jueves, 1 de diciembre de 2011

Trabajos en noviembre

Han pasado tres semanas sin escribir en este blog, pero he trabajado más de treinta horas con los ciento y tantos escritos que aquí aparecen. Decidí clasificarlos por temas similares y tengo ocho grupos: en el primero he colocado los escritos que hablan de obreros industriales y sindicatos de Monclova Coahuila; en el segundo grupo he alojado lo referente a ejidos y campesinos de Coahuila, sobre todo los que tratan del nuevo centro de población “La Esperanza”; el tercero agrupa las narraciones sobre la construcción de un nuevo partido nacional en el estado de Nuevo León; en el cuarto apartado he clasificado temas de campesinos y ejidos en el Valle del Mezquital y otros lugares del estado de Hidalgo; un quinto grupo, muy pequeño, está formado por narraciones sobre ejidos actualmente; como sexto tema están agrupadas las batallas electorales y en el séptimo grupo he colocado todo lo referente a los personajes que actuaron en la etapa armada de la revolución mexicana. Quedaban sin lugar especial una buena serie de escritos, la mayoría de ellos consistentes en reflexiones de los narradores de las historias y otros más de un supuesto editor, tal vez alguno más que no encontró lugar en ninguno de los siete primeros temas, todos ellos forman el octavo grupo. Aún no termino de clasificar los ciento y tantos escritos, pero me falta poco para terminar esa labor. Sé que todos los temas están inconclusos; tal vez el siguiente trabajo consistirá en buscar cómo terminarlos. Lo que siga queda muy lejos para hablar de ello. Pero ya llegará el tiempo.
Seguiré reportando lo que vaya haciendo con los escritos de este blog. Publicaré aquí mismo el primer jueves de 2012, al menos eso me propongo en este momento.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Se cierra una etapa. Se inicia otra

La semana pasada, 27 de octubre, escribí la última entrada de una primera etapa. El dos de julio de 2009 inicié lo que desde entonces, en mi cabeza, es un libro, una novela, un escrito unitario. Falta mucho para llegar a esa meta. Es tiempo de iniciar el esfuerzo de dar unidad a lo escrito, si eso es posible. A partir de hoy acometo esa tarea. No tengo idea respecto a cuánto pueda tardar esa labor. Después buscaré la forma de dar un final coherente a lo narrado o escribir un desenlace a cada una de las historias esbozadas. O tal vez seguiré buscando los caminos que unen pasado con presente.
Como señales para medir mi propio avance, cada primer jueves de mes publicaré aquí mismo una breve nota, que dejaré en la bitácora virtual de esta galera de piedra.

jueves, 27 de octubre de 2011

Arcaicos decretos ayudan al crecimiento de la lucha ixtlera en los desiertos del norte de México

Los ejidatarios de La Presa de las Mulas se acercaron al partido naciente porque el embalse del que vivían se iba a secar si permitían que un terrateniente les cortara el suministro de la poca agua de lluvia que lo alimentaba al poner bordos en los escurrideros por los que bajaba el líquido de la sierra (pueden verse antecedentes aquí).
Lejos estaban de imaginar que un decreto federal, desconocido por ellos, les daría una primera e importante victoria, tras la cual acometerían la promoción de un movimiento ixtlero más.
Tal y como les dijo el Profe en la primera visita que les hizo, él se limitó a contar a sus compañeros de partido el problema que enfrentaban los ejidatarios.
Pablo Vilchis, que por aquel entonces encabezaba el grupo de los jóvenes constructores de la nueva organización, había oído hablar muy bien del delegado de la entonces Secretaría de Recursos Hidráulicos en Nuevo León, un joven funcionario con una sólida formación en ingeniería hidráulica, que atendía los problemas del estado con gran cuidado técnico pero también sensible político con experiencia en luchas estudiantiles y populares, que aun siendo priísta, como se suponía de todos los funcionarios de aquel entonces, no había tenido ningún empacho en presentarse personalmente en una invasión de tierras en el sur del estado, sin que le correspondiera a su secretaría resolver ese problema, pero dado que conocía a los invasores por haber tratado con ellos asuntos de riego o usos de agua, resultó un buen mediador para lograr la resolución pacífica de la explosiva cuestión.
Pablo consiguió una entrevista con el mencionado funcionarios, cuyo nombre es José Luis Adame de León, y se hizo acompañar del Profe. Fue éste quien le explicó al funcionario el problema que enfrentaban los campesinos de La Presa de la Mulas, preguntando al final si como funcionario federal veía alguna solución. La amplia sonrisa del funcionario les dio esperanzas al Profe y a Pablo, pero la respuesta de José Luis Adame fue sorprendente:
– Creo recordar que las aguas de esa presa y la que fluye por todos los escurrideros que la surten fueron declaradas aguas federales tal vez desde fines del siglo XIX. Eso fue así porque el agua de la presa era la única disponible para surtir a las locomotoras que pasaban por la estación de Paredón. El liquido se transportaba precisamente en carretas de mulas, de ahí el nombre de la presa. Eso fue indispensable mientras las máquinas del ferrocarril eran de vapor. No creo que el decreto se haya derogado ahora que sólo se usan las locomotoras disel. Denme tres días para confirmar todos estos datos, que recuerdo desde la universidad, y el jueves les comunico por teléfono el resultado. Si se confirma todo esto, y estoy seguro que sí se confirmará, el problema está resuelto: como ese tal terrateniente, sea quien sea, no pidió permiso para usar, desviar o detener aguas federales, la secretaría está facultada para ordenar la inmediata destrucción de los bordos y levantar hasta responsabilidades penales contra el infractor, si hiciere menester.
Los datos se confirmaron y la orden fue acata por el terrateniente, del que nunca más supimos nada. Quedaba una labor importante que hacer entre los ejidatarios: en adelante sería muy difícil, si no imposible, encontrarse con funcionarios con las características de José Luis Adame, por lo cual debería organizarse y prepararse para dar batallas de varios tipos si querían seguir resolviendo los problemas que enfrentaban. Cuando dijeron que resuelto lo del agua el tema que más les preocupaba era el precio del ixtle, que lo que estaba pagando la Forestal por kilogramo ya no les alcanzaba para enfrentar sus necesidades básicas, ellos mismos iniciaron la organización de las cooperativas ixtleras aledañas naciendo así otro movimiento del que ya hemos hablado y que se sumó a la larga historia de luchas dadas por los campesinos del desierto del norte del país, esta vez en torno a un nuevo partido político con raíces firmemente hundidas en el pasado de la revolución mexicana. No era casual que los jóvenes que lo organizaban y de los que aquí se ha hablado, se autodenominaran “brigada Pancho Villa”, aunque ciertamente más como apodo, o simple rasgo de identidad interna, que formalmente.

jueves, 20 de octubre de 2011

¿Derrotas? ¿Triunfos? ¡No sabemos! (continuación)

Correspondió a la dirección nacional del partido negociar con la presidencia de la República el acto. López Portillo hizo suya la idea y aceptó un acto masivo y popular al que asistiría. Se acordó hacerlo precisamente en la explanada al frente del salón de actos donde se reuniría con los empresarios regiomontanos.
El reto estaba lanzado. Si los militantes del partido no eran capaces de abarrotar la explanada, la gran burguesía reforzaría su sentimiento de ser los dueños absolutos del estado de Nuevo León.
Los miembros del partido asentados en la ciudad de Monterrey, la inmensa mayoría en colonias marginales o populares densamente pobladas y algunos de ellos “paracaidista”* viviendo ilegalmente en predios invadidos, empezaron a preparar la asistencia masiva al acto. La responsabilidad de convocar a los campesinos recayó de manera natural en el Profe; él había estado trabajando al lado de los ejidatarios de Paredón desde que ellos iniciaron la movilización de ixtleros del desierto neoleonés. Con una tradición venida de muchos años atrás, en unos cuantos meses los campesinos de la Presa de las Mulas, apoyándose mientras avanzaban en los talladores de ixlte de los pueblos que visitaban, levantaron un movimiento importante y empezaron a pelear en Saltillo el aumento en el precio de la fibra y la entrega puntual de remanentes. En una asamblea regional en la estación de Paredón, los campesinos comisionaron al Profe para que invitara a las lucha a los talladores del estado de Coahuila que tiene una región ixtlera mucho más grande que la de Nuevo León.
En una de las batallas dadas en Saltillo el gerente general de la Forestal F.C.L. llamó “comunistoide” al Profe, pero el mote que salió publicado en la prensa resultó, no por él mismo sino por la noticia de los reclamos campesinos a la que iba unido, un impulso en Coahuila al movimiento naciente. El Profe todavía se enoja mucho cuando alguien le recuerda que un funcionario lo llamó públicamente comunistoide; “viejo pendejo -dice en esas ocasiones- era y sigo siendo comunista completo”.
El tiempo había pasado desde la primera vez que el maestro había ido a Paredón y a la presa de las Mulas. El movimiento se extendió tanto en el desierto de Nuevo León y Coahuila que el partido naciente comisionó al Profe a este último estado y cuando se acercaba la fecha del encuentro popular con el presidente López Portillo los talladores de Coahuila se dedicaron a hacer mucho ruido y convocaron con gran algarabía a todos los ixtleros de la región “para ir a hablar con el presidente de la República”, decían en los anuncios del radio.
Nunca se le ocurrió a nadie del partido que el gobernador de Coahuila, casique y atrabiliario desde siempre, se pondría muy nervioso por los anuncios de la radio, pues un día antes de que el presidente de la República fuera a Nuevo León, tendría actividades públicas en Saltillo. El ejecutivo estatal pensó que la movilización ixtlera estaba planeada para realizarse precisamente en Saltillo y por lo tanto desluciría las actividades presidenciales y lo haría quedar mal ante el ejecutivo federal. Muy mal informado por sus servicios de “inteligencia” e incapaz de darse cuenta que el movimiento nacía desde abajo, decidió terminar con el “alboroto” encarcelando al dirigente que según creyó estaba preparando el acto de sabotaje y señaló, él o sus policías políticos, al presidente estatal del partido en el estado, antiguo dirigente estudiantil que uno o dos años antes había increpado a la autoridad máxima del poder ejecutivo en la entidad, señalándola con apodos ofensivos, en un mitin de la universidad autónoma de Coahuila.
Fue así como un buen día, al regresar de una gira por el desierto al norte de Saltillo, el Profe se encontró a la esposa del dirigente estatal llorando angustiadísima porque el gobernador había “desaparecido a su marido”.
Durante dos días el Profe, los miembros del comité ejecutivo estatal del partido y hasta el secretario general del mismo estuvieron haciendo gestiones para que Federico Morales -así se llamaba el presidente estatal del partido en Coahuila- apareciera sano y salvo, lo que sucedió al anochecer del día en que el presidente de la república ya había tenido se acto público en Saltillo sin la presencia de los ixtleros, que preparaban su viaje a Monterrey la madrugada siguiente para demostrarle a la burguesía más agresiva del país que el pueblo no les dejaría toda la cancha de juego a ellos solos.
Una vez más el Profe se salvó de ser encarcelado gracias, esta vez, a la estulticia de un gobernador estatal obtuso y atrabiliario.
En cuanto a lo sucedido en Monterrey un día después, en unas líneas podemos resumirlo: el partido naciente calificó la movilización popular de sus militantes y acompañantes como algo positivo. El presidente de la República, hombre culto que fue un tiempo maestro universitario, que después de una visita papal muy controvertida se declaró públicamente “agnóstico hegeliano”, remarcando así que encabezaba un estado laico, y que disfrutaba pronunciando discursos adornados con terminología y figuras dialécticas, llamó “amigos socialistas” a la congregados, habitantes de colonias populares empobrecidas y campesinos de regiones desérticas que lo escuchaba en silencio. Sólo fueron palabras, dijeron algunos, y a todos nos queda claro que sólo eso fueron, pero marcaron un punto a favor del pueblo frente a la burguesía a la que públicamente no se le llamó “amiga”.
Sinceras o no, las palabras presidenciales dichas en público abrían puertas y suavizaban animadversiones, al menos en el México presidencialista de aquél entonces.

