jueves, 25 de noviembre de 2010

Nota del editor

Los narradores de esta historia se encuentran en un cruce de múltiples caminos. No saben ni por dónde ni cómo continuar su marcha.
Yo, el editor, llevo tiempo diciéndoles que semana a semana se confunden más.
Las discusiones para decidir quién debe continuar narrando, cómo y desde dónde hacerlo, no nos han llevado a ningún lado. Les digo que sus narraciones han perdido el hilo y no se ve cómo van a llegar a un final aceptable.
Los últimos ocho días los hemos pasado analizando, un poco angustiados, la situación:
– Terminemos subiendo a todos en un barco y ahogándolos en altamar –dijo uno de los narradores harto de no encontrar soluciones.
– Sigamos pensando ocho días más – dijeron con similares o diversas palabras los restantes.
Como editor casi los juramenté para que vuelvan a escribir, sea lo que sea, dentro de ocho días.
Así es qué ¡hasta el jueves próximo! Para nosotros será una semana infernal. Que para todos ustedes sea benévola.

P.D.: La editorial acepta y agradece desde ahora sugerencias del público lector.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El "Profe", actualmente

El Profe, ya nadie le dice así, ve distraídamente a los niños que corretean aparentemente sin ningún sentido en el patio de la escuela donde trabaja.
Está contento. Sabe que es un privilegiado en este México de principios del siglo XXI. Tiene un trabajo estable. Su salario de obrero del gis alcanza para vivir sin penurias, aunque no de para renovar el viejo automóvil que ya está a punto de colapsar.
“Obrero del gis” ¿El Profe ha sacado la frase de un museo? Los gises cada vez se usan menos, ahora son, en el peor de los casos, plumones fugaces para pintarrón y cada vez más escuelas, sobre todo las oficiales, hacen uso de pizarrones electrónicos y sus correspondientes “plumones” cuyo nombre técnico ignora.
Pero más raro es que alguien llame “obrero” a un maestro. En la mayoría de los casos los maestros se consideran “clase media” y aspiran a ser clase media alta ¿Por fin, media o alta? Flota la pregunta sin que se le preste mucha atención.
El Profe sonríe al descubrir los absurdos caminos de sus pensamientos descontrolados mientras pasan junto a él dos niñas entre los nueve y diez años, una de ellas saltando una cuerda y ambas riendo por los frecuentes traspiés de la primera.
– Director ¿Qué significa mi nombre? – pregunta otra niña de la misma edad que las dos que acaban de pasar.
– ¿Cómo te llamas?
– Ligia.
– Es el nombre de una de las sirenas de la que hablaban los griegos.
– Gracias, Director.
¡Ah! Resulta que ahora ya es director de una primaria, trabajo estable en efecto, que le permite vivir tranquilo con su esposa – sus hijos ya hace su vida solos – pero que lo obliga a contar centavos como avaro si pretende cambiar su computadora que se traba cuando pretende abrir una página ligeramente compleja en internet.
Sí, el Profe se ve contento, pero algo le preocupa allá, muy adentro ¿Cuántos guardan al menos la añoranza de las luchas sociales, las luchas obreras, las luchas campesinas? ¿Cuántos todavía se emocionan cuando leen una narración que termina haciendo presente a Lenin en una lujosa casa de un pueblo que fue minero, ahora habitado por “profesionistas libres”?
La sonrisa se diluye y algo parecido a la desolación pugna por aflorar a las pupilas del Profe.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Muertos, todos muertos

