jueves, 30 de diciembre de 2010

Andanzas de un diputado, I

– ¿Tú qué opinas, Felipe? Quienes eran diputados en la década de los ochenta ¿eran diputados iguales a los actuales? ¿todos, o algunos? ¿tenían características diferentes?
– ¡Qué preguntas son esas! Todos nosotros estamos de acuerdo que actualmente los diputados, independientemente del partido al que pertenezcan, son más o menos iguales, solamente buscan lo que ellos llaman “poder”, quieren ser diputados para ascender en esa escala, ellos o el grupo al que pertenecen, que bien puede cambiar de un día para otro. En la década de los ochenta había diputados de muchos tipos. Tal vez la mayoría ya eran como los actuales, pero también los había con ideologías o tendencias bien definidas que luchaban por proyectos de nación diferentes, hasta antagónicos. Incluso había diputados con comportamientos inusuales, no acostumbrados entonces y mucho menos ahora ¿Por cuál de esos tipos preguntas?
– ¡Felipe Gómez siempre tan propio! ¡No te enredes! Mejor dinos a qué comportamientos inusuales te refieres.
– Y para qué les cuento yo si por ahí tenemos una narración de quien era diputado local en la década de los ochenta: Vamos a oírlo y después que cada quien opine. Lo conocemos, es "el Profe", sabemos que robaba votos ...
– ¡Ya deja que él nos cuente! – Interrumpen a Felipe. Luego guardan silencio. Empieza la narración del Profe:

"Voy subiendo por un camino que serpentea entre una densa vegetación. La camioneta que conduzco gime con el esfuerzo de levantar su peso varias veces su altura cada cincuenta o cien metros. A la derecha, apenas barruntado entre los troncos de los árboles y los matorrales que nacen a su sombra y trepan por sus troncos hasta encontrarse con las ramas, un abismo hace que involuntariamente mueva el volante a mi izquierda, donde la cuneta, erosionada por las constantes lluvias, se ahonda hasta amenazarme con un vuelco si una rueda cae a ella.
¿Por qué voy, solo, subiendo esta mañana a la cumbre de un cerro que casi en su cima tiene un pueblo en que peligra mi vida?
Hace tres meses llegué a una oficina, en el Distrito Federal, que está siempre sucia y desordenada. Entran y salen de ella campesinos de todos los rumbos del país. Jóvenes de ambos sexos dialogan con los mexicanos que sienten que su patria es el suelo que pisan, la tierras donde levantan sus casas y la parcela que cultivan o quieren cultivar como seguros poseedores, para arrancarle el sustento de ellos y sus familias. Lo único valioso que cargan los campesinos que van a esa oficina son sus esperanzas, su historia y, en ocasiones, papeles sobados, releídos y heredados de padres a hijos, que les garantizan la propiedad colectiva de sus tierras. Son viejas resoluciones presidenciales que dotan o amplían su ejido, resmas de copias de papeles que han entregado para que su solicitud de tierras prospere o los límites de su ejido se respeten y, a veces, pergaminos del tiempo de la colonia, cédulas reales o virreinales que les otorgaron el disfrute a perpetuidad de terrenos comunales.
Me encontraba sentado, descansando, en un lugar apartado de esas oficinas de la organización campesina de mi partido, totalmente abstraído de lo que a mi alrededor pasaba. Pocos y de no urgente resolución eran los problemas que ese día llevaba en mi ajado portafolios. Iba prácticamente a visitar a mis compañeros de lucha, de pequeños triunfos y de múltiples fracasos. Tras los saludos a los amigos, que no interrumpieron sus ocupaciones, decidí sentarme en aquella esquina. Aunque eran las seis de la tarde, mi trabajo había terminado; esperaría a que se calmara el barullo que me abrigaba; iría tal vez a comer tacos en alguna esquina con el compañero que se desocupara primero, y tendría que buscar lugar para dormir esa noche: algún rincón en un viejo departamento o un sofá desvencijado en casa de algún amigo.
De pronto, alguien me dijo, con el teléfono en la mano:
– Profe, te habla Talamantes, es urgente.
Con la llamada del secretario general del comité central de mi partido, comenzó esta pesadilla que hoy me empuja a subir por un camino que más parece despeñadero de mulas en una serranía de cuyos abismos no veo el fondo y que sólo su vegetación hace menos terrible.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Una invasión de tierras “agrícolas” (Entre 1978 y 1979)

