jueves, 24 de febrero de 2011

Una invasión de tierras “agrícolas”, III (En 1978 o 1979)

En el improvisado campamento el desconcierto es total. Tras unos segundos en silencio Jesús, el presidente del comité particular agrario, es el primero en moverse. Cuantas veces le hemos preguntado qué pensó en esos momentos empieza diciendo que no se le ocurría nada, que no pensaba en nada; cuando lo hemos presionado lo más que ha llegado a decir es que su cabeza, sus ideas, sus pensamientos le parecían las extensiones semidesérticas de su estado barridas por un viento muy fuerte que levantaba tanto polvo, hojas, basura que no podía ver nada alrededor ni orientarse en medio del ventarrón. Sin embargo no había sido equivocada la elección del presidente del comité particular agrario. Jesús convocó una reunión urgente y tras mucho analizar y discutir, lo único que se acordó fue permanecer en el terreno, a pesar de que la invasión ya era conocida por las autoridades estatales.
En la tarde regresó Ricardo Esquivel a los terrenos de Paso Cucharas y anunció que tenían tres días para decidir qué hacían. Esa madrugada, tras ser invitado por el procurador de justicia del estado a acompañarlo en el helicóptero del gobierno, fue recibido por el gobernador del estado. Ricardo informó que las autoridades del gobierno dejaron claro que los terrenos invadidos estaban considerados en los planes estatales de desarrollo de la ciudad capital como terrenos urbanos y por tanto no eran susceptibles de reparto agrario. Que el problema de los terrenos ejidales invadidos para formar colonias en las inmediaciones de la capital era notorio y muy conocido el propio Ricardo – lo cual era totalmente cierto – y que por tanto y conociendo las necesidades de los solicitantes de tierras, el gobierno se comprometía a formar con ellos un nuevo centro de población ejidal en el sur del estado, en tierras aproximadamente de la misma calidad que las invadidas. Quedaba implícita la desocupación de los terrenos y al final de la reunión, afirmó Ricardo, el gobierno dejó ver que si tras esos tres días los terrenos seguían ocupados, se desalojaría a quienes permanecieran en ellos.
Fueron dos días de discusiones airadas, desconcierto, suposiciones y sospechas, pero ninguna de esas dudas tocó a Ricardo. Se le tenía mucha confianza y no se pensó que estuviera traicionando la toma. Las preguntas se dirigía hacia quién o quiénes habían sido el o los informantes que pasaron el soplo al gobierno para que a las pocas horas de invadido el terreno las autoridades ya supieran del los hechos con pasmosa exactitud.
Algunos, pensando que la lucha estaba derrotada, y otros esperanzados en que se cumpliera la promesa del nuevo centro de población ejidal, lograron convencer a la mayoría de salir de los terrenos y seguir en lucha para que el gobierno cumpliera lo ofrecido. No era descabellado confiar en la administración estatal que hacía poco había emitido una de las resoluciones agrarias asombrosas y no acostumbradas, que acordaba el reconocimiento y titulación de casi cien mil hectáreas a los comuneros de Benavides Grande y Benavides Olivares en el noreste del estado.
Así terminó la invasión en una dolorosa derrota, no total porque con el tiempo el nuevo centro de población prometido se constituyó y fue dotado, pero fueron muy pocos los solicitantes originales que se mudaron al mismo. Además, si no se logró conquistar el terreno ansiado la organización partidaria y de lucha no terminó con el desalojo. Cierto que el grupo de Cucharas pasó por momentos críticos, pero también logró dar un salto cualitativo. Tal vez esa crisis la narremos algún día.