* Paracaidistas: así se le llama en México a las gentes que ante la carencia de casas invaden un terreno y se asientan en él ilegalmente.

jueves, 13 de octubre de 2011

¿Derrotas? ¿Triunfos? ¡No sabemos!, I

Eran los años en que el licenciado José López Portillo fungía como presidente de la república. Los fuertes grupos empresariales del norte del país, más concretamente los asentados en Monterrey, presionaban fuertemente al gobierno en busca de prebendas. El anterior presidente los había desairado múltiples veces, llegando a enfrentarlos duramente en lo que consideraban su guarida inexpugnable, la capital del estado de Nuevo León. Aunque años después López Portillo les daría un golpe material nacionalizando la banca, el presidente necesitaba un respiro después de haber abierto una puerta democrática, impulsando una reforma política que facilitaba el registro de nuevos partidos. Eran tres los que por entonces tenían posibilidades de alcanzarlo: el Partido Comunista Mexicano, el Partido Socialista de los Trabajadores y el Partido Demócrata Mexicano, heredero de la más rancia derecha sostenida por los sinarquistas y los viejos añorantes de la cristiada.
Para limar asperezas el presidente aceptó asistir a una asamblea nacional que los empresario tendrían en Monterrey. Aunque la presencia del ejecutivo evitaría que en la asamblea se atacara abiertamente al gobierno, que el presidente asistiera como simple invitado era un triunfo político de los capitanes de industria, no tanto por dejarse de sentir despreciados, sino porque recuperarían algo del protagonismo que el anterior mandatario les había abollado.
Las organizaciones de izquierda mostraron de diversas formas su disgusto a lo que veían como una concesión indebida a la gran burguesía pretendidamente nacional, pero el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) llegó a la siguiente conclusión en una de sus reuniones de su comité central: En el mismo Monterrey, en la guarida predilecta de los empresarios más belicosos, declarados enemigos de las empresas estatales, de la propiedad colectiva de la tierra materializada en los ejidos, de las empresas cooperativas y desde luego de los sindicato, en ese centro emblemático de la reacción, el gobierno federal necesitaba establecer claramente un contrapeso, asistiendo, por ejemplo, a un acto popular de gran caldo. Era claro que el PRI de Nuevo León no lo iba a preparar; el PST le ofrecería el acto a López Portillo.
De inmediato se iniciaron los preparativos para que fuera posible el contrapeso. El trabajo debería realizarse en dos planos diferentes. El más importante: preparar una gran concentración popular. La tarea no era sencilla: los militantes del PST tendrían que movilizarse no para solicitar soluciones inmediatas a problemas urgentes, tendrían que entender el tamaño de la medida política; era decir, con una asistencia masiva, disciplinada y combativa: “Empresarios del país, el ejecutivo no es de ustedes; buscan prebendas; nosotros defendemos derechos y estaremos vigilantes para que no se nos menoscaben.” Era una de las primeras pruebas de qué tanto habían avanzado los recientes militantes del nuevo partido en su comprensión de la política.
El trabajo en el otro plano tampoco era sencillo: había que convencer al ejecutivo federal que reunirse con nosotros era el contrapeso para equilibrar los embates de los rijosos empresarios regiomontanos.
Nos estamos alargando mucho en esta narración, pero necesitamos establecer bien el marco que permita entender los sucesos que describiremos más adelante.
Prometemos dentro de ocho días continuar escribiendo sobre este mismo tema.

jueves, 6 de octubre de 2011

Sueños, pesadillas o delirios

La frontera norte de la patria es un muro tras el cual asechan policías que atrapan y regresan al sur, vejados o al menos despreciados, a todo compatriota que descubren, pero miran a otro lado cuando pasan los grandes cargamentos de droga y protegen a los empresarios gringos que venden armamento a los empresarios que les proveen de drogas diversas de importación, a los cuales hacen perseguir de este lado por el ejército y la marina mexicana para que sigan comprándoles las armas con las cuales sostienen una supuesta guerra que no es sino lucha intestina entre sectores criminales, uno que detenta ilegítimamente el poder político del que se apoderó tras robar unas elecciones y otros que comercian ilegalmente porque los propios gringos decretaron ilegal tal comercio para aumentar su margen de ganancia, mientras, en la frontera sur, y en muchos de los caminos que llevan hacia el norte, sobre todo el marcado por las vías férreas, las bandas criminales asaltan para despojar de sus escasas pertenencias a los cetroamericanos, hermanos nuestros en pobreza y menosprecios recibidos, que viajan hacia el norte en busca de trabajo, en tanto una población en apariencia apática no encuentra las vías para manifestar su indignación pues la banda criminal que detenta el poder político las ha cerrado desde hace mucho, pero como dijo alguien cuando todo indicaba que el mundo era plano e inmóvil: “... y sin embargo se mueve”, el paso al norte de compatriotas y centroamericanos no se detiene, y se preparan bailes y festejos deportivos como Hidalgo y sus amigos preparaban obras de teatro y ni ellos sabían que antes de unos pocos días estarían encabezando un ejército de miles de campesinos e indígenas que días antes se comportaban en apariencia como esclavos sumisos y que trocaron azada por una loza y una antorcha para quemar las puertas del símbolo de su esclavitud y pasar sobre las cenizas del obstáculo removido a una vida más libre y soberana y apenas cien años después, movidos por la demanda “sufragio efectivo, no reelección”, la cambiaron por el grito “tierra y libertad” que aun resuena en el profundo sur de la patria, en territorios liberados que sabiamente sus hacedores han ocultado para asegurar su permanencia, como han asegurado la permanencia de su lengua y cultura por más de quinientos años, bajo el asedio de todos los que han pretendido integrarlos a la explotación y el desprecio que en esos mismos quinientos años han crecido hasta presentar el panorama que en estas pesadillas nos despierta asustados, para encontrar el mismo sueño que pretendimos abandonar al despertarnos.

jueves, 29 de septiembre de 2011

El primer viaje de un maestro metido a político a la estación de Paredón Coahuila, II

“Pronto encontré en alguna calle del poblado a una viejita que salió de su casa a no sé qué. Seguramente asombrada de encontrar a un extraño se me quedó viendo y después se puso muy platicadora.
– El ejido que busca efectivamente se llama Las Mulas pero ya nadie le dice así, porque los ejidatarios se enojan si les decimos mulas. Por eso todos lo llamamos ahora ejido ‘La Presa’.
Amablemente me acompañó nuevamente a la estación del tren y señalando hacia el poniente me dijo:
– Mire joven, allá, en las faldas de aquellos cerros, donde está aquel escurridero, el que se ve bien desde aquí. Ahí esta la presa y arribita el poblado. Casi no se ven las casas desde aquí, pero llegando a la presa se ven casi en la orilla.
La verdad es que yo no vía ningún poblado, solamente una hendidura muy marcada en una larga serranía, que supuse sería el escurridero del que me habló la señora. Tenía un punto fijo al cual dirigirme e inicié la marcha. Todavía ahora, muchos años después, recuerdo la tristeza que me contagiaba el paisaje: una planicie de polvo con escasa vegetación, todo gris y de pronto unas bolas de matojos secos, desarraigados, rodando impulsadas por un viento helado, se cruzaban en mi camino. Inesperadamente la amargura se trocó en sorpresa ante un profundo corte que me cerró el camino: la planicie terminaba abruptamente en una tajo vertical de unos dos o tres metros. Unos treinta o cincuenta metros más allá se levantaba otro talud vertical con el que la planicie recuperaba su nivel. Abajo, el cause seco y pedregoso de un torrente que en tiempos inmemoriales, eso me imaginé yo, algunos aguaceros terribles abrieron con sus aguas tumultuosas.
Como yo no seguía vereda alguna me pregunté como salvar ese obstáculo. Brincar al fondo del torrente sería posible, pero ascenderlo no veía cómo. Caminé por el borde del corte y pronto encontré una bajada evidentemente utilizada por humanos y casi enfrente la subida que los viandantes hacía tiempo utilizaban. De ahí en adelante todo se facilitó: encontré una vereda poco visible pero lo suficiente para librar el otro corte similar que encontré en camino. Después de aproximadamente una hora de marcha al fin vi el espejo de agua de la presa y el poblado a un lado ¡Humo saliendo de la cocina adosada a algún jacal! Entonces noté el hambre. Todas las emociones y sensaciones de la jornada, el cambio de trenes de los pasajeros, la vendimia, el desierto, la soledad repentina del poblado, el viento helado, los matojos rodando, no me habían permitido pensar en tomar alimentos. El humo hogareño me regresó a una realidad amable. Que tardó en materializarse, desgraciadamente.
En el ejido pronto me llevaron con el presidente del comisariado, la máxima autoridad del pueblo. Un mestizo grande y bien plantado, amplio bigote a la mexicana con sus puntas levantadas, requemado por el sol, que se me quedó viendo algo desconfiado, pero muy seguro de sí mismo. Por su actitud y apariencia supe que no sería de los que se intimidan casi nunca, o nunca. Le expliqué quien era. Me dijo que le habían hablado bien del nuevo partido y que sólo por eso me iba a contar para qué nos había buscado.
– Lo que pasa es que un viejo y cabrón terrateniente, según él dueño de los cerros hacia el noroeste y que tiene unas cuantas vacas flacas ahí regadas, anda haciendo bordos en todos los escurrideros que disque para abrevarlas y ya no nos llega la poco agua con que las escasas lluvias de los cerros alimentas la presa. Sin esa agua nos vamos a tener que ir de aquí. Ya hablamos con el viejo cabrón que nos dijo que le hiciéramos como quisiéramos, que las tierras son suyas y que él puede hacer ahí lo que quiera. Dijo que si nosotros nos moríamos que a él no le importa, que tiene que dar de beber a sus vacas. Se puso muy grosero el hijo de su chingada madre. Nosotros estamos pensando ir a tirar los bordos, pero a mano va a estar muy difícil. El tiene maquinaria grande con la que está haciendo los bordos y sólo si nos juntamos muchos le podremos ganar, pero usted ya debe haber visto que por aquí vive re poca gente. La otra cosa que estamos pensando es que de repente ni es el dueño de las tierras. Más antes no había nadie ni nunca conocimos a nadie que se dijera dueño. Los viejos cuentan que cuando se deslindó el ejido nadie de esos lados vino a ver que no nos pasáramos a sus tierras al poner las mojoneras. No sé cómo no se les ocurrió a los primordiales del ejido pedir también todos los cerros, que todavía pensamos que no sirven para casi nada, aparte de tallar lechuguilla, que por cierto el viejo cabrón de los bordos no nos ha reclamo por que la cortemos. Sólo eso nos falta. Yo creo que ni sabe que de allá traemos toda la lechuguilla que tallamos ¡Ah! por cierto, el viejo cabrón es un tal Elizondo. A ver si ustedes nos ayudan a saber si realmente es el dueño o se quiere apropiar de esas tierras que no son de nadie.
Yo solo le dije que iba a llevar toda esa información a mis compañeros de partido y que en una o dos semanas regresaría para informarle a él y a toda la asamblea qué es lo que se pudiera hacer. Que nosotros no éramos coyotes ni arreglábamos problemas, que nada más invitábamos a la gente a que se organizara mejor, que estudiara más sus problemas, que buscara y conociera de donde venía la dificultad y cómo se podría resolver, y que también podíamos invitar a otros grupos organizados a apoyar alguna lucha, como la que ellos planteaban de tumbar los bordos. No prometí nada más porque en el partido sabíamos que así debíamos trabajar, sin promesas que podrían resultar vanas.
Eso bastó para que el presidente del comisariado me invitara a comer un taco ¡Que sabrosas me supieron aquellas tortillas recién hechas y esos frijoles de la olla! Y el café a la campesina que mi quitó la sed.
Me alertaron que regresara a Paredón rápido
– Para alcanzar el tren de la tarde que baja a Monterrey, porque si no, se tiene que quedar hasta mañana en la tarde.”

jueves, 22 de septiembre de 2011

Bernardo Cervera. Monterrey, Nuevo León (finales de 1977)