– A ver, compañeros, tenemos que reorganizarnos, el Profe ya se fue a Monclova. Al comité estatal lo rehacemos hasta la próxima asamblea general. Por ahora debemos encargar a alguno de ustedes la atención a los comités de base a los que iba el Profe con más frecuencia
– No te hagas, Pablo, a todos vamos todos casi indistintamente. Claro que el Profe iba mucho a la Trinchera, por la hija de la presidenta. De hecho en ese comité militaba el Profe, pero muchos acostumbramos ir a esas reuniones. Hasta creo que Ricardo también milita ahí.
– No. Yo milito en el comité de mi colonia pero sí voy mucho a la Trinchera y ese comité puede funcionar muy bien solo.
– Bueno – cierra el punto Pablo Vilchis – a los otros comités seguimos yendo todos, pero al comité de Cucharas casi nadie ha ido, además del Profe y a veces Ricardo. Además en la asamblea yo voy a proponer que Ricardo se haga cargo, con Ismael, de todos los asuntos agrarios. Ricardo Esquivel desde ahora tu atiendes al grupo de Cucharas. Y apúrale con esa solicitud de tierras. No la dejes dormir en un cajón de Reforma Agraria.
Los trámites y gestiones continuaron durante cuatro meses más, pero al fin de ese tiempo el grupo de Cucharas decidió invadir los terrenos con los que soñaba. Las reuniones al principio semanales se hicieron más frecuentes al acercarse la fecha de la invasión. Finalmente cincuenta y siete varones de los setenta y tres solicitantes originales, apoyados por sus hijos mayores, esposas en muchos casos y vecinos de la colonia formada en los terrenos de Casimiro Herrero, un poco más de ciento cincuenta personas en total, pasadas las doce de la noche de un martes, con cuidado de no romper las cerca de alambre de púas “para no despertar sospechas”, se metieron a los “terrenos agrícolas abandonados y sin dueño conocido”. Eligieron para su campamento un terreno rodeado de huizaches, nopales y otros cactus, ligeramente más hondo que las tierras circundantes, entre la carretera y el paso del río conocido como Cucharas. Ricardo Esquivel lo propuso después de una cuidadosa búsqueda, argumentando que por no ser el lugar visible desde la carretera eso les aseguraría “no ser descubiertos” para que así la fuerza pública no los desalojara.
Por ese entonces las invasiones de terrenos urbanos para formar colonias de “paracaidistas” eran muy frecuentes en la ciudad de Monterrey. Cuando los invasores eran pocos la policía estatal los desalojaba en menos de 24 horas. Algunos predios invadidos por grupos numerosos y muy bien organizados se mantuvieron en una lucha constante durante años parar no ser desalojados, viviendo en condiciones muy precarias. Entre esos grupos hubo muchas tendencias y obtuvieron resultados diversos: algunas son actualmente colonias regularizadas donde a la postre la gente pagó por los terrenos y otras aun viven en la precariedad. Ocultar una invasión urbana era prácticamente imposible, pero el grupo de Cucharas pensó que ocultar una invasión en un enorme terreno abandonado, todavía sin presiones para convertirse en zona habitacional, sería posible en tanto empezaban a cultivar. Más tarde verían que hacer. Sus previsiones fueron erradas.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Otra nota del editor (tercera)

Ahora no son confusiones o problemas de los narradores de las historias que aquí se publican lo que me obliga a introducir una nota que rompe nuevamente con la costumbre de dar la palabra, o permitir que usen la pluma esos narradores. No, ahora es un artículo periodístico actual, del día 10 de este diciembre, que nos ha hecho pensar, a los narradores y a mi, que debemos publicarlo; lo escribe Víctor M. Quintana S. y se publicó en La Jornada el viernes pasado.
Algunas historias narradas en ese blog se parecen al citado artículo periodístico. Cambian circunstancias pero el fondo de lucha por la tierra es el mismo, aunque métodos y resultados difieran. No más explicaciones. He aquí el artículo:

Ejido Baqueachi: haciendo camino
Víctor M. Quintana S.
Esta vez, los policías ministeriales, vestidos de negro, fuertemente armados y a bordo de varias camionetas recorrieron los caminos de la Sierra Tarahumara, no para perseguir sicarios ni para amedrentar indígenas. Iban, simplemente, a apoyar la ejecución de cinco juicios agrarios que devuelven al ejido de Baqueachi 5 mil hectáreas, invadidas desde hace muchos años por los ganaderos que habitan el pueblo de San José. Iban listos para efectuar el raleo de ganado, pero, como dice Sun Tzu, la mejor batalla es la que se gana sin necesidad de pelearla: fue tal la fuerza de la comunidad indígena, tal el peso del proceso legal que ni las autoridades pudieron regatear el apoyo de la fuerza pública, ni los invasores pudieron entercarse a mantener las tierras invadidas.
Por resolución presidencial pronunciada el primero de marzo de 1928, el ejido Baqueachi, municipio de Carichí, del estado de Chihuahua, fue dotado con una superficie de 44 mil 784 hectáreas, para beneficiar a los integrantes de la tribu tarahumara del pueblo de Baqueachi.
El razonamiento que motivó la expedición del mandato presidencial fue –esencialmente– “…que esta tribu era una de las pocas en el norte de la República que conservaban todas sus costumbres ancestrales y había poseído desde tiempo inmemorial las tierras de que se trataba, por lo que, en rigor, deberían restituírsele, pero como carecían de títulos primordiales expedidos por la Corona española, era necesario dotarlo”.
Sin embargo, desde la ejecución de la resolución presidencial, la comunidad indígena ha estado padeciendo la ocupación de su territorio: por una parte, una serie de mestizos que se fueron avecindando e invadieron unas 25 mil hectáreas, y por otra, los ganaderos del vecino municipio de Nonoava, que se apoderaron de otras 7 mil.
La primera incursión trató de legalizarse, y en enero de 2006, 32 personas que no forman parte de la comunidad indígena, asesoradas por la Procuraduría Agraria, demandaron al ejido Baqueachi ante el Tribunal Unitario Agrario, reclamando reconocimiento como ejidatarios. La comunidad contestó las demandas, ofreció pruebas y opuso reconvención (contrademanda) de acuerdo con la ley. Luego de que se llevó a cabo el procedimiento de los 32 juicios en todas sus etapas, el Tribunal Unitario Agrario dictó las sentencias correspondientes, determinando que las personas que demandaron a Baqueachi no demostraron cubrir los requisitos establecidos en la Ley Agraria para ser reconocidos como ejidatarios y, en cambio, el ejido sí había aportado las pruebas suficientes para fundar sus pretensiones contenidas en la contrademanda, por lo que condenó a los demandantes a desocupar las tierras de uso común, propiedad de los indígenas y que indebidamente estaban usufructuando.
Aunque la comunidad ganó los 32 juicios, 28 de ellos fueron impugnados. Sin embargo, los tribunales federales ya han negado el amparo en 13 juicios. De éstos y de los cuatro que quedaron firmes, sin impugnarse, en 12 casos los invasores desocuparon voluntariamente el territorio. Y el pasado 25 de noviembre se llevó a cabo –por el Tribunal Unitario Agrario y con apoyo de la fuerza pública– la ejecución de tres sentencias, en las que se involucran aproximadamente 5 mil hectáreas que fueron entregadas, sin incidentes que lamentar, a sus legítimos propietarios, como señalamos más arriba.
Este primer y muy importante triunfo de la comunidad de Baqueachi se debe fundamentalmente a tres factores. En primer lugar, a la solidez y unidad de una de las comunidades que más guarda sus usos y costumbres entre la etnia rarámuri, y por una admirable conducción de las propias autoridades rarámuri. Patricio Chávez Gabriel, inteligente, socarrón y tenaz, comenzó la lucha como comisario ejidal; la culmina como siríame: gobernador de la comunidad.
Recuerdo la segunda junta que tuvimos con él, allá en 1995: sacando un pollo asado de su morral de ixtle nos dijo: Mejor traje la comida desde mi casa para que no tengamos que andar comiendo en casa de los chabochis del ejido, de los que nos meten el ganado a las tierras. Espléndida síntesis rarámuri de lo que significa la soberanía alimentaria.
En segundo lugar, al acompañamiento tenaz, capaz, abnegado y continuo –a lo largo de 15 años– del equipo que encabeza la abogada Estela Ángeles; del padre Nacho, redentorista de Carichí, y de la asociación civil Bowerasa, formada precisamente para apoyar a los indígenas en la defensa de sus territorios. Debe destacarse que este equipo ya pagó su cuota de sangre en la persona de Ernesto Rábago Martínez, pareja y coadyuvante de la licenciada Ángeles, asesinado el primero de marzo pasado, precisamente fecha en que se conmemora el aniversario de la dotación del ejido. Además, ya hubo un ataque armado a la hija de la abogada y amenazas a ella misma.
En tercer lugar, por el sabio manejo que comunidad y equipo han hecho de los apoyos de instancias y personajes externos: la misión tarahumara, algunas organizaciones no gubernamentales, diputados amigos y autoridades agrarias.
Con este triunfo rarámuri, que combina la unidad y la movilización comunitarias con una asesoría jurídica competente y comprometida, la comunidad de Baqueachi les dice a sus hermanos de los pueblos indios:
¡Bowerasa!: (vamos) haciendo camino.