jueves, 17 de febrero de 2011

Andanzas de un diputado, IV

La asamblea está empezando. Son las once y media de la mañana. Como siempre, los representantes gubernamentales se presentan con boato. El procurador del estado me está haciendo ademanes para que pase al frente. Le digo, por señas, que no. Insiste. Mando a un compañero indígena para que le explique que mi presencia al frente podría encrespar a los de la CNC y para que le asegure que si mis compañeros pretenden conseguir algo más de lo platicado, entonces sí, hablaré, pero desde mi lugar. El procurador ya no insiste. Me distraigo buscando algún dirigente regional o estatal de la CNC. No hay ninguno; a la hora de los sustos abandonaron a sus compañeros. Han transcurrido unos veinte minutos. Como siempre hay tercos, de ambos bandos que insisten en puntos que llevaría nuevamente al rompimiento. Eso hace que la reunión se prevea larga, pero para mi es bastante claro que se va a respetar lo hablado: Reforma Agraria, procuraduría, los representantes de la secretaría de gobierno, están haciendo bien su trabajo. Me distraigo completamente pensando en otros problemas de la región: Atlapexco, el microcentro ecológico de población, en fin, no sé en qué. Estoy seguro que si a los representantes del gobierno se les sale la reunión de control, cosa que no parece que vaya a suceder, mi subconsciente me avisará para que ponga atención. Sé que los campesinos sacarán los acuerdos deseados y cederán , sí, pero no más allá de lo internamente acordado.
De pronto unos aplauso desabridos me llaman la atención. El delegado de la Reforma Agraria está diciendo que sólo faltan las firmas. Por fin terminó la reunión. Veo las caras de mis compañeros indígenas y me doy cuenta que los acuerdos salieron como los esperaban. Lorenzo está feliz.
– Ganamos, ganamos – me dice con entusiasmo.
Yo no sé si ganamos o apenas la libramos; nada es todo triunfo ni todo derrota, pero, sí, creo que sí, esta vez, para todos, nosotros y los de la CNC, en la balanza, pesó más el platillo del triunfo. Estoy cansado. Allá abajo, en Huejutla, me esperan más problemas.
– Vamos, diputado, regrese con nosotros en el helicóptero – me dice el representante de gobernación.
– Subí solo en una camioneta, tengo que bajar en ella – le respondo.
¿Estaré viendo bien o ya alucino?, me parece que el licenciado muestra algo así como decepción por que no acepté ir con ellos; no creo, será el hambre.
Estoy muy distraído, lo que todos llaman triunfo me ha dejado igual. Me gustaría que en nuestro México se acabaran este tipo de problemas. Ya sé, no es posible. Pierdo la noción del tiempo, únicamente sé que ya comí y platiqué de, no recuerdo. Me costó trabajo convencer a los compañeros para que me dejaran regresar. Decían que me quedara a descansar y bajara hasta mañana. Lorenzo me recordó la noche que me quedé saliendo del vado porque se me mojaron las bujías, y el miedo que, yo se lo había contado, tuve hasta que amaneció. No me dejé convencer y ya voy nuevamente por esta cornisa prendida a la montaña como el niño a la espalda de su madre. Voy muy rápido. Debo tener más cuidado.
***
El Profe llegó a Huejutla. Desde lejos supo que se respetaron los convenios. Al principio varios campesinos de la CNC no estaban muy de acuerdo en dejar las hectáreas acordadas para que los ejidatarios de su mismo ejido apacentaran su ganado, pero sus dirigentes regionales fueron obligado por el gobierno a ya no mover las aguas y se estableció la paz en el poblado. Sin abandonar cada quien su organización, los indígenas se dieron cuenta, muy pronto, pues en realidad lo sabían desde hacía mucho, que la paz era favorable a todos y que no peligraba sino por la intervención de líderes que quieren pescar en aguas turbulentas. Sebastián, el indígena exsoldado que organizó la defensa contra la emboscada, y todos aquellos que habían aprendido a usar armas y las habían sacado después de la matanza, cavaron en la tierra y ahí las escondieron, perfectamente engrasadas y protegidas con varias capas de plástico. Esperemos que nunca más tengan que desenterrarlas. Los muertos siguen doliendo, pero en ocasiones, como esta vez, florecen.

jueves, 10 de febrero de 2011

El mimeógrafo de los azules II (Monclova, a mediados de 1979)