En tanto campesinos talladores de ixtle se reunían en Paredón Coahuila, preparándose para las batallas que por aquel entonces dieron para que funcionara mejor la Ferestal, F.C.L., su cooperativa, Bernardo Cervera (aquí sus antecedentes) buscaba tema y material para hacer su tesis y ayudaba a Tomás Cruz a encontrar a esos jóvenes que se auto nombraban “brigada Francisco Villa”.
Casi por finalizar 1977 Bernardo se desesperaba. Ninguna de sus pesquisas le daba el menor indicio de la tal brigada. Tomás Cruz insistía:
– ¡Claro que la brigada existe! Estoy viejo pero todavía sé de periodismo. Mis datos no están equivocados.
– Ya hablé con muchos profes de la universidad. Logré que algunos amigos y conocidos me contactaran con personal de gobernación del estado. No son funcionarios muy altos pero sí enterados. Hasta logré entrevistar a un jefe bastante importante de la policía judicial. Nadie sabe nada de la tal brigada. Se hubieran reído de mi si no les hubiera tratado otros temas, supuestamente para la tesis de sociología.
– Lo que pasa es que tal vez la tal brigada no use públicamente ese nombre– se le ocurrió al viejo Tomás, terco, físicamente muy disminuido, pero todavía lúcido y creativo– tal vez no la conozcan con ese nombre. Busca a unos jóvenes que anden construyendo al tal Partido Socialista de los Trabajadores, que todavía ni registro tiene. Pero ¿qué importa? El Partido Comunista Mexicano existe desde hace mucho y ni quien la vaya a dar registro mientras esté el PRI en el poder. Y vaya que al PRI le queda tiempo por delante. Anda. Pregunta por el PST. No te me vayas a echar cuando ya estamos llegando.
– ¡Qué llegando ni qué llegando, don Tomás!
Pero Bernardo le hizo caso al viejo y tuvo suerte: entre los maestros que visitó nuevamente se encontró con un tal Abraham Nuncio, al cual unos jóvenes ilusos, así dijo el catedrático, lo habían invitado hacía poco para que se afiliara precisamente a ese partido, fundado por Heberto Castillo según rumores, pero que los jóvenes decían que no, que Heberto no tenía que ver nada con el partido, que los fundadores eran unos jóvenes encabezados por Rafael Aguilar Talamantes.
Así, allá por una colonia cercana a la fábrica de fibras sintéticas “La Celanese”, llegando por la avenida Bernardo Reyes, un sábado por la tarde Bernardo encontró la casa, taller de costureras, donde el partido naciente tenía su “oficinas”. En un cuarto de más o menos unos veinte metros cuadrados. Con la maquinaria de costura arrinconada contra una pared, sentados en el suelo y algunos afortunados sobre pilas de discos de tela de algodón para pulir metales, un grupo abigarrado, todos pobremente vestidos pero muy bien integrados a la asamblea que se efectuaba cuando Bernardo llegó, le hizo comprender al estudiante Cervera que por fin había encontrado al partido naciente. Tal vez los jóvenes que presidían la reunión eran la mentada brigada Francisco Villa. Ya tenía buenas noticias que llevarle a Tomás Cruz.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El primer viaje de un maestro metido a político a la estación de Paredón Coahuila, I.

El profe recuerda todavía muy bien la primera vez que fue a la presa de “Las Mulas”. Le hemos insistido que nos cuente sus recuerdos y ahora nos narra lo siguiente:
“Llegué a Monterrey a mediados del año. Más o menos en octubre, unos tres meses después me responsabilizaron de organizar el partido en el campo. En diciembre me enteré que los ejidatarios de ‘Las Mulas’, cerca de la estación ferroviaria de Paredón, querían hablar con alguien del partido. Tenían un problema que necesitaban resolver cuanto antes.
De ese modo, a los cinco meses de abandonar la pequeña población de la vertiente del Golfo, donde había sido maestro de escuela unitaria, con el recuerdo vivo de la Sierra Madre Oriental, siempre verde, con lluvias constantes y temperaturas nunca inferiores a los diez grados centígrados, una fría madrugada del invierno regiomontano, faltando mucho para la salida del sol, abordé el tren con destino a Piedras Negras, en un viejo y atestado vagón de segunda clase.
Cuando el amanecer, que avanzaba lentamente, iluminó un poco el paisaje exterior, quedé sobrecogido. Desde la ventanilla del tren que avanzaba veloz en línea recta se veía una llanura inmensa, gris, blancuzca a la luz lechosa de un clarear incierto. Fue para mi como un viaje en sueños, donde me movía sin avanzar en una planicie que tenía cactáceas desperdigadas y otras plantas raquíticas y grises que no recordaba haber visto nunca.
Cuando salió el sol y penetró por las ventanillas del vagón, el paisaje no había cambiado nada. Si acaso alguna que otra serranía baja y muy árida se vislumbraba allá, hundida en el horizonte, gris, amarillenta cuando mucho. Nunca azul. Ni pensar en el verde.
De vez en cuando el ferrocarril hacía una parada donde no había nada. Noté que entonces bajaban y subían algunos campesinos, tan grises como el paisaje exterior. Seres humanos que me parecían de polvo, la piel reseca, los ojos sin humedad, los labios agrietados, como si no conocieran el agua.
De pronto llegamos a la primera estación de tren que tocamos desde que salimos de Monterrey, con su viejo edificio del estilo prevaleciente en la época en que fue presidente Lázaro Cárdenas y, desde luego, a un lado de la vía, la torre con su depósito de agua sobre ella. Tras la minúscula y antigua pero bien cuidada estación, se escondían una casas viejas, bajas y empolvadas.
Alrededor de los vagones bullía una pequeña multitud de hombre y mujeres también de polvo, ofreciendo diversas clases de bebidas y alimentos cuidadosamente ordenados en canastas campesinas o tablas rústicas cargadas en un hombro.
Pasó el conductor diciendo en voz muy alta: ‘Paredón. Quien vaya a viajar en el otro tren que baje rápido y aborde el de Torreón, que ya se va.’
Descendí y quedé inmerso en el bullicio. Frente al convoy en que llegué estaba otro del que bajaba también mucha gente. Los que abandonaban un convoy abordaban el otro. Los vendedores de alimentos y bebidas insistían a unos y otros para que compraran sus productos o los ofrecían y entregaban a través de las ventanillas de los vagones atestados. Todo sucediendo en un campo cubierto de un polvo fino que se levantaba con el tránsito de tanta gente.
Atrapado por el sorprendente barullo, poco a poco la llanura que nos rodeaba tras la estación y por su frente, hacia donde se extendía generosa, volvió a sobrecoger mi espíritu, mientras los trenes arrancaban con gran estruendo hacia sus respectivos destinos.
Los ferrocarriles alejándose, uno hacia el norte , otro hacia el este, me transportaron durante unos minutos junto a mi padre, yo de seis, ocho o diez años, tomado de su mano, viendo alejarse los trenes en las diversas estaciones que tantas veces visité con él cuando era niño.
El regreso a la realidad fue un choque brutal. Estaba solo, parado en una llanura desértica, bajo un viento helado que mal me tapaba una saca de lana cruda tejida en Chiapas, que hacía mucho había logrado me regalara un viejo amigo que fue maestro por aquellos rumbos.
Giré en redondo. Los pasajeros que cambiaban de tren y quienes comerciaban con ellos ya no estaban. No había nadie. Ni un solo ser vivo al alcance de mi vista. La vía férrea, hacia el sur, se alargaba hasta perderse de vista, recta, sin ninguna curva. A mi derecha la estación del tren, vacía, y detrás de ella, algo que parecía un pueblo fantasma. El bullicio de hacía unos minutos me pareció un sueño del que despertara a una pesadilla absolutamente silenciosa y vacía ¿Dónde iba a encontrar al ejido de “Las Mulas”, si existía? Nada denunciaba que hubiera un poblado cercano o lejano al que pudiera ir, y menos un poblado de campesinos.
Entré a la estación buscando un pasajero rezagado, una afanador, un guarda vías, al jefe de estación. No había nadie. Los hombres de polvo que había visto ¿serían acaso fantasmas? Imposible. Pero el momento era desolador. Cierto, me había sumergido en una ensoñación durante pocos minutos. Los vendedores y los encargados de la estación estarían en algún lugar. Tendría que buscarlos. Después de todo, el desierto, aunque sobrecogedor, no devora a nadie.”

jueves, 8 de septiembre de 2011

Ixtleros de Nuevo León y Coahuila, I (1977-1978)

En los primeros meses de 1977, con apenas un año y medio de constituido como partido político nacional en la capital de la república y menos de seis meses después de la llegada de la primera brigada al estado de Nuevo León para iniciar en esa entidad norteña su construcción, el Partido Socialista de los Trabajadores tenía militantes en varias colonias populares de Monterrey y firmes contactos con grupos campesinos solicitantes de tierras ejidales. De boca en boca, por caminos que desconocemos todos los que colaboramos en desarrollar estas narraciones, les llegó la noticia del partido naciente a unos ejidatarios de ese gran desierto que inicia en San Luis y Zacatecas, cruza Nuevo León y Coahuila y forma parte también de varios estados norteamericanos como Texas y otros.
Esos aguerridos y rudos campesinos, peleando con el desierto que intenta arrebatarles las escasas tierras laborables, han adquirido un temple que muestran en todo lo que emprenden. Concretamente los ejidatarios de los que vamos a hablar viven a la orilla de una pequeña presa, manto de agua conocido como presa “Las Mulas”, más bien un bordo construido a finales del siglo XIX, que se alimenta de los ecurrideros de la sierra que está hacia el noroeste. A unos tres kilómetros hacia el sureste se encuentra un importante empalme y una famosa estación de ferrocarril: Paredón. La relevancia del empalme estriba en que es ahí donde se cruzan dos líneas férreas troncales: la que corre de Torreón a Tampico, durante mucho tiempo el mayor puerto de México en el Golfo, y la que pasa por Monterrey, viniendo desde la ciudad de México, que hacia el norte da servicio a la gran zona carbonífera que está entre Monclova y Piedras Negras, esta última ciudad fronteriza en la que termina el recorrido.
Los campesinos de “Las Mulas”, con el agua de la presa riegan pequeñas parcelas, dan de beber a sus ganados en su mayoría caprinos y mantienen a sus caballos que aún hoy son sus principales bestias de trabajo. Completaban sus ingresos en aquellos años en que sucedió lo que narraremos, tallando lechuguilla, muy abundante en las faldas de la serranía de la que ya hablamos, y vendiendo la fibra a la Forestal F.C.L., federación de cooperativas a la que nos referimos en la entrada anterior. Esos bravos ejidatarios se hicieron militantes del partido naciente y pronto fueron nombrados por muchos otros campesinos de la región como sus representantes en esa etapa de lucha ixtlera que, empezando a organizarse en Paredón, reunió algunos miles de cooperativistas de Nuevo León y Coahuila. Algunos de los viejos del ejido habían participado en la gran caminata ixtlera del 37, que culminó con la formación de La Forestal F.C.L. Muchos otros, entre ellos las autoridades ejidales, eran hijos o nietos de otros talladores que también habían marchado hasta el Distrito Federal y los habían oído relatar cómo habían alcanzado el triunfo. Todos sabían, por haberlo escuchado contar cuando acababa de pasar y ellos eran unos críos, o por lo relatos de las abuelas del pueblo, que Pancho Villa y la División del Norte había alcanzado en la estación Paredón una gran victoria que les permitió, utilizando los ferrocarriles, llegar a Torreón y posteriormente a Zacatecas para derrotar al ejército del traidor Victoriano Huerta.
En ese rincón de la patria, con historia y tradición de lucha, se gestaron entre 1977 y 1978 algunos acontecimientos que iremos narrando poco a poco, pues configuran puntos de paso que nos permitirán, tal vez, entender los caminos que unen un pasado nublado por la lejanía del tiempo pero lleno de entusiasmo y vida, con el presente oscuro y desalentador cargado de nubarrones que nos empujan a creer que todo está perdido.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Jacinto Arriaga y Manuel, hermano de Felipe Gómez (Regresando de Saltillo, Coahuila, 1952)

