jueves, 30 de junio de 2011

Ejido Cañada Honda

El ejido Cañada Honda fue dotado a 49 campesinos que habitaban, según documentos oficiales, en el poblado del mismo nombre. Muchos de ellos realmente vivían diseminados en los pocos terrenos de labor que trabajaban a medias para los dueños de la hacienda El Plan, o en torno del casco de la misma hacienda, localizado a unos seis kilómetros del grupo de casas conocido como Cañada Honda.
En la resolución presidencial, firmada por el general Lázaro Cárdenas, es donde se dice que los 49 campesinos eran vecinos del poblado de Cañada Honda, ubicado a 15.2 kilómetros del poblado de Cadereyta, del municipio del mismo nombre. Nuestras pláticas e investigaciones con los ejidatarios más viejos, hijos o nietos de los campesinos originalmente dotados, nos han convencido de que no todos eran campesinos libre, sino más bien medieros que recibían semilla y a veces algunos apoyos más, como préstamo de yunta, de la hacienda El Plan, a la cual le entregaban a cambio la mitad de la cosecha. Costó trabajo, según nos contaron sus hijos o nietos, convencer a los medieros para que se unieran al grupo de solicitantes, pero algunos de ellos fueron después los más decididos defensores del ejido.
En la resolución presidencial de dotación se asienta que las 679 hectáreas otorgadas a los 49 derechohabientes de Cañada Honda "serán tomadas de predios cerriles en su mayoría ociosos, en donde en forma pública y pacífica muchos de los 49 beneficiados han apacentado ocasionalmente algunas cabezas de ganado menor, y de algunos terrenos aptos para la siembra de temporal que los propietarios de la haciende El Plan aseguran ser suyos sin haber podido demostrarlo".
El diario oficial de la federación donde se publica la resolución presidencial dotatoria es del 4 de septiembre de 1938. Otros documentos que obran en la carpeta básica del ejido, certifican que la dotación fue debidamente ejecutada siete meses después, en abril de 1939, mes en el que se hicieron los trabajos topográficos de deslinde, se colocaron las mojoneras que marcan los límites con las propiedades vecinas y se trazó la brecha correspondiente, poniendo su firma de conformidad las autoridades de los colindantes: el ejido de Guadalupe y los pueblos indígenas del Terrero y Monte Liso. Firmaron en ausencia del propietario Pedro González los representantes del municipio de Cadereyta de Montes, haciendo constar que al tal propietario se le notificó y él se dio por enterado sobre la fecha en que se harían los trabajos de deslinde.
Quedó así constituido en firme el ejido Cañada Honda con una extensión de 679 hectáreas en beneficio de 49 derechohabientes. En 1963 hubo una primera ampliación para 25 campesinos más; la resolución fue ejecutada debidamente para conformar el actual ejido de 74 campesinos y 955 hectáreas.
***
– ¿Te quedó claro todo lo que querías saber del ejido? – le pregunto a Lucio.
– Ya no jodas, Profe. Todo lo que escribiste se refiere sólo a la cuestión legal. Verdad que ya he visitado los terrenos y con esto me tienes casi dos meses por acá. Te dije también algunas de las irregularidades que veo en el ejido. De los venados yo todavía no veo nada.
– Va ¡Qué impaciente! Calma y nos amanecemos. Y no te quejes, porque ya llevas 15 días viviendo en el ejido.

jueves, 23 de junio de 2011

Lucio, el tzeltal, en Querétaro. (Actualmente) I

– ¿Para qué me trajiste a esta ciudad? Mi México, el México donde yo viví hace unos quince años no es este, es muy diferente. No me gustan las ciudades. Yo no viviría