El artículo fue extraído de la siguiente dirección: http://www.jornada.unam.mx/2010/12/10/index.php?section=opinion&article=024a1pol

jueves, 9 de diciembre de 2010

Primero de mayo de 1978

-¿Qué hago viajando en este autobús? - se pregunta el Profe al despertar, con un paquete de cien periódicos sobre las rodillas y una hoja manuscrita en la bolsa de la camisa.
Afuera la carretera se alarga en línea recta apuntando al centro de un macizo montañoso claramente dibujado en el horizonte, allá lejos, levantándose en el aire nítido de una mañana que empieza calurosa.
A los lados de la carretera, una llanura gris amarillenta, salpicada con una vegetación de cactus y agaves, se extiende hasta el horizonte, que forma una línea recta con el cielo azul, sin nubes. Las hojas gris verdosas de la gobernadora, planta típica del desierto coahuilense, no alcanzan a comunicar su color, siempre moribundo, a la llanura desolada. El monótono ronronear del autobús adormece a todos sus ocupantes y la soledad exterior se apodera del ánimo de los viajeros. Ni un poblado se percibe en la inmensidad que abarca la vista. Al frente, sobre la línea del horizonte de aquel páramo, el macizo montañoso parece un pegote grotesco, aplicado al panorama con técnicas tramposas de montaje cinematográfico. La irrealidad aparente del desierto invade el ánimo más templado y la sensibilidad más obtusa. Hace un poco menos de una hora que el Profe abordó el autobús en Saltillo. A las ocho de la mañana el calor no era mucho en "la ciudad del aire acondicionado", como la apodan los regiomontanos, pero luego que el camión enfiló por esta larga vía sin alteraciones que cruza impávida el desierto, la temperatura se elevó rápidamente en el vehículo de segunda clase. Al despertar el Profe siente cómo un sudor pegajoso le brota de todo el cuerpo. Ve las mangas de su camisa manchadas con la tinta de los periódicos que lleva sobre las rodillas. Tras reponerse de la sorpresa que le causó el desierto circundante y remontar la incomodidad de monótono zumbido del autobús y del calor que parece aumentar a ritmo similar al avance del camión, al Profe lo asalta un puñado de preguntas que parecen venidas de alguien ajeno: ¿Qué haces viajando a una ciudad, Monclova, que jamás has visitado? ¿A qué vas en este primero de mayo a un destino bien definido pero absolutamente desconocido? ¿Por qué dejas a tu compañera en Monterrey, si la amas tanto? ¿Cómo te atreves a aventurarte en este viaje con tan sólo unos pocos pesos en la bolsa y un paquete de periódicos que intentan diseminar la ideología de un naciente partido político nacional?
El naciente partido político en que milita el aventurero crece lentamente en los principios de esta administración de un presidente de México que pasará a la historia por haberse definido, ciertamente tiempo después de lo que narramos, como "un perro que defiende al peso con fiereza" ante las monedas extranjeras, cosa que hizo, pero sin éxito.
El Profe se sigue preguntando: ¿Qué haré en Monclova, ciudad eminentemente obrera, con una lista de personas supuestamente luchadores sociales? ¿Qué locura surrealista me ha invadido?
En la lista que tiene el ex maestro no aparecen direcciones ni teléfonos, sólo vagas indicaciones como: maestro de la escuela tal, campesino que lucha por el ejido equis o individuo que vive en la colonia fulanita con el cual platiqué alguna vez en un camión y me manifestó su decisión de mejorar las cosas.
Los cuestionamientos que se hizo el Profe ese día nos los ha platicado muchas veces. Todavía afirma que la cadena de preguntas era más larga y que a ratos le parecía que la locura lo estaba invadiendo con familiar confianza. Ahora sabemos que esa certidumbre no quebrantó su ánimo.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Segunda nota del editor