– ¿Tú crees que los de la Forestal cumplan lo que prometieron?
Manuel Gómez se ve molesto. Sentado al lado de Jacinto, en los viejos asientos del autobús foráneo que se dirige a Monterrey, Manuel duda seriamente que los compradores de la cooperativa vayan a pagar el aumento acordado al kilo de fibra, pero sobre todo piensa que los remanentes seguirán siendo escamoteados.
– Esos cabrones no son de fiar. En eso tienes razón, pero fuimos muchos los que nos juntamos ¿Cuántos seríamos? Yo creo que más de los cinco mil que calculamos en la junta de ixtleros a la que nos quedamos. Y la verdad, sí les creo a la mayoría de los que nos quedamos. Si los de la Forestal no cumplen nos vamos a juntar más. Si en treinta y siete pudimos contra el tal Cedillo y formamos la cooperativa ¿Por qué no vamos a poder empujarlos ahora?
– Pero en treinta y siete el presidente era Lázaro Cárdenas. Ahora con ese ladrón de Miguel Alemán no podemos esperar ningún apoyo.
– Miguel Alemán ya terminó su periodo presidencial y ese viejito Ruiz Cortínez lo vamos a agarrar apenas entrando de presidente. Seguro no será como don Lázaro, pero al principio de su gobierno no va a querer problemas acá en el norte. Con unos seis mil que nos juntemos seguro quita al gerente de la cooperativa. Y ese cabrón no quiere perder el puesto. Yo digo que aunque no quiera va a tener que cumplir lo que prometió. O ¿tu crees que ninguno de los que estaban en la junta, la que hicimos hace rato, le va a llevar el chisme? Bien sabes que siempre tenemos orejas que nos mandan las autoridades. Si en el treinta y siete nos reunimos un chingo, que ¿ahora no podremos? ¡Seguro que sí! Tu sabes que los de Tamaulipas no vamos a fallar.
– ¿Tú crees que había orejas en nuestra junta de hoy?
– Todos los que estábamos ahí lo sabemos bien. Podemos cumplir. Lo vamos a hacer si hace falta. Pero por los orejas insistimos tanto en que si no cumplen nos vamos a juntar un chingo: tantos más cuantos de aquí y tantos de acá. Cada quien dijo bien alto el número que volveremos si hace falta. Tú sabes que algunos le echan de más, pero los pendejos orejas se la creen si lo decimos con mucha seguridad y a las autoridades les tiembla la huila y hasta creen que podemos ser más. Y ahora que va a empezar el nuevo presidente no van a querer borlotes. Van a tener que cumplirnos.
– Pues casi me convences, pinche Jacinto.
Cansados después de un combate que se avizoraba triunfante los dos campesinos se durmieron en sus incómodos asientos.
______________

La conversación de los dos amigos nos hizo recordar los siguientes datos históricos:
* La Federación Nacional de Cooperativas ixtleras “La Forestal F.C.L.”, se formó después de una larga lucha y una gran marcha campesina que culminó en 1937 en la ciudad de México. La administración del presidente Lázaro Cárdenas otorgó en exclusividad el derecho a la explotación, comercialización y exportación del ixtle de lechuguilla, fibra de alto precio y gran demanda en países de Europa durante casi todo el siglo XX, a La Forestal F.C.L.
* Con ello se rompió el monopolio explotador de empresarios privados, encabezados por un político que de revolucionario se pasó a la reacción, el general Saturnino Cedillo, cacique de San Luis Potosí, que a la postre y por otros motivos escenificó el último levantamiento armado contra la revolución mexicana y que fue derrotado precisamente por el propio presidente Lázaro Cárdenas.
* A partir de 1937 la situación de los talladores de ixtle mejoró notablemente, aunque no lo suficiente para resolver la pobreza de los habitantes del semidesierto del noroeste de la República.
*Como ningún triunfo es perfecto y como La Forestal F.C.L. fue una federación de cooperativas con participación estatal, con el tiempo los gerentes, nombrados por el gobierno, toleraron y/o participaron en la corrupción que escamoteaba periódicamente la entrega a los cooperativistas de las utilidades acumuladas, que los campesinos conocían con el nombre de remanentes. Eso motivó luchas periódicas de los campesinos que lograban triunfos más o menos significativos, dependiendo del grado de organización y movilización que tuvieran los participantes en cada uno de esos combates. Las dos narraciones anteriores a esta nota corresponden a una de tantas de esas batallas.

jueves, 25 de agosto de 2011

Jacinto Arriaga y Manuel, hermano de Felipe Gómez (Ejido “La Maroma”, municipio de Jaumave, Tamaulipas, 1952)

La noche es clara y la temperatura un poco más que tibia. Desde la altura en que están sentados, los dos hombres contemplan la cuesta que desciende iluminada por la luna. Allá abajo, donde termina la falda de la serranía, la llanura semidesértica se alarga por kilómetros. Una serie de destellos, reflejo de la luminosidad lunar, da un toque de fantasía al espectáculo que Jacinto compara con otra noche muy diferente que su memoria le presenta, mientras su compañero observa como extasiado el panorama. Chinto se recuerda en otra noche de hace ya mucho tiempo, tranquila como la de hoy pero muy fría; se ve sentado bajo un pino, envuelto en una manta, mientras una ligera brisa mueve las copas de algunos árboles y deja entrever una luna llena como la de hoy en un cielo transparente, que anuncia helada en la madrugada. Aquella noche serena y silenciosa, hurtando el cuerpo al frío, rodeado por el bosque de coníferas de la sierra tarahumara, Jacinto estaba muy triste. Regresaba con sus compañeros de la División del Norte después de las derrotas sufridas en Sonora. Jacinto sospechaba entonces que pronto tendría que abandonar la lucha armada. Hoy, en la tibieza nocturna, contemplando un desierto, Chinto se pregunta de pronto por qué le vino a la memoria una noche en que estaba triste y hacía frío. En aquella ocasión, hace más de treinta años, se adivinaba el fin de una etapa ¿Acaso ahora terminaría otra? Además de la tranquilidad nocturna y una luna llena en un cielo limpísimo, no parece haber razón para evocar un bosque que casi ocultaba por completo al luminoso satélite.
Jacinto se obliga entonces a buscar el por qué de su recuerdo. Voltea a ver a su compañero que está tranquilamente sentado, con el sombrero puesto como si brillara el sol, los ojos abiertos siguiendo el movimiento de algo tal vez imaginario, concentrado en la observación de la llanura y las estribaciones de la serranía en que se encuentran. Chinto busca en sus recuerdos otra noche similar a la de hoy y encuentra algo inesperado: una noche de gran agitación, de la que no recuerda si hacía frío o calor, ni tiene idea si brillaba o no la luna, pero algo de aquella noche, víspera del asalto a Celaya a las órdenes de Pancho Villa, se asemeja mucho al sentimiento que con fuerza aflora de pronto en el ya no joven Jacinto Arriaga.
Todo se aclara en sus recuerdos y reflexiones. Aquella noche de tristeza en la Sierra Madre Occidental, el bullicio de la vigilia de un ataque armado y el momento presente tienen un hilo conductor común: la lucha armada que termina para tornarse lucha civil, batalla legal agraria, combate al fin de cuentas, aunque sea político, que sacude y aviva sentimientos como lo hace la inminencia de una ataque armado. El pasado no está muerto, es el suelo del que se levanta el presente. Se alza el ahora como uno de los grandes fresnos que dan sombra a su morada. Jacinto sabe que las luchas han crecido y albergan multitud de aves que descansan y anidan en sus victorias. El próximo lunes se dará otra gran batalla, ahora en Saltillo, contra quienes se han apropiado indebidamente de la cooperativa nacional ixtlera, conquistada hace años con lides semejantes. No se usarán armas de fuego pero la contienda será encarnizada. Hay que estar bien despiertos para que no ser derrotado.
– Ya vámonos Manuel. La noche es hermosa pero tenemos que vender el ixtle que tallamos esta semana para completar el pasaje a Saltillo – Jacinto se levanta y echa a caminar hacia donde está amarrado el burro.
– ¿No tienes miedo que no logremos nada? – Manuel Gómez se pone de pie y sigue a Jacinto.
– Tu hermano Felipe nunca dudó que alcanzáramos victorias. Ya tenemos muchas en nuestras alforjas. Una más es bien posible.

jueves, 18 de agosto de 2011

Lucio, el tzeltal, platica con el Profe (actualmente)


– Ya leí los pleitos en que te metiste en el Valle del Mezquital y en la Huasteca Hidalguense ¿Es verdad todo eso o tú te has inventado esas historias?
– ¿Tú que crees, Lucio? Si yo te digo que es todo cierto o que los cuentos están modificados, o hasta si te digo que todo es mentira, vas a seguir creyendo lo que quieras. Además ¿qué importa si es cierto o no? Son cosas del pasado.
– Mira nomás ¿ahora tú me sales con que el pasado no sirve? Te lo pregunto porque si hiciste todo eso ¿por qué estás ahora aquí nada más de flojo? ¿Por qué ya no participas en política? ¿Por qué ya no estás en ningún movimiento ni en ninguna lucha? Hasta dejaste de ir a las reuniones de la otra campaña.
– No jodas, Lucio. No tengo ganas de hablar de eso.
– Mira qué cómodo, cabrón. Mejor tu mujer les anda ayudando a los de Cañada Honda con lo de los venados y tú nada más te haces a un lado. Tú no jodas. Mejor vámonos a Chiapas y déjate de pendejadas.
– No, Lucio. Tú que eres de allá sí tienes que hacer en Chiapas. Yo no tengo nada que hacer entre los indígenas: no sé su idioma, no conozco su cultura, solo llevaría ideas de mestizo, más cercanas a las europeas que a las suyas. Para lo que estén haciendo nosotros los mestizos nada más les estorbamos.
– Por lo menos ve a aprender y no nada más te estés haciendo tonto.
– Claro que me encantaría pasar allá unos meses observando y aprendiendo. Estoy seguro que el EZLN y todos los zapatistas, bases de apoyo y demás, están haciendo algo grande. No importa que nosotros no veamos nada. Sólo de su forma de gobierno en los caracoles se puede aprender mucho. Y lo que hacen en educación y salud, no puedo siquiera imaginar algo, pero sé que están buscando y encontrando soluciones novedosas a partir de sus tradiciones, de todo su acervo cultural. Espero que después de que tú ya te hayas instalado me invites a pasar unos meses contigo para ver qué aprendo.
– ¡Claro que te voy a invitar, pinche Profe! ¡Pero vas a tener que escribir lo que aprendas!

jueves, 11 de agosto de 2011

Tomás Cruz conoce a un joven en Monterrey, Nuevo León (finales de l977)

