jueves, 28 de julio de 2011

Hilario Zapata, el ejido Castaños y La Esperanza (1978 + – )

– Ya apacíguate, Hilario – el viejo campesino come tranquilo, mientras el rostro de Hilario, su hijo, manifiesta un tumulto de sentimientos – nada ganas encoraginado. Mejor ayúdanos aquí en el ejido y olvídate de la Esperanza.
– Vivir sin esperanza no es posible – una sonrisa triste, casi una mueca, aparece en el rostro previamente adusto de Hilario, al mismo tiempo que emite un sonido similar al inicio de una risa, tal vez sarcástica o simplemente burlona – De todos modos, padre, voy a ir a Saltillo para ver lo de las setecientas hectáreas ¡Ojalá el tal profesor no nos salga nada más un coyote que nos pida lana! Habla de un partido nuevo, que no conozco. Fíjate que después de oírlo hablar da esperanza – de nuevo aparece la media sonrisa triste – Otra vez hablando de esperanza ¡A ver si no nos pasa como en el nuevo centro de población!
– No le hagas confianza al tal profesorcillo. Ya vez que esos coyotes nada más emborucan y luego no hacen nada ¡Y no le vayas a dar ni un centavo!
Padre e hijo comen su plato de frijoles ayudados únicamente con las tortillas que la mamá de Hilario echa rítmicamente en el comal después de darles forma con las palmas. El fogón se encuentra bajo un tejabán de palma, adosado a una pared de la choza donde viven, casi en la orilla del pequeño poblado ejidal: no más de una docena de chozas de madera, carrizo y palma. Guadalupe, la joven esposa de Hilario, tan callada como la madre de éste, pasa primero el nixtamal por un molinillo mecánico y luego afina la masa en el tradicional metate, antes de dársela a su suegra para que eche las tortillas.
***
Unos días después Hilario y otro ejidatario, acompañados del “profesorcillo” le ganaron el pleito de las setecientas hectáreas a la Delegación de la Secretaría de la Reforma Agraria en Saltillo (el hecho puede leerse aquí). El profesorcillo se convirtió en el Profe, que no pidió un solo centavo al ejido, avivando la llama de la esperanza en Hilario y ganándose algo de la confianza del viejo campesino y de los demás fundadores del ejido Castaños.

Meses más tarde volvimos a escuchar una conversación entre Hilario, sus padres y su mujer. La plática nos llevó a seguir con más interés los sucesos acaecidos en el nuevo centro de población La Esperanza. Contaremos lo que oímos dentro de ocho días.