Un cruce de múltiples caminos ¡ja!
¡Lo que hay es un enorme desorden editorial!
Bastó empezar a poner un poco de orden en la edición para que los narradores supieran qué pasaba. Se acabaron las discusiones. Al que propuso “ahogar a todos en alta mar” le han propuesto escribir tal narración, entre tantas risas y chacota que no apareció en dos de las últimas reuniones. En este momento ya se tienen al menos cinco entradas asignadas a varios de ellos. Algunos seguramente ya iniciaron sus relatos.
Todavía falta mucho trabajo para ordenar los escritos recibidos durante un año y cinco meses. Hasta ahora los originales se han publicado conforme han ido llegando a esta redacción. En el primer intento de poner orden aparecen seis o siete temas que se desarrollan con una cierta lógica: los mismos personajes, temáticas similares, periodos temporales continuos, sitios geográficos determinados. De esos temas sólo uno se ha trabajado; se agruparon los escritos que lo tratan, respetando las fechas de publicación casi en su totalidad, aunque estén lejos de seguir el orden cronológico en que sucedieron los hechos. Se trata de sucesos acaecidos en Monclova, Coahuila, casi todos entre obreros de Altos Hornos, la mayoría de la Planta Uno; inmediatamente los narradores que saben de esos tiempos apuntaron que hacen falta muchos escritos sobre los obreros de Planta Dos; hay que describir mejor a los protagonistas de las luchas de ese tiempo, tanto de las luchas sindicales como de las que se dieron en el terreno de la vivienda o en el ámbito electoral y sobre todo falta narrar lo que pasó con todo ello o en qué se ha plasmado hoy aquella historia.
El tema referente a la lucha por la tierra también se ha empezado a agrupar. Es muy amplio y con múltiples vertientes. Aunque hay propuestas todavía no decidimos en definitiva cómo subdividirlo; hay un primer acuerdo en el sentido de juntar los relatos sobre el ejido Castaños con todos los que hablan del nuevo centro de población “La Esperanza ”dado que la semilla de éste viene precisamente de aquel ejido. En otro grupo se acomodarán las luchas agrarias en el Valle del Mezquital. En un tercero las luchas ixtleras tanto en el norte de la República como en el propio Valle del Mezquital, lucha campesina cuyo inicio apenas se ha apuntado. Tema aparte deberá ser el de las aspiraciones agrarias durante la etapa armada de la Revolución Mexicana. Poner orden en eso llevará tiempo.
Pensamos, editor y narradores, que a los lectores no les interesa el proceso editorial, por lo que se ha decidido seguir publicando los relatos como se reciban, a partir de la próxima semana. Paralelamente se publicarán, todavía sin tener claro cómo y dónde, las narraciones agrupadas por temas, para que sirvan de referencia a quienes lleguen por primera vez a la lectura de este blog, poniendo en el mismo las ligas pertinentes. Ese trabajo editorial está en ciernes; ya diré más sobre él en adelante.
Por lo pronto aquí nos detenemos. Publicaremos dentro de ocho días.
Atentamente Bogador y Caminante.