Aquel local, a espaldas de la plaza principal de Monclova, mejoró de pronto. Seguía teniendo dos cuartos, uno vacío y el otro con la enorme y tosca mesa y un mimeógrafo. La mejoría fue de este último aparato.
La tarde en que Reynaldo me avisó que Miguel Sepúlveda, representante de los azules, me andaba buscando, nos fuimos a una cantina y entre cerveza y cerveza los mineros me dijeron más o menos lo siguiente: "Miguel no te busca por iniciativa propia, lo manda Napoleón a ver si puede comprarte. Tanto él como Juan Vargas, dirigente de los rojos, nos buscan y nos han querido comprar; nos ofrecen comisiones sindicales o ascensos fuera del escalafón, pero ningún verdes le ha hecho caso. Los blancos son muy prepotentes, creen que ya no necesitan a nadie o será por otra cosa, pero sus dirigentes nunca nos han hablado ni mandado recados. Lo curioso es que nos nos imaginamos qué te pueda ofrecer el Sepúlveda, pues no te va a ofrecer trabajo en la planta y menos puestos sindicales o ascensos. Eso es lo que nos intriga, para qué te quiere. Ya nos contarás".
No tardamos mucho en saberlo. Dos días después Reynaldo me presentó al tal Miguel Sepúlveda y se retiró tranquilamente. Miguel me invitó a tomar un café y en medio de pláticas intrascendentes el jefe de los azules fue mostrando su juego. Su propuesta la resumo así: ellos, los azules, tenían un mimeógrafo moderno que ya no usaban; no les interesaba sacar volantes; "no sirven para nada" dijo; me podía prestar el mimeógrafo para que yo sacara más volantes, a condición que siguiera "echándoles mierda" a los blancos. Claro que todo el tiempo habló de Napoleón Gómez Sada y de todo el apoyo que de él siempre se recibía; me podría conseguir una entrevista con Napoleón en el D.F., el día que yo quisiera.
El anzuelo estaba lanzado. Estaba expuesto en una forma muy tonta; la carnada era el mimeógrafo prestado para ir a ver a Napoleón al D.F. Pensé en robarme la carnada y despreciar el anzuelo, pero tenía que comentar con mis camaradas. Le dije a Miguel que le aceptaba el trato pero que tenía que viajar a Monterrey; regresando me comunicaría con él.
– Ya nos chingamos al pendejo – dijo Reyaldo cuando al día siguiente, en una reunión extraordinaria (que eran las más ordinarias) les conté la entrevista a los diez u once obreros que asistieron al local– Acéptale el mimeógrafo y a ver si lo vuelve a ver.
Dos o tres muchachos de la 288 pusieron débiles reparos: aunque el mimeógrafo no nos lo ofrecía Napoleón recibirlo nos comprometía.
El resto, tanto de la 288 como de la 147, argumentaron más o menos lo siguiente: mentira que recibir el mimeógrafo nos comprometiera con algo; se lo están ofreciendo a un soberano desconocido: el Profe, que oficialmente no tiene nada que ver con obreros sindicalistas de Altos Hornos. Allá su partido (esta parte no me gustó) que será el que no va a cumplir ningún trato –¿o piensas supeditarte, pinche Profe? – dijo alguien. Lo peor es que los azules quieran madrear al Profe –dijeron también y esta parte tampoco me gustó – y recuperar su mimeógrafo, pero en ese caso ya veremos cómo lo defendemos.
Entre risas y bromas quedó claro que nos íbamos a hacer de un excelente mimeógrafo, moderno, automático, que reemplazaría con creces al viejo mimeógrafo de alcohol y seguiríamos con nuestra línea de volantes combativos prero respetosos, sin desviarnos ni un milímetro. Añadieron que Miguel estaba güey, que nosotros "no echábamos mierda" en los volantes.
Loa azules me prestaron el mimeógrafo y lo usamos mucho. Poco antes de que yo dejara Monclova Miguel me anduvo buscando para recuperar el aparato. En previsión de que los azules intentaran recobrarlo por la fuerza, se convirtió en un "mimeógrafo itinerante". Cuando me despedí de Monclova no supe en casa de quién quedó el dichoso aparato y no he vuelo a saber de él.

jueves, 3 de febrero de 2011

El mimeógrafo de los azules I (Monclova, a mediados de 1979)

Apenas cruzó la puerta del local del partido, o de los ex verdes, o de ya no sabíamos bien quién, acostumbrados como estábamos a ni siquiera usar saludo formal, Reynaldo casi gritó alborozado:
– Profe, Profe, Profe, te anda buscando Miguel Sepúlveda , representante de los azules – su voz aparentaba emoción, pero en su ojos brillaba la curiosidad, algo de malicia y mucho de travesura.
Estábamos en el local, en torno a aquella enorme mesa que hasta de cama me había servido, unos diez o doce obreros y yo. Reynaldo llegaba retrasado ese día; los jóvenes de la 288 ya habían empezado a platicar sobre su próximo volante y los tres o cuatro obreros de la 147 escuchaban atentos, con gran interés, listos para opinar. Los muchachos de la 288, con mayor preparación académica, respetaban muchísimo la opinión de los obreros de la Planta Uno, dada la enorme experiencia de lucha sindical de los obreros de más edad.
Las palabras de Reynaldo , que jovialmente interrumpieron la reunión, no molestaron, pero sí causaron enorme expectativa. Todos, menos yo, sabían quién era Miguel Sepúlveda y hasta yo sabía quiénes eran los azules.
– ¿Quién es ese? – le pregunté a Reynaldo – No lo conozco ¿Qué quiere?
– Seguro Napoleón quiere comprarnos. Sólo así entiendo que te mande a los azules.
– Pinche Napoleón. Ya le preocupó lo que estamos haciendo – dijo algún joven de la 288.
– Tranquilos, cabrones – terció Luciano, aquel obrero de la 147, gruísta de primera, que en sus tiempo libres mantenía la arena de lucha libre en el patio de atrás de su casa – Si a mí me hablaran los azules, o los rojos, yo si iría a ver qué chingados quieren.
– Ve a verlo; dice que te tiene una propuesta – Reynaldo se sentó junto a Luciano y le dijo algo en voz baja. Ambos rieron suavemente.
– Sigamos con lo de nuestro volante – cortó alguien.
Le hicimos caso al obrero de la Planta Dos. Se acordó el contenido del volante; tendría que estar mimeografiado para el día siguiente. Mil ejemplares. Pasarían por ellos los del primer turno después de su salida.
Fue entonces cuando Reynaldo volvió a la carga, pero ahora ya serio, casi preocupado.
– ¿Qué le digo a Miguel?
El intercambio de opiniones fue corto. Los cuatro obreros de la 147 me empujaron a que fuera a ver al tal Sepúlveda y averiguara lo qué pretendía. Los muchachos de la Planta Dos se veían desconfiados. Alguno de ellos sugirió que dos o tres me acompañaran.
– Estás güey. Si va uno de nosotros Miguel ya no hablaría a su gusto. O qué ¿no le tienes confianza al Profe?
Todavía insistieron los de la 288; que habría que protegerme, dijeron.
– ¿Protegerlo de qué? ¿De que lo vayan a madrear? ¡Para madrearlo no lo llaman! En cualquier esquina le rajan su madre – dijo Luciano, el luchador.
– Miren cabrones – añadió Reynaldo, y dirigiéndose a mi – Si Napoleón te compra nosotros mismos te madreamos y te mandamos a Monterrey ¡No vuelves a poner un pie en Monclova! Ve solo. Esa cabrón de Miguel no te va a hacer nada.
Se desataron las bromas pero quedó claro que iría solo a ver a los azules. Ya les informaría que quería Miguel Sepúlveda.
Cerramos el local y nos fuimos a una cantina; no todos; sí los de la 147 y sólo uno de los jóvenes de la Planta Dos. Hacía mucho calor.