Todavía puedo escribir en esta vieja libreta Moleskine que no recuerdo cuándo, ya hace tiempo, una día de Navidad, me regalo una de mis nietas. Me quedan pocas hojas y sólo las uso para algo así como un diario, o una memoria de cosas importantes que me suceden. Si escribiera mis notas periodísticas hace mucho que ya estuviera totalmente usada.
Pero no son estas cosas intrascendentes las que quiero reportar, si no el hallazgo de ese muchacho, Bernardo Cervera, quien seguramente es quien va a avisarles lo que suceda a mis conocidos, si acabo mis días en este hospital del IMSS. Desde el accidente en Tabasco mi salud ha ido de mal en peor. Si no me encuentro a Bernardo no estaría ahora escribiendo en esta cama. Tal vez estaría agonizando en un hotelucho, si no en alguna calle olvidada de esta metrópoli.
En verdad empecé a sentirme mal, muy mal. Totalmente desorientado. Ni siquiera me daba cuenta, en ese momento, que estaba en Monterrey. El calor me ahogaba. Parecía que las casas giraban como si yo fuera un eje alrededor del cual, como en los caballitos de las ferias, dieran vuelta las casas desconocidas, con sus fachadas sucias y descascaradas. Entré a esa cantina que de pronto me trajo recuerdos antiquísimos; del tiempo en que andaba buscando noticias en bares llenos de soldados, ya carrancistas, ya villistas o zapatistas, aunque de estos últimos no los encontré tanto en las cantinas citadinas. Pedí un mezcal y el mesero se me quedó mirando como a un bicho raro. Después Bernardo me dijo que en algunas de esas cantinas marginales de los antiguos barrios obreros y o populares de Monterrey el mezcal no se conoce y a veces ni tequila tienen. Total, pedí una cerveza y me quedé esperando, totalmente perdido, ausente. Seguramente el mesero pensó que estaba bien borracho y ya me estaba viendo torcido, como con ganas de sacarme a la mala, cuando se sentó frente a mi ese joven risueño, muy seguro de sí mismo a pesar de que, al rato, me di cuenta que no encajaba en el molde de los parroquianos del lugar. Le ordenó al mesero, con tono tranquilo pero firme, que me sirviera la cerveza que había pedido y otra igual para él. . Se tomó su cerveza despacio, saboreándola. No dejó que me acabara la mía. Casi no habló ese primer día. Me preguntó donde vivía. No recuerdo bien que le contesté, pero me acompañó a un hotel cercano, pagó la habitación y al día siguiente pasó muy de mañana por mi y me acompañó a desayunar. A partir de entonces nos vimos casi todos los día durante dos semanas. Me llamaba mucho la atención que tomara notas de todo lo que yo le platicaba. Hasta llegué a pensar que era policía o algo así. Se rió abiertamente cuando se lo insinué y fue entonces cuando me dijo que había terminado su carrera de sociología, que le interesaban mucho las cuestiones políticas y que andaba buscando material para su tesis profesional. Aseguró, entre bromas, que yo podía ser su asesor de tesis. Frente a mis carcajadas dijo que al menos, lo dijo muy en serio, yo sería su principal fuente de información y “un faro que oriente mis escritos y apunte hacia mis conclusiones”, afirmó. Después, cuando me resbalé y me caí a media calle, como ya sabía que soy pensionado del IMSS, me trajo aquí y desde entonces me visita a diario y me sigue haciendo preguntas y sigue escribe y escribe, tomando notas como desesperado; y sale con sus babosadas: que yo soy el abuelo que nunca tuvo, y se ríe con esa picardía que tanto gusta a la enfermera que me atiende.
Que bueno que lo encontré, o que él me encontró a mi. Aunque no soy su abuelo me atiende mejor que cualquiera de mis nietos. La enfermerita joven que se le cae la baba por Bernardo ya me está dando mucha lata para que me duerma, que ya es muy noche, que tiene que apagar las luces. Ya después seguiré escribiendo estas notas personales.

jueves, 4 de agosto de 2011

Hilario Zapata y la esperanza nunca perdida (1978 + – )

– Pues resulta que lo de las setecientas hectáreas ya se resolvió y muy bien ¡Y el Profe no nos ha pedido ni un peso! – Hilario está sentado a la vieja y pequeña mesa; ya terminó de comer sus frijoles; su madre ha puesto frente a él un trozo de queso y algo de dulce, sí, ate de guayaba – ¿No hay café, madre?
– El Profe no resultó ser un coyote – el viejo ejidatario, padre de Hilario, saborea el queso que acaba de darle su esposa.
– Invítalo a la casa. Yo quiero conocerlo. Así hacemos un mole de olla para celebrar que el ejido recuperó su ampliación – ayudada por su nuera, la anciana coloca cuatro tazas de café en la pequeña mesa y se sienta a saborear el aromático, preparado con canela y piloncillo.
– ¿Ya le contaste de la Esperanza? – al jefe de la pequeña familia le tiembla la taza de café, es muy notorio su mal de Parkinson.
– Le hice un resumen: que nos dotaron, a veinte campesinos de acá, con veinte mil hectáreas; que nos fuimos a vivir allá y comenzamos ha construir el poblado; que hasta algunos nos llevamos a nuestras familias; que con las tierras y el crédito nos llegaron las quinientas cabezas de ganado; que luego empezó la división y nos corrieron a trece con puros pretextos; que de los siete que quedaron ya solamente tres siguen por allá, pero no viven en la tierras; que queremos recuperar tierras y ganado; que nunca he perdido la esperanza de recuperar lo que es nuestro. Le pregunté cómo le podríamos hacer.
– Yo le insisto a Hilario que debe contarles lo de policía ganadera – la esposas del joven campesino también se sienta a tomar café. No cabe duda que esa familia de ejidatarios tiene algo especial, pues es muy poco frecuente, en esta década de los setentas, que las mujeres del campo se sienten con sus maridos y participen en las conversaciones “de hombres” – Que le cuente al mentado Profe que son esos cabrones los que realmente se quedaron con el ejido y con el ganado. Que además no quieren estorbos para poder seguir pasando ganado de contrabando, mucho robado, a los Estados Unidos. Yo creo que hasta deben estar pasando de contrabando armas y hasta droga. Por eso les estorbamos – menos frecuente es que las mujeres hablen así con los hombres, pues aunque el tono de la joven es sereno las palabras revelan claramente su sentir.
– No, Lupe – el tono de Hilario también es sereno y claramente cordial – si le cuento todo tal cual es, de pronto el Profe se me asusta. Y yo estoy seguro que él y su partido sí nos van a ayudar. Ya le iré contando todo poco a poco
– Invítalo pues a comer. Hay que conocerlo más. Después de lo que hizo con el Delegado de la Reforma Agraria no creo que el Profe sea de los que se asustan – Así cierra el tema, sin proponérselo, el padre de Hilario.
Después de unos segundos en que los cuatro toman en silencio café o saborean queso con dulce, siguen conversando de asuntos domésticos a los que nosotros ya no les pusimos atención.

jueves, 28 de julio de 2011

Hilario Zapata, el ejido Castaños y La Esperanza (1978 + – )

– Ya apacíguate, Hilario – el viejo campesino come tranquilo, mientras el rostro de Hilario, su hijo, manifiesta un tumulto de sentimientos – nada ganas encoraginado. Mejor ayúdanos aquí en el ejido y olvídate de la Esperanza.
– Vivir sin esperanza no es posible – una sonrisa triste, casi una mueca, aparece en el rostro previamente adusto de Hilario, al mismo tiempo que emite un sonido similar al inicio de una risa, tal vez sarcástica o simplemente burlona – De todos modos, padre, voy a ir a Saltillo para ver lo de las setecientas hectáreas ¡Ojalá el tal profesor no nos salga nada más un coyote que nos pida lana! Habla de un partido nuevo, que no conozco. Fíjate que después de oírlo hablar da esperanza – de nuevo aparece la media sonrisa triste – Otra vez hablando de esperanza ¡A ver si no nos pasa como en el nuevo centro de población!
– No le hagas confianza al tal profesorcillo. Ya vez que esos coyotes nada más emborucan y luego no hacen nada ¡Y no le vayas a dar ni un centavo!
Padre e hijo comen su plato de frijoles ayudados únicamente con las tortillas que la mamá de Hilario echa rítmicamente en el comal después de darles forma con las palmas. El fogón se encuentra bajo un tejabán de palma, adosado a una pared de la choza donde viven, casi en la orilla del pequeño poblado ejidal: no más de una docena de chozas de madera, carrizo y palma. Guadalupe, la joven esposa de Hilario, tan callada como la madre de éste, pasa primero el nixtamal por un molinillo mecánico y luego afina la masa en el tradicional metate, antes de dársela a su suegra para que eche las tortillas.
***
Unos días después Hilario y otro ejidatario, acompañados del “profesorcillo” le ganaron el pleito de las setecientas hectáreas a la Delegación de la Secretaría de la Reforma Agraria en Saltillo (el hecho puede leerse aquí). El profesorcillo se convirtió en el Profe, que no pidió un solo centavo al ejido, avivando la llama de la esperanza en Hilario y ganándose algo de la confianza del viejo campesino y de los demás fundadores del ejido Castaños.

Meses más tarde volvimos a escuchar una conversación entre Hilario, sus padres y su mujer. La plática nos llevó a seguir con más interés los sucesos acaecidos en el nuevo centro de población La Esperanza. Contaremos lo que oímos dentro de ocho días.

jueves, 21 de julio de 2011

Una o dos noches después de haber querido matar a Tomás Cruz

Serían mediados de febrero o hacia fines de ese mes, en 1916. Los tres hombres, Chema, Isidro y Jacinto, tomaban café y comían algo en silencio. La noche era muy fría. No había luna y el resplandor de la hoguera teñía de un rojo cambiante los rostros de los tres muchachos; al fin de cuentas ninguno de ellos tenía más de veinticuatro años. Evidentemente Jacinto era el más joven.
– ¡Ya ni chingas! – dijo de pronto Isidro, dirigiéndose a Jacinto – La próxima vez que vaya a hacer una pendejada avísanos con tiempo. Si no te hubiéramos seguido de seguro matas al periodista ese y los tres federales tu hubieran tronado luego.
Siguieron comiendo en silencio.
– Muchas gracias a los dos – dijo al fin el Chinto – Sobre todo porque si mato a Tomás y logro salir sin que los federales me cosieran a balazos yo creo que ya no hubiera vuelto a ser el mismo. Seguro y me convierto en un asesino más, un bandido que anda huyendo, viviendo del robo y matando para poder sobrevivir.
– Tal vez ese cabrón del tal Tomás, ese intelectualillo de mierda, como tú le dices, estaría mejor muerto que vivo, pero en todo caso avísanos lo que piensas hacer, para que te ayudemos – afirmó Chema.
Terminaron de comer en silencio. Isidro y Chema se arrebujaron es sus mantas y en unos pocos minutos Chinto escuchó claramente sus respiraciones acompasadas. Jacinto avivó la hoguera. El frío era intenso, pero no soplaba el viento, si acaso una brisa juguetona aportaban de vez en cuando más oxígeno a la leña que crepitaba quedamente. Las llamas al crecer iluminaban un poco más el rostro pensativo de Jacinto. Una inmensa tristeza se reflejaba en la cara del muchacho. Sería la añoranza del combate o de la tensión previa al mismo. Tal vez era el recuerdo de Felipe Gómez que siempre tenía algo interesante que decir cuando en noche como aquellas, parecía que hacia tanto tiempo, aunque solamente habían pasado unos dos o tres años, iban hacia el norte de Tamaulipas buscando a Lucio Blanco para aprender junto a él cómo quitarle la hacienda al viejo Alcántara. Bien podía ser la tristeza por los conocidos, como Tomás Cruz, que a veces se portaban como amigos y que de pronto traicionaban los fines que Chinto siempre había buscado en la revolución; aunque, pensándolo bien, muchos nunca habían tenido claro qué es lo que buscaban en la bola. Él, Jacinto Arriaga, sí sabía lo que había venido a buscar. Desde un principio Felipe se los había dejado muy claro a todos lo que lo acompañaron desde Jaumave. Buscarían a Lucio Blanco y se unirían a él en esa lucha para saber cómo repartir la tierra que a los hacendados les sobraba y que ellos necesitaban para tener, como gritaban los que andaban con Zapata allá en el sur, tierra y libertad. Tendría que llegar pronto a Jaumave, su tierra natal, en Tamaulipas. Esperaba que Isidro y Chema lo acompañaran, pero si no querían se iría solo. Con esa idea empezó a dormitar sentado frente a la fogata un poco moribunda a esa hora en la que ya faltaba poco para amanecer.