Esta tarde llegamos en tumulto a la cantina "La Mansión de Oro", en avenida Universidad y Dr. Vertiz, en esta ciudad de México. El cantinero no se ha dado cuenta de nuestra presencia. Nada más ve a nuestro amanuense que está solo, en una mesa del rincón más alejado de la barra, con apenas la luz suficiente para escribir lo que platicamos, nosotros, fantasmas del pasado, jirones de memoria que el tiempo se lleva como los ciclones arrancan las hojas de las palmeras.
– Ja, nunca has estado en la playa después de un ciclón. Todo arrasado y las palmeras de pie, con sus hojas maltratadas pero aun en su lugar – dice uno de nosotros.
– Algunas palmeras sí pierden las hojas.
– Y a otras les quedan las hojas muy maltrechas, rotas, llenas de agujeros.
– Metáforas – afirmo – la realidad es que todos nosotros estamos muertos. Penosamente nos hacemos presentes en la memoria de algún viejo conocido.
– Te contradices. Si hay viejos conocidos aun vivos es claro que no todos hemos muerto.
Y comenzamos un breve recuento: En el Mezquite aun viven muchos de los que eran autoridades cuando corrieron a Faustino Yeso y cuando poco antes conquistaron ejido, riego y carretera pavimentada. En Puerto Tetzo los jóvenes que obtuvieron el ejido ahora viven de lo que producen en sus invernaderos, aunque Maurilio Casavieja tuvo que abandonar la población por mujeriego. Antes que los maridos ofendidos le cobraran los agravios, Maurilio se fue de mojado a los Estados Unidos. Fielmente sigue enviando dinero a su esposa y a sus hijos, aunque seguramente más de un gringo estará ansioso de que la migra lo regrese con las mujeres de éste lado.
Los obreros de la planilla verde y los jóvenes de la sección 288 se han desperdigado. Varios se fueron a Estados Unidos también de mojados. Lo hicieron luego de su retiro voluntario de Altos Hornos, cuando se privatizó. Otros se fueron a Monterrey, a Saltillo o a otras ciudades. Uno sigue en Monclova: lo corrieron de la Planta 2 sin indemnización; le quitaron su pensión del Seguro Social, pero sigue luchando; pronto vamos a buscarlo para que nos narre su historia. El hermano de Hilario Zapata, Luis, vive en el ejido Castaños dedicado a la agricultura de autoconsumo, apoyado por su yerno que aún trabaja en Altos Hornos. También vamos a buscarlos, a ver qué nos cuentan.
Las luchas del ixtle son cosas del pasado y el nuevo centro de población “La Esperanza” ha muerto: aquellas veinte mil hectáreas seguramente siguen como lugar de paso o espera de ganado robado, pero sobre todo están surcadas por las veredas por donde ahora se trasiegan drogas y armas. Nuestros recuerdos no son si no cementerios: tumbas, silencio, muerte.
– ¡No! – exclama Jacinto al llegar a este punto –eso parece, pero el pasado sigue vivo. No sabemos por qué caminos va a traer un futuro diferente al tiempo actual. ¡Ayudemos a lo mejor del pasado a que se abra camino!

jueves, 4 de noviembre de 2010

Tomás Cruz en el hospital del IMSS de Villahermosa Tabasco, III (1964)

Estamos alrededor de la Cama de Tomás Cruz ¿Cómo es que oímos sus pensamientos?
Son dos enfermeras por turno las que atienden este módulo hospitalario con cuatro camas, separadas con unas cortinas verde claro. En el turno de la tarde una de las enfermeras trata con mucha brusquedad a Tomás, no sólo a él, a los otros tres enfermos los trata igual. La otra, más joven y siempre alegre, aunque a veces se ve muy cansada, se ha encariñado con nuestro moribundo, le habla con suavidad, le toca con ternura la frente, le acaricia el brazo amoratado por las conexiones del suero, un día al ir saliendo del módulo le oímos murmurar claramente “¡Cómo se parece a mi abuelo!”.
A ratos el cerebro de Tomás es un caballo desbocado, como los que monté en la batalla de Celaya. Oímos sus pensamientos ¡mala señal! pronto va a ser uno de nosotros, pura memoria colectiva en el subconsciente de cualquier mexicano que haya vivido o luchado en el campo sus derechos ejidales o haya combatido en la fábrica contra la patronal explotadora y los líderes charros.
Ayer, a esta misma hora, ya atardeciendo, Tomás se sentía en su delirio nuevamente joven estudiante, sabiéndose un viejo de más de setenta años. Se veía a sí mismo en diversas manifestaciones multitudinarias de las luchas obreras de fines de los cincuenta, hace apenas cinco años. En ocasiones gritando a favor de los ferrocarrileros, en otras apoyando a Othón Salazar y a los maestros que encabezó. Recordó entre las brumas de la fiebre que tanto Othón como Demetrio fueron apoyados por el Partido Comunista Mexicano. Tembló, no supimos si a causa de la fiebre tan alta o por el miedo o la indignación cuando recordó que hace cinco años él mismo fue acusado de “periodista comunistoide” luego de escribir sobre las movilizaciones que orillaron al gobierno a soltar a Othón, que solamente estuvo preso tres días. Casi grita de coraje cuando apareció en su delirio Demetrio Vallejo, que aún está en Lecumberri*, y hubiera gritado mil imprecaciones si no estuviera tan débil y la enfermera joven no hubiera llegado a hablarle con suavidad y no le hubiese acariciado la frente, poniendo en ella paños húmedos.
A los pocos minutos sus delirios lo llevaron a recuerdos más antiguos. Se rebullía en la cama mientras su cerebro afiebrado lo conducía a las manifestaciones en apoyo a la expropiación petrolera, por allá en el treinta y ocho, y a las festivas entregas de tierras ejidales en la Costa Grande del estado de Guerrero y en La Laguna, en Coahuila, tiempos en los que él todavía no creía mucho en la revolución.
¡Qué bueno que la enfermera no nos ve ni nos presiente! Nos hubiera corrido inmisericorde. No son horas de visitas ni Tomás, ya casi en la agonía, está para ellas.

*Lecumberri: cárcel en que se acostumbró recluir a los presos políticos durante casi todo el siglo XX, ahora convertida en el Archivo General de la Nación (nota del editor)