñúhs instalaron modernos invernaderos para producir hortalizas. El día en que se inauguraron los invernaderos lo importante no fue la presencia de autoridades federales y estatales, que sí asistieron para simular que aun creen en la revolución, si no la presencia de aquellos otros ñahñúhs del Mezquite, los que dieron a los ejidatarios de Puerto Tetzo el primer ejemplar de la ley de la reforma agraria. Y la compañía de muchos otros campesinos de la región que guardan la semilla revolucionaria en esa memoria colectiva de sucesos triunfantes. Ahora la lucha sigue para lograr precios justos de venta o establecer canales de comercialización solidarios, al margen de los tradicionales mercados voraces.
Y contemplando todo estuvieron Felipe Gómez, Jacinto Arriaga, Tomás Cruz y otro más que todavía no conocemos y son los que nos narran estas cosas.

jueves, 3 de junio de 2010

Jacinto Arriaga habla consigo mismo (jueves 8 de abril de 1915, como a las tres de la madrugada)

Hoy estoy vivo por pura pinche suerte. Debo estar mal de la cabeza. Cuando tomamos Zacatecas y logramos esa gran victoria yo estuve muy triste y encorajinado, pues esa tarde mataron a Felipe. Hoy perdimos. La derrota es grande. Yo ando solo, huyendo. Si me encuentran los de Obregón me truenan. Pero no me van a encontrar ¡Ya me les pelé!
Esos soldados del mentado Álvaro Obregón son unos miedoso. Nunca salieron de sus agujeros hasta que nosotros ya estábamos jodidos. Yo me salvé nomás porque esos cabrones no salieron si no hasta la tarde. Y debo estar mal de la cabeza porque ahora que perdimos yo ando muy contento. Salvé la vida y estoy seguro que ya casi encuentro a la División del Norte.
Ayer nos fue muy mal. Desde el martes empezamos a perder. Mandaron a la caballería por delante y no se podía avanzar con tantas zanjas, los alambres con púas que estaban por todos lados y las ametralladoras de Obregón disparando desde sus escondites. Yo me salvé el martes porque me tocó estar en la reserva y como los coyones de Obregón nunca salieron de sus conejeras ya no entramos en combate. Pero ayer a los que estábamos frescos nos mandaron por delante y topamos con las zanjas, los alambres y las ametralladoras escondidas. Nuestros enemigos, puros ratones que ni veíamos. Seguro muertos de miedo, pero bien que nos chingaron. Me mataron el caballo, al caer me enredé en unos alambres con púas pero no me pasó nada grave, sólo rasgones de la carne por arriba. Me subí a otro caballo que andaba ya sin jinete, de los nuestros, y volví a la carga. En ese momento me acordaba de Felipe que a caballo ni quien lo parara y no me quise quedar atrás, aunque ya no enfrentaba pelones. Pero en ese momento no pensé contra quiénes peleaba ¡Había que darles! Esas eran la órdenes.
Mataron mi segundo caballo. No más disparan la ametralladora un poco más alto y no andaría buscando a mi división en esta oscuridad. Me volví a caer y me di un buen chingadazo. Tardé mucho en despertar. Cuando me di cuenta puros muertos de nosotros por ahí regados. No reconocí a nadie. Agarré un fusil y una canana y me preparé a matar enemigos, pero nunca los vi. O estaban en sus conejeras temblando de miedo o como ya no atacábamos por ahí los movieron a otros lados. Estaba solo, lleno de sangre de los rasguños, pero bueno y sano. Me fui arrastrando para el lado donde no había balazos. El sol me quemaba pero no me levanté. Ya en la tarde, serían las seis o las siete, estaba bien escondido en una cerca de piedra y vi salir a los de Obregón a perseguirnos, lejos y para otro lado de donde yo estaba. Pardeando encontré un caballo, en el que vengo. Creo que era de uno de Obregón, al que seguro matamos. En su propio caballo me les escabullí. Ya mero llego a Salamanca. Presiento que ahí está Pancho Villa y la División. No creo que los coyones de Obregón nos hayan echado en corrida más lejos. Si son ellos los que están en Salamanca yo ya estoy muerto. Pero hoy es mi día de suerte.