jueves, 14 de julio de 2011

Por ahí captamos el siguiente diálogo

- Entiendo algo de tus venados. Es cosa aparte. No lucha general de todos. No de muchos. Nadamás un ejido.
- Tienes razón , Lucio. En la mayoría de ejidos no se lucha. Los hombres se van al norte. Ahora hasta las mujeres. Por eso no sé qué hacer.
- Profe, tú cuentas mucho de obreros. En Monclova ¿Qué aquí no hay obreros?
- Claro que hay, pero sólo platico con algunos despedidos injustamente, que siguen peleando sus liquidaciones ¡Ah! y con los de una huelga que ya lleva más de tres añosy sólo esperan quedarse con los terrenos de la fábrica, pues la maquinaria ya es chatarra. Con algunos más que he platicado, más bien obreros de cuello blanco, lo único que les preocupa es que no los corran de la chamba. Sindicatos combativos, luchas obreras ¡no hay nada de eso aquí en Querétaro!
-Vámonos a Chiapas, Profe. A ver si allá es cierto que los zapatistas están construyendo, en la selva, en sus comunidades, en las mías, mejor dicho, quesque estructuras que no son capitalistas. No entiendo lo de "estructuras" y menos no capitalistas o sí capitalistas. Cuantimás tú ya me explicaste algo, pero toavía no entiendo bien. Tengo que ver ¡vámonos ya!
- Calma, Lucio, calma. Aunque tienes razón, hay que ir pensando en irnos a Chiapas.

jueves, 7 de julio de 2011

Tomás Cruz delira a sus 86 años (mediados de 1975)

Mis vasos sanguíneos soportan la presión de ese líquido que a veces hierve como los manantiales sulfurosos de Michoacán o más bien como esos chorros de agua y vapor de Tecozautla, o del propio Michoacán y siento en mi interior restallar los recuerdos de no sé bien hace qué tanto tiempo, cuando caminaba ya viejo entre multitud de jóvenes que gritaban "chingue su madre Díaz Ordaz" en un coro ensordecedor de ochenta mil gargantas por toda la avenida Reforma o no sé si más bien por el rumbo de la Ciudadela, donde bestias también jóvenes, portando largos palos de similar medida o hechura, nos perseguían, y oíamos balazos no sé dónde, y no sé cómo me protegió aquella vieja que después supe que vivía de hacer tamales y me escondió tras su abultado cuerpo de ángel sin alas y con mucha grasa, de ángel de la guardia de mi infancia católica, mientras por lo huecos sus brazos que mantenía en jarras veía cómo dos de aquellas bestias quebraban con sus largos palos a un viejo de mi edad del que no supe nada más, porque el querubín obeso me arrastró mientras yo gritaba como niño encaprichado "vamos a ayudarlo, vamos a ayudarlo" y me metió en un puesto callejero y se sentó sobre mí para que dejara de aullar y mucho después, ya anocheciendo, me desperté entre la mujer y dos de sus hijos, hombres hechos de más de treinta años, que lloraban de rabia e impotencia hablando de los golpeados, heridos, molidos a palos, que granaderos salidos de ambulancias o carros militares levantaban sin contemplaciones y arrojaban dentro de los vehículos como bolsas de basura, pero salí amaneciendo de la casa de mis ángeles, alados sólo en mi agradecimiento mudo, llorando de rabia e impotencia yo también, para huir a Durango tratando de encontrar al fantasma de Francisco Villa o la memoria de Felipe Gómez o Jacinto Arriaga para ver si podíamos hacer otra revolución, y me topé con la Liga 23 de septiembre y con los pardos, ni rojos, ni verdes, ni amarillos, que bateaban por ambos lados, la izquierda verbal y la derecha hitleriana en los hechos, pero también supe de oídas de un partido político naciente, al menos con ideología y acciones congruentes, y ahora quiero moverme más al norte, a Nuevo León, Coahuila o Tamaulipas para encontrar a esos muchachos que se han autodenominado "brigada Pancho Villa" en Monterrey y que Jacinto, que algún día en un pasado casi olvidado me iba a balacear, afirma que esos sí le dan confianza, y transito por este semidesierto coahuilense mientras mis sienes parecen explotar con ese líquido rojo y espeso que hierve dentro de mí como los manantiales sulfurosos michoacanos, indagando si los resultados de aquellas marchas y derrotas como las de un dos de octubre de maldita memoria tienen que ver con ese espíritu de lucha actual, no sólo espíritu sino combates cotidianos contra el estado capitalista o sus peores aristas, si realmente algo une la efervescencia actual con la matanza que pareció terminar con el movimiento del 68 o con la golpiza que los Halcones nos propinaron aquel 10 de junio de 1971, jueves de Corpus Cristi por cierto, derrotas que diseminaron por todo el territorio mexicano a tanto luchador apasionado, y busco sin saber bien qué, a tropezones, por caminos que nunca imaginé que unieran pasados tan confusos con presentes inciertos como estos de mediados de la década de los setentas.

sábado, 2 de julio de 2011

Sólo para dejar constancia

Hace dos años el dos de julio fue jueves. Ese día apareció la primera entrada de este blog. Durante estos dos años cada jueves ha aparecido una nueva entrada, excepto el jueves 3 de marzo de 2011. (Me gustaría más que también ese día hubiera habido entrada nueva)
El dos de julio de 2009 los narradores de estos escritos nos aventuramos en busca de caminos que nos unieran a nuestro pasado, en el que se asienta nuestra dignidad y nuestro futuro, y como Cristóbal Colón tal vez tropecemos, o estemos enredados con algo muy diferente a lo que pensamos al iniciar la marcha. Únicamente hemos encontrado vagas referencias a pasados diversos, y fantasmas, muchos fantasmas surgidos no sabemos bien de donde ¿Hallaremos algo más claro al final de las múltiples y borrosas veredas que intentamos recorrer? En contradicción a la pregunta más bien pensamos que las veredas no tienen final. Asumimos que esos caminos seguirán como la vida que nos rodea, aunque nosotros ya estemos muertos ¿por donde pasarán? solamente quienes nos sobrevivan podrán saberlo.

jueves, 30 de junio de 2011

Ejido Cañada Honda

El ejido Cañada Honda fue dotado a 49 campesinos que habitaban, según documentos oficiales, en el poblado del mismo nombre. Muchos de ellos realmente vivían diseminados en los pocos terrenos de labor que trabajaban a medias para los dueños de la hacienda El Plan, o en torno del casco de la misma hacienda, localizado a unos seis kilómetros del grupo de casas conocido como Cañada Honda.
En la resolución presidencial, firmada por el general Lázaro Cárdenas, es donde se dice que los 49 campesinos eran vecinos del poblado de Cañada Honda, ubicado a 15.2 kilómetros del poblado de Cadereyta, del municipio del mismo nombre. Nuestras pláticas e investigaciones con los ejidatarios más viejos, hijos o nietos de los campesinos originalmente dotados, nos han convencido de que no todos eran campesinos libre, sino más bien medieros que recibían semilla y a veces algunos apoyos más, como préstamo de yunta, de la hacienda El Plan, a la cual le entregaban a cambio la mitad de la cosecha. Costó trabajo, según nos contaron sus hijos o nietos, convencer a los medieros para que se unieran al grupo de solicitantes, pero algunos de ellos fueron después los más decididos defensores del ejido.
En la resolución presidencial de dotación se asienta que las 679 hectáreas otorgadas a los 49 derechohabientes de Cañada Honda "serán tomadas de predios cerriles en su mayoría ociosos, en donde en forma pública y pacífica muchos de los 49 beneficiados han apacentado ocasionalmente algunas cabezas de ganado menor, y de algunos terrenos aptos para la siembra de temporal que los propietarios de la haciende El Plan aseguran ser suyos sin haber podido demostrarlo".
El diario oficial de la federación donde se publica la resolución presidencial dotatoria es del 4 de septiembre de 1938. Otros documentos que obran en la carpeta básica del ejido, certifican que la dotación fue debidamente ejecutada siete meses después, en abril de 1939, mes en el que se hicieron los trabajos topográficos de deslinde, se colocaron las mojoneras que marcan los límites con las propiedades vecinas y se trazó la brecha correspondiente, poniendo su firma de conformidad las autoridades de los colindantes: el ejido de Guadalupe y los pueblos indígenas del Terrero y Monte Liso. Firmaron en ausencia del propietario Pedro González los representantes del municipio de Cadereyta de Montes, haciendo constar que al tal propietario se le notificó y él se dio por enterado sobre la fecha en que se harían los trabajos de deslinde.
Quedó así constituido en firme el ejido Cañada Honda con una extensión de 679 hectáreas en beneficio de 49 derechohabientes. En 1963 hubo una primera ampliación para 25 campesinos más; la resolución fue ejecutada debidamente para conformar el actual ejido de 74 campesinos y 955 hectáreas.
***
– ¿Te quedó claro todo lo que querías saber del ejido? – le pregunto a Lucio.
– Ya no jodas, Profe. Todo lo que escribiste se refiere sólo a la cuestión legal. Verdad que ya he visitado los terrenos y con esto me tienes casi dos meses por acá. Te dije también algunas de las irregularidades que veo en el ejido. De los venados yo todavía no veo nada.
– Va ¡Qué impaciente! Calma y nos amanecemos. Y no te quejes, porque ya llevas 15 días viviendo en el ejido.

jueves, 23 de junio de 2011

Lucio, el tzeltal, en Querétaro. (Actualmente) I

– ¿Para qué me trajiste a esta ciudad? Mi México, el México donde yo viví hace unos quince años no es este, es muy diferente. No me gustan las ciudades. Yo no viviría aquí. Puras casas. Muchos carros. No podría trabajar en nada más que lavando carros y eso no se me antoja.
– ¿Cuánto tiempo puedes pasar sin trabajar aquí en México?
– Mira Profe, ese no es el problema. Tal vez un año o más. Ora que si uno vive de arrimado, como ahorita contigo, pus mucho tiempo más.
– No chingues Lucio, no estás de arrimado. Sí de invitado. Como sea te veo con ganas de irte.
– La verdá sí. Prefiero ver cómo andan las cosas en Chiapas ¿Qué sabes tú del EZLN? Ya no se oye nada.
–Apenas llevamos dos días aquí y entiendo que no sabes qué hacer y te aburres. Mañana voy a un ejido. Ya les aprobaron un proyecto para que metan venado en sus terrenos ¿No te interesa ver cómo andan los ejidos por acá? En este ejido no hay selvas como en tu tierra. Es casi desértico, pero el ejido debe ser lo mismo aquí que allá, al menos legalmente. Podrás comparar cuando te vayas.
– ¡Desértico! Eso no me asusta. Desiertos en Texas y todo plano. A lo plano sí que no me acostumbré ¿Cómo andan las montañas por ese ejido?
– Pues no es plano. Ya lo verás mañana. Tampoco es muy montañoso pero no está mal. De hecho las cien hectáreas para los venados están en un cerro. Es bonito, aunque ahora esté muy seco.
– Me vale si los terrenos son bonitos o feos. Me interesa más ver cómo los usan y si yo podría vivir trabajando esas tierras. Porque de un cafetal sí viviría ¿De qué viven por acá?
– Ya lo verás mañana.
– De todos modos te repito que lo que más quiero es ver cómo andan las cosas en Chiapas. Sobre todo en los terrenos que hace unos quince años les quitaron los zapatistas a los latifundistas que todavía quedaban. En los yunaites* leí en el periódico lo que un día dijo el tal Marcos, que habían expropiado varios latifundios. Seguro el gobierno no se los ha legalizado. Quiero ir a ver si todo eso es cierto; si realmente las tierras que quitaron las tienen todos o solamente las aprovechan algunos vivillos y los demás andan como peones, como yo en los yunaites, pero ganando menos, me imagino. No creo que la gente se dejara de eso pero tengo que ir a ver cómo está la cosa.
– Ya me contarás, pinche Lucio. A mi también me interesa saber eso, pero si yo voy, como ladino que soy no me van a explicar nada. De todos modos ¿me acompañas mañana al ejido? Está en un municipio cercano que se llama Caderyta.
– Sí, claro. Quedarme un día más sí lo aguanto.
___
*La palabra se refiere a los Estados Unidos por su nombre en inglés, United States of America, pronunciado a la mexicana. El término es muy usado por los que se van al país del norte. (Nota del editor)

jueves, 16 de junio de 2011

Tomás Cruz reflexiona a sus 86 años (mediados de 1975)

Toda una vida cabalgando sin caballo y de pronto recibo la visita de Gabriel que trae dos libros en la mano izquierda, uno de los cuales nos relata la vida del patriarca que comenzó su camino en una revuelta militar y que ya perdió la cuenta del tiempo que lleva gobernado y el novelista nunca nos dijo que alguna vez anduviera a caballo y el otro libro nos narra la vida de los Buendía, algunos de los cuales hicieron no recordamos cuantas guerras revolucionarias sin tampoco galopar por las selvas ni las serranías del país al que pertenecía Macondo, distanciándose en eso, patriarca y generales, de las guerras de la primera mitad del siglo XX que en mi patria se hicieron a caballo y cuando las distancias eran muchas las bestias viajaban en los vagones del ferrocarril cuyas vías trazó el régimen de Porfirio Díaz mientras sus jinetes se trasladaban en los techos de los mismos vagones para bajar y, a caballo, llegar como las olas del mar remoto nunca visto por quienes conducían a sus cabalgaduras para destrozar a los ejércitos de los oficialistas de Huerta, convirtiendo así al caballo en el símbolo de la lucha que a pie hemos dado tantos en la segunda mitad de este siglo que sin darnos cuenta ya va galopando más allá de sus tres cuartos para pronto alcanzar los cien años no de soledades, sí de solidaridades que pasan sin tocar laberintos abandonados y caminan por calles y carreteras del México asaltado y pisoteado por una modernidad ciega, sorda, deforme, monstruosa, abrumadoramente desigual, copiada desde algunos desvanes o sótanos brumosos y lejanos, modernidad etérea que amenaza con hacernos olvidar el caballo desde que los dirigentes revolucionarios que secuestraron tal título descendieron de la silla de montar para abordar orondos los cadillacs y los mercedes de vidrios ahumados y blindados desde cuyo interior nos contemplan creyéndose seguros, pero nosotros seguimos a pie tras los caballos de Zapata y Villa que aceptaron a su lado, gustosos, al Che y su motocicleta y estuvieron siempre presentes en las marchas estudiantiles de hace siete años que, aunque fueron aplastadas por el ejército y en apariencia derrotadas, mandaron a cientos de organizadores a todos los rincones de la patria para que ahora, recorridos los tres cuartos del siglo, surjan por doquier multiplicidad de movimientos que ya han cambiado el rostro de este país que parece dispuesto a enfrentar resueltamente al imperialismo neocolonialista que viene del norte, y en estas vuelta y revueltas llevo ya una vida cabalgando sin caballo, tras Felipe Gómez, Jacinto Arriaga y tantos y tantos que han muerto peleando con el fusil real o metafórico para lograr los cambios que nos trajo el vendaval de una revolución incompleta y a ratos moribunda pero que en estos días parece estar despierta de nuevo para mover aquí y allá a los que estamos inconformes.

jueves, 9 de junio de 2011

Josefina Atilano y sus amigos, I

Antecentes de Josefina Atilano, aquí.
La calurosa noche de Guadalajara hace sudar a Josefina Atilano que no puede conciliar el sueño recordando la sarta de pendejadas que le escuchó a su amiga Lucía Cepeda, con la cual la une una extraña amistad, a ratos incomprensible para ella misma que basa su interpretación de la realidad en las teorías marxistas, en tanto las opiniones de Lucía son una mezcla de los supuestos juicios objetivos de los intelectuales, críticos y pensadores ilustrados de la televisión nacional y de las teorías sociales católicas hipotéticamente de izquierda. Su diálogo de sobremesa después de una cena informal salpicada de bromas y comentarios chuscos de todo tipo, tocó temas muy diversos: literatura, cine, habladurías y cotilleos sobre los famosos del deporte y de los espectáculos y estuvo a punto de convertirse en acalorada discusión, cosa que les sucede a menudo, cuando empezaron los comentarios de índole política. Las dos mujeres saben que el tema socio político y los referentes a economía es mejor que los eviten para no arriesgarse a un pleito o a disgustos soterrados que empañen su vieja amistad, pero como siempre, sus largas conversaciones en sus esporádicos encuentros llegan inopinadamente al tema y brotan los desacuerdos. En la sobremesa de hace apenas unas horas Lucía soltó, a raíz de un tema que Josefina ya no recuerda, la siguiente afirmación: “Ningún gobierno cambia, y menos cae, a causa de un movimiento popular auténtico. A las marchas y manifestaciones masivas ya nadie les hace caso. En Estados Unidos, los que protestan frente al Capitolio, la Casa Blanca o los diversos tribunales, se pasean con sus pancartas sin que ni siquiera las lea el público cercano”. Josefina reviró al bote pronto: “¡Qué bárbara! Ya chocheas o tienes un ataque de alzheimer. La historias está llena de lo contrario que afirmas. Podrás discutir si los logros fueron positivos o negativos, si el momento fue el adecuado, si se actuó con mesura o los hechos revistieron violencia innecesaria o hasta brutalidad, pero nadie niega, por ejemplo, que a Porfirio Díaz lo derribó del poder dictatorial que acumuló en México la movilización popular que apenas surgía en todo el territorio nacional y tres o cuatro años después, esa movilización ya crecida volvió a arrebatarle el poder a Victoriano Huerta, a pesar de que éste contaba con toda la fuerza del ejército porfirista que se mantenía intacto y bajo su mando y tenía el apoyo absoluto de los gringos. Y más acá, en una sola noche y con un cacerolazo frente a la Casa Rosada los argentinos corrieron a Fernando de la Rúa y su famoso corralito y …”. Josefina pensaba continuar con las movilizaciones recientes del norte de África y España, pero hábilmente Lucía cedió y logró encaminar la conversación a temas intrascendentes. Ahora Josefina, dando vueltas en su cama de esposa divorciada, no puede conciliar el sueño y está triste. Su patria necesita una movilización que detenga el desvergonzado saqueo que padece el país y por ningún lado se ve por dónde puede brotar la chispa que incendie la pradera. “Nos hace falta – piensa Josefina – un loco que cite a la rebelión en día y hora determinados como lo hizo alguien en 1910”. La noche es cerrada y Josefina no puede dormir.

jueves, 2 de junio de 2011

Lucio, el tzeltal, en Estados Unidos

Han pasado más de cuatro años desde que Lucio le rompió la nariz al alemán. En aquél entonces atravesó México y pasó ilegalmente a los Estados Unidos. A Ralf seguramente ya no se le nota el golpe. El tzeltal no sabe bien cómo le llegan estos periódico a las manos; el que tiene hoy es de hace una semana. Siempre se ha preguntado cómo en los Estados Unidos aparecen tantos diarios de México. El que más le gusta es un tabloide, pero no La Prensa ni los que tratan deportes. En éste que lee se habla de “los Caracoles”. ¡Cómo le gustaría vivir en uno de ellos!
El sol, a lo lejos, parece a punto de tocar con su orilla inferior los algodonales, que se pierden en lontananza. El astro tiñe levemente de rojo el periódico en manos de Lucio. El indígena se encuentra sentado en el borde de una camioneta picop. Terminó la jornada y regresa de aventón en el vehículo de un técnico, que paró a tomar unas muestras del algodón sembrado en Texas.
Como a kilómetro y medio está el galpón donde duerme, junto con otros ilegales. En estos años ha cambiado seis veces de trabajo: ante los primeros asomos de prepotencia ha preferido marcharse a romper otra nariz o hacer algo peor. En dos ocasiones lo andaba atrapando la migra, pero su astucia y decisión lo hicieron huir a tiempo. Ya sabe inglés, hablarlo y leerlo. En un libro que le prestó otro mojado supo sobre los comandantes Bruslí y Míster, del ejército zapatista. No compartió la opinión de amigos en el sentido que esos seudónimos eran, al menos, ridículos. Extraña sus montañas, que las prefiere mil veces a estas llanuras con una línea horizontal allá lejos.
– Let’s go home – dice de pronto el técnico, subiendo a la cabina de la camioneta último modelo.
“A casa” piensa Lucio y se le humedecen los ojos. “Ya tengo suficientes dólares ahorrados. Tal vez los zapatistas me acepten en sus filas, aunque sepan que debo una vida. Seguro no querrán que me ponga como seudónimo Schwarzenegger, pero tal vez sí Arnoldo ¿Por qué no?”
Siente que la camioneta se pone en movimiento y tiene que detenerse para no caer hacia atrás. Al reiniciar la marcha reflexiona: “tal vez sea tiempo de abandonar mi séptimo trabajo en los Estados Unidos”.
***
Pero Lucio no regresó entonces a México. Se quedó otros ocho o diez años más. Fue hasta ahora, cuando ya nadie habla en los periódicos del EZLN ni del tal “encapuchado”, el “sup” Marcos, cuando se le ha ocurrido regresar a México. Los tzeltales u otros mayas del sureste que eventualmente encuentra en Estados Unidos le aseguran que las bases de apoyo zapatistas todavía existen, que ellos las han oído mentar allá en su tierra, pero él no ha podido hablar con ninguno que las haya conocido directamente y menos que haya vivido en algún municipio autónomo. Ahora es cuando se pregunta qué pasa en su patria.
Hemos podido convencer a Lucio que se quede un tiempo con nosotros por acá, en el centro del país, que ya habrá tiempo para que vaya al sureste. Necesitamos los ojos de alguien que haya estado lejos de México algunos años para que nos ayude a entenderlo mejor. Le insistimos que escriba lo que ve, pero dice que no, que sabe leer y lee mucho, que aprendió el inglés, que era la cuarta lengua que aprendía y ya no le costó tanto trabajo, que por su buena pronunciación encontraba trabajo fácilmente con los gringos en lugares con pocos ilegales y que por eso nunca lo encontró la migra, pero que de escribir nunca escribe, que no pasa de los pocos correos electrónicos que a veces le ha escrito al Profe, pero que sí, que nos contará como ve a ese México del que se alejó muchos años, que a ver si nos sirve de algo.

jueves, 26 de mayo de 2011

Lucio en Chiapas, hace años, II

A las ocho de la mañana el calor empieza a crecer. La ligera neblina hace mucho que desapareció y bajo la sombra de los arboles de chalúm y los naranjos, un denso y ardiente vaho surge del suelo, que guarda mucha humedad de las lluvias recientes. Como es natural, los tres acompañantes de Ralf están cortando con rapidez; no, sólo dos; Inés y Ramiro cortan los granos con la mayor diligencia que el descanso nocturno les permite al comienzo de la jornada. Lucio algo sospecha y a propósito trabaja más lentamente que de costumbre, aunque lo hace sin pausa y metódicamente, como siempre. Mientras tanto Ralf, consultando frecuentemente su cronómetro, hace muchas anotaciones en un papel, sujeto sobre una tabla de plástico; al menos eso le parece a Lucio.
Poco a poco Inés y Ramiro se van cansando y el ritmo con que recolectan los granos maduros disminuye notablemente. Ralf empieza a reclamar con aspereza:
– Por qué cortas despacio, apura muchacho.
Lucio voltea a ver a Ralf. Sus ojos denotan molestia, pero el hijo del patrón está escribiendo algo y no lo nota. Media hora después, otro exabrupto
– Tú también apura, india. Ya vas muy despacio
Ahora la mirada de Lucio demuestra cólera, es sólo un relámpago que el joven alemán tampoco nota.
El calor ha aumentado. Es hora de tomar el descanso para la comida. Ralf les dice a los tres indígenas que no comiencen a cortar antes de que regrese y se retira rumbo a las construcciones centrales de la finca. Regresa una media hora después.
Empieza la tarde con un calor bochornoso. La humedad hace sudar a los cuatro copiosamente. Mientras comían sus tortillas, Lucio no supo qué decir; le hubiera gustado platicar con la Inés, pero el recuerdo de su hija violada lo hizo permanecer callado. Inés estuvo muy seria; se notaba cansada. Ramiro quería jugar; buscó hormigas y las estuvo molestando, correteó detrás de una mariposa. Lucio volvió a pensar en su hija a esa edad. Le hubiera gustado jugar con Ramiro, pero ya es grande y quién sabe qué dirían los demás peones si lo vieran retozando como un crío; además estaba tenso, sin saber bien por qué.
Ahora que ya llevan un buen rato cortando, después del descanso, nota que el mal humor de Ralf aumenta con el calor y los moscos. Es claro que al teutón le enoja que se pierda tiempo en ir a vaciar los tenates cuando están llenos. El sol ya pasó el cenit hace unas dos horas. La sombra de los jinicuiles no refresca. No se mueve ni una hoja en los cafetales. Ni la más ligera brisa se enfrenta al sopor de las dos de la tarde. En el aire húmedo y candente que los rodea, los peones se mueven con fatiga. Parecería que ha aumentado el peso de sus extremidades. Los tenates llenos de granos maduros parecen cargar el doble de los kilos que marcaría la báscula. El ritmo del corte de café ha bajado notablemente y en la hoja del hijo del patrón eso representa pérdidas.
– A ver si apuran, indios huevones – grita de pronto, enfurecido por el bochorno.
–Estamos cansados, patrón – ataja secamente el tzeltal, aunque en realidad el sigue cortando el mismo número de granos por minuto.
El retintín con que el indígena pronuncia la palabra "patrón" molesta al alemán.
–¡Soy patrón y callas!
La piel morena del tzeltal le impide a Ralf notar que a Lucio se le pone la cara roja, por la indignación contenida. Si el teutón fuera un poco menos bruto cuidaría su tono en adelante.
Minutos después Inés tropieza y cae. El joven alemán la levanta con brusquedad.
– Nada, nada, ¡apura!
– ¡Cuidado, joven! No vuelva a hacer eso – masculla entre dientes pero claramente el indígena.
El tono no le agrada a Ralf, pero un perro que pasa ladrando y gruñendo y que huye chillando al recibir la certera pedrada que le lanza Ramiro rompe un enfrentamiento.
– Yo ya acabé por hoy, patrón, voy a entregar lo que tengo – dice de pronto el tzeltal en un intento por no enfrentarse al hijo del dueño.
– Te quedas. Todavía no acaba jornada – responde en tono abrupto el alemán.
En el calor húmedo del cafetal parecería que danza un dios indígena de los que alientan la guerra. Transcurre media hora. A lo lejos se oyen, apenas como murmullos, las voces de otros indígenas que hacen su trabajo. Las plantas del aromático no permiten ver a nadie desde donde se encuentra Ralf. Cansado, el niño indígena ve cruzar un tejón a diez pasos de distancia. Casi por instinto deja caer el tenate e intenta correr tras la alimaña. El hijo del patrón también ve al animal y se adelanta al deseo del chiquillo, de modo que lo atrapa de un brazo con una de sus manazas y con la otra le da un golpe en la cabeza.
– Te pago por trabajo, no por juego.
Una mano morena, callosa, áspera, pero también ágil y fuerte, jala desde atrás, por el cuello de la camisa, al alemán. El teutón se revuelve furibundo e intenta golpear al tzeltal. Es claro que en su tierra hace ejercicio y cualquier observador, al ver cómo se mueve, notaría que también está entrenado en algún deporte de defensa y ataque. Pesa más de noventa kilos pero se mueve con agilidad. Inés y Ramiro están paralizados. No cabe en su cabeza que el hijo del patrón esté siendo atacado. El niño indígena empieza a llorar; como destello fulgura en él la idea de golpes y cárcel para el que lo defendió. Pero la sorpresa borra esa imagen. Quien ya mató a un hombre más grande sabe pelear. Un codazo y un golpe con la frente dejan por fin tirado al teutón, medio inconsciente y sangrando abundantemente por la nariz. El tzeltal tiene un ojo inflamado y cojea notoriamente, pero se detiene después de dar tres pasos y dice con gran frialdad, dirigiéndose a Inés y a Ramiro:
– Vayan con José y díganle lo que ha pasado. Anden, corran.
Espera a que los dos peones reaccionen. Inés lo ve atónita y empieza a balbucear.
– ¿Qué pasará contigo?
– Ve y avisa, yo me arreglo sólo. – Es una orden tajante. Inés obedece como caminando en sueños, mientras Ramiro la guía de la mano. Ralf empieza a moverse y a gemir.
Corriendo a pesar del dolor en la rodilla, Lucio llega a su choza. Tarda menos de un minuto dentro y escalando por la parte más abrupta del monte desaparece pronto.
Merodea todo el resto del día por fuera de la finca. Ve llegar los carros de la policía. Sabe que ahora sí lo va a buscar la autoridad y no los parientes del agraviado. No tendrá dónde esconderse, ni en Tapachula, ni en todo el sur del estado. Tal vez ni en todo Chiapas. Se queda hasta tener casi la certeza que no castigarán a nadie más, o a todos un poco por su culpa, pero a eso ya están acostumbrados los indígenas y entre todos duele menos, aunque el agravio se guarda más profundo.
La noche no guarda secretos para él, ni el bosque, ni sus caminos. Ocho o más días por la montaña no serán ninguna novedad.

jueves, 19 de mayo de 2011

Lucio en Chiapas, hace años

Cuando el Profe conoció a Lucio éste le contó que abandonó su cafetal porque mató a machetazos al violador de María, su hija. “Tapachula es grande y está lejos, muy al sur, ahí nadie me buscará”, pensó.
Tenía razón. Trabajó quince días de estibador. Su físico no le ayudaba. A fuerza de resistencia y voluntad se sostuvo ese tiempo, pensando: “Poco a poco me acostumbraré y podré competir con todos”. Lo pensaba en tzeltal, claro está.
– El tal Gunter produce café orgánico. Lo vende mucho más caro que el nuestro – oyó decir un día a Petul, aquel indígena borracho que cargaba más que todos y gastaba su dinero en mujeres y bebidas alcohólicas.
“Café orgánico. Los de Cop Café y los de ISMAM lo producen. Yo hubiera podido producirlo, pero en mi media hectárea ya había echado fertilizantes. Tal vez hubiera engañado a los compradores, aunque en el ejido todos saben lo que hacen los demás. Yo sé de café ¿Dará trabajo el tal Gunter?”
Fue así como llegó a la finca del teutón, con ganas de conocer a un alemán, pero su deseo no fue cumplido: se topó con el administrador, un ladino renegado que hasta alemán quería aprender y maltrataba a los de su raza, los mayas de cualquier denominación, mexicanos o chapines. Se llamaba Mariano. Aguantó toda la cosecha. Para eso sí era bueno, su baja estatura no importaba a la hora de alcanzar los granos maduros y había cortado café desde antes de ir a la escuela, cuando tenía menor estatura.
Muchas veces, a la sombra del cafetal, recordó los años de su niñez: “La media hectárea apenas nos daba un poco de dinero. Mi padre, siendo ejidatario, no podía mantenernos, por eso trabajaba de peón en otras cosas. No tuvo dinero para llevar a mi madre, ni ir él, a un buen doctor, así murieron mis viejos con esa tos, que hasta los hacía escupir sangre.”
Otras veces recordaba sus años de casado. “Mi esposa murió de la misma tos. Tuberculosis, decían los del centro de salud comunitaria. Sólo quedamos María y yo. Completábamos lo que necesitábamos cortando madera y haciendo muebles. Así hubiera vivido si no me encuentro a ese tal Renato cuando terminó de violar y matar a mi hija, pero se encontró lo suyo.”
Mariano, el administrador ladino, se fijó en él, que siempre terminaba primero y con más café cortado. Salía muy poco de la finca y en el tiempo de la cosecha no lo vio borracho nunca. Era de los peones que no se dejan, pero cumplía su tarea y mucho más. Seguro sería bueno para otros trabajos. Así, al fin de la recolección, lo contrató como asalariado de planta y Lucio se quedó a vivir en la finca, lejos de cualquiera que lo anduviera buscando para vengar la muerte de Renato. Por miedo a que lo descubrieran, solo bajaba a la ciudad de vez en cuando, a poner su dinero en el banco. Su cuenta fue creciendo; el tzeltal no gastaba en nada.
Se acercaba la fiesta de todos los santos y con ella el inicio de la cosecha. El indígena escuchó que vendría desde Alemania el dueño de la finca, para revisar la recolección del grano. “Tal vez ahora sí conozca a Gunter” pensó “y vea cómo es un alemán.” Pero quien llegó fue el hijo del patrón; Ralf, oyó que le decían. Joven, alto, desteñido y algo bruto, le pareció a Lucio.
***
– ¿Cierto se andan revelando esos indios? – pregunta Ralf a Mariano, en su mal español.
–No tanto, andan alborotados desde hace seis años por eso del levantamiento zapatista. Su papá creyó entonces que nos quitaban la finca pero no pasó nada. Les aumentamos un poco el jornal y se quedaron todos. Los que se van son por otras causas, como siempre. Hay algunos que se creen mucho, como ese tal Lucio, pero no es zapatista y sí buen trabajador. En realidad todos están tranquilos.
– Si hay algún creído yo bajo humos, ¿o cómo dicen ustedes? Señala a ese tal Lucio.
***
Amanece. Una fina niebla cubre los cafetales. Como todos los días Lucio se prepara para iniciar sus labores. Mariano ha intentado en vano poner al tzeltal a repartir el trabajo y vigilar a los peones, casi todos ellos indígenas. En contra de su tacañería habitual, Mariano le ha ofrecido jornal diario muy por arriba del acostumbrado. Nada ha podido conmover a Lucio. Cierto día hasta lo amenazó con correrlo: “Trabajo hay en muchos lados. De hambre no me he de morir” fue lo único que comentó el indio.
No era cuestión de perder un buen trabajador. Lo que ni siquiera imagina Mariano es lo que piensa Lucio: "¿Yo capataz?, ¡vale madre! Llevo buen tiempo trabajando aquí. Ya tengo algo de dinero ahorrado. En uno o dos años más me voy a Veracruz. Con suerte me matrimonio otra vez y consigo un terrenito. Ojalá tenga la suerte de no enfermarme, porque si no, ya se chingó el asunto.” Pensando en esto sale de la choza que él mismo levantó, con autorización de Mariano, en una orilla del cafetal, donde el monte se levanta abruptamente. ¡Cómo desearía disponer de algo de terreno! dos cuartillos, cuando menos, para sembrar maíz, pero en eso Mariano ha sido inflexible: maíz ni frente a su choza; ¡nada de maíz dentro de la finca! Para qué buscar problemas; mejor se aguanta las ganas.
El cielo anuncia un día soleado. Escondido tras los altos montes, el sol apenas está tiñendo de un azul lechoso el firmamento. Bajo los árboles de chalúm y los jinicuiles, que dan sombra al café, Lucio apresura el paso para llegar como siempre de los primeros a la distribución del trabajo. Al salir del cafetal distingue en la explanada donde se entrega el café, junto a la báscula, al hijo del patrón. "¡Qué raro que esté despierto tan temprano!" José, el indígena que sí aceptó el puesto que tantas veces le ha ofrecido Mariano, está claramente desconcertado; con el sombrero entre las dos manos, estrujándolo, parece que no sabe qué hacer con él. Algo molesta inmediatamente a Lucio. Estima y respeta a José, le ayuda cuando alguien se le alebresta, interviene en los conflictos a la hora de pesar el café cosechado, calmando a José, favoreciendo en lo que puede al peón, pero sin que por ello comprometa al indígena que deberá rendir cuentas a Mariano. Ve a José como si fuera de su familia y sabe que la necesidad lo ha obligado a ocupar un puesto odioso. Ahora le molesta verlo como si lo hubieran humillado. A veces él también le ha gritado y se le ha puesto al tú por tú, dos o tres veces se lo ha tenido que chingar al momento de pesar el café de algún peón y ni siquiera se le ha ocurrido pedirle disculpas, pero verlo como hoy, le subleva algo muy adentro.
Pensando en todo eso oye su nombre mal pronunciado por el hijo del patrón. El tal Ralf quiere ver qué tanto cortan los peones en una jornada. Ha elegido a la Inés, al niño Ramiro, de tan sólo doce años y a él para "tomar tiempos y movimientos", le pareció a Lucio que eso decía, aunque no entendió qué significaban tales palabras. Ahora, con esa vestimenta ridícula y ese sombrero que parece de tela y de cartón, los sigue con un gran reloj en la mano. "Uno de esos que les dicen cronómetros", piensa Lucio.