jueves, 21 de julio de 2011

Una o dos noches después de haber querido matar a Tomás Cruz

Serían mediados de febrero o hacia fines de ese mes, en 1916. Los tres hombres, Chema, Isidro y Jacinto, tomaban café y comían algo en silencio. La noche era muy fría. No había luna y el resplandor de la hoguera teñía de un rojo cambiante los rostros de los tres muchachos; al fin de cuentas ninguno de ellos tenía más de veinticuatro años. Evidentemente Jacinto era el más joven.
– ¡Ya ni chingas! – dijo de pronto Isidro, dirigiéndose a Jacinto – La próxima vez que vaya a hacer una pendejada avísanos con tiempo. Si no te hubiéramos seguido de seguro matas al periodista ese y los tres federales tu hubieran tronado luego.
Siguieron comiendo en silencio.
– Muchas gracias a los dos – dijo al fin el Chinto – Sobre todo porque si mato a Tomás y logro salir sin que los federales me cosieran a balazos yo creo que ya no hubiera vuelto a ser el mismo. Seguro y me convierto en un asesino más, un bandido que anda huyendo, viviendo del robo y matando para poder sobrevivir.
– Tal vez ese cabrón del tal Tomás, ese intelectualillo de mierda, como tú le dices, estaría mejor muerto que vivo, pero en todo caso avísanos lo que piensas hacer, para que te ayudemos – afirmó Chema.
Terminaron de comer en silencio. Isidro y Chema se arrebujaron es sus mantas y en unos pocos minutos Chinto escuchó claramente sus respiraciones acompasadas. Jacinto avivó la hoguera. El frío era intenso, pero no soplaba el viento, si acaso una brisa juguetona aportaban de vez en cuando más oxígeno a la leña que crepitaba quedamente. Las llamas al crecer iluminaban un poco más el rostro pensativo de Jacinto. Una inmensa tristeza se reflejaba en la cara del muchacho. Sería la añoranza del combate o de la tensión previa al mismo. Tal vez era el recuerdo de Felipe Gómez que siempre tenía algo interesante que decir cuando en noche como aquellas, parecía que hacia tanto tiempo, aunque solamente habían pasado unos dos o tres años, iban hacia el norte de Tamaulipas buscando a Lucio Blanco para aprender junto a él cómo quitarle la hacienda al viejo Alcántara. Bien podía ser la tristeza por los conocidos, como Tomás Cruz, que a veces se portaban como amigos y que de pronto traicionaban los fines que Chinto siempre había buscado en la revolución; aunque, pensándolo bien, muchos nunca habían tenido claro qué es lo que buscaban en la bola. Él, Jacinto Arriaga, sí sabía lo que había venido a buscar. Desde un principio Felipe se los había dejado muy claro a todos lo que lo acompañaron desde Jaumave. Buscarían a Lucio Blanco y se unirían a él en esa lucha para saber cómo repartir la tierra que a los hacendados les sobraba y que ellos necesitaban para tener, como gritaban los que andaban con Zapata allá en el sur, tierra y libertad. Tendría que llegar pronto a Jaumave, su tierra natal, en Tamaulipas. Esperaba que Isidro y Chema lo acompañaran, pero si no querían se iría solo. Con esa idea empezó a dormitar sentado frente a la fogata un poco moribunda a esa hora en la que ya faltaba poco para amanecer.

jueves, 14 de julio de 2011

Por ahí captamos el siguiente diálogo

- Entiendo algo de tus venados. Es cosa aparte. No lucha general de todos. No de muchos. Nadamás un ejido.
- Tienes razón , Lucio. En la mayoría de ejidos no se lucha. Los hombres se van al norte. Ahora hasta las mujeres. Por eso no sé qué hacer.
- Profe, tú cuentas mucho de obreros. En Monclova ¿Qué aquí no hay obreros?
- Claro que hay, pero sólo platico con algunos despedidos injustamente, que siguen peleando sus liquidaciones ¡Ah! y con los de una huelga que ya lleva más de tres añosy sólo esperan quedarse con los terrenos de la fábrica, pues la maquinaria ya es chatarra. Con algunos más que he platicado, más bien obreros de cuello blanco, lo único que les preocupa es que no los corran de la chamba. Sindicatos combativos, luchas obreras ¡no hay nada de eso aquí en Querétaro!
-Vámonos a Chiapas, Profe. A ver si allá es cierto que los zapatistas están construyendo, en la selva, en sus comunidades, en las mías, mejor dicho, quesque estructuras que no son capitalistas. No entiendo lo de "estructuras" y menos no capitalistas o sí capitalistas. Cuantimás tú ya me explicaste algo, pero toavía no entiendo bien. Tengo que ver ¡vámonos ya!
- Calma, Lucio, calma. Aunque tienes razón, hay que ir pensando en irnos a Chiapas.

jueves, 7 de julio de 2011

Tomás Cruz delira a sus 86 años (mediados de 1975)

Mis vasos sanguíneos soportan la presión de ese líquido que a veces hierve como los manantiales sulfurosos de Michoacán o más bien como esos chorros de agua y vapor de Tecozautla, o del propio Michoacán y siento en mi interior restallar los recuerdos de no sé bien hace qué tanto tiempo, cuando caminaba ya viejo entre multitud de jóvenes que gritaban "chingue su madre Díaz Ordaz" en un coro ensordecedor de ochenta mil gargantas por toda la avenida Reforma o no sé si más bien por el rumbo de la Ciudadela, donde bestias también jóvenes, portando largos palos de similar medida o hechura, nos perseguían, y oíamos balazos no sé dónde, y no sé cómo me protegió aquella vieja que después supe que vivía de hacer tamales y me escondió tras su abultado cuerpo de ángel sin alas y con mucha grasa, de ángel de la guardia de mi infancia católica, mientras por lo huecos sus brazos que mantenía en jarras veía cómo dos de aquellas bestias quebraban con sus largos palos a un viejo de mi edad del que no supe nada más, porque el querubín obeso me arrastró mientras yo gritaba como niño encaprichado "vamos a ayudarlo, vamos a ayudarlo" y me metió en un puesto callejero y se sentó sobre mí para que dejara de aullar y mucho después, ya anocheciendo, me desperté entre la mujer y dos de sus hijos, hombres hechos de más de treinta años, que lloraban de rabia e impotencia hablando de los golpeados, heridos, molidos a palos, que granaderos salidos de ambulancias o carros militares levantaban sin contemplaciones y arrojaban dentro de los vehículos como bolsas de basura, pero salí amaneciendo de la casa de mis ángeles, alados sólo en mi agradecimiento mudo, llorando de rabia e impotencia yo también, para huir a Durango tratando de encontrar al fantasma de Francisco Villa o la memoria de Felipe Gómez o Jacinto Arriaga para ver si podíamos hacer otra revolución, y me topé con la Liga 23 de septiembre y con los pardos, ni rojos, ni verdes, ni amarillos, que bateaban por ambos lados, la izquierda verbal y la derecha hitleriana en los hechos, pero también supe de oídas de un partido político naciente, al menos con ideología y acciones congruentes, y ahora quiero moverme más al norte, a Nuevo León, Coahuila o Tamaulipas para encontrar a esos muchachos que se han autodenominado "brigada Pancho Villa" en Monterrey y que Jacinto, que algún día en un pasado casi olvidado me iba a balacear, afirma que esos sí le dan confianza, y transito por este semidesierto coahuilense mientras mis sienes parecen explotar con ese líquido rojo y espeso que hierve dentro de mí como los manantiales sulfurosos michoacanos, indagando si los resultados de aquellas marchas y derrotas como las de un dos de octubre de maldita memoria tienen que ver con ese espíritu de lucha actual, no sólo espíritu sino combates cotidianos contra el estado capitalista o sus peores aristas, si realmente algo une la efervescencia actual con la matanza que pareció terminar con el movimiento del 68 o con la golpiza que los Halcones nos propinaron aquel 10 de junio de 1971, jueves de Corpus Cristi por cierto, derrotas que diseminaron por todo el territorio mexicano a tanto luchador apasionado, y busco sin saber bien qué, a tropezones, por caminos que nunca imaginé que unieran pasados tan confusos con presentes inciertos como estos de mediados de la década de los setentas.

sábado, 2 de julio de 2011

Sólo para dejar constancia

Hace dos años el dos de julio fue jueves. Ese día apareció la primera entrada de este blog. Durante estos dos años cada jueves ha aparecido una nueva entrada, excepto el jueves 3 de marzo de 2011. (Me gustaría más que también ese día hubiera habido entrada nueva)
El dos de julio de 2009 los narradores de estos escritos nos aventuramos en busca de caminos que nos unieran a nuestro pasado, en el que se asienta nuestra dignidad y nuestro futuro, y como Cristóbal Colón tal vez tropecemos, o estemos enredados con algo muy diferente a lo que pensamos al iniciar la marcha. Únicamente hemos encontrado vagas referencias a pasados diversos, y fantasmas, muchos fantasmas surgidos no sabemos bien de donde ¿Hallaremos algo más claro al final de las múltiples y borrosas veredas que intentamos recorrer? En contradicción a la pregunta más bien pensamos que las veredas no tienen final. Asumimos que esos caminos seguirán como la vida que nos rodea, aunque nosotros ya estemos muertos ¿por donde pasarán? solamente quienes nos sobrevivan podrán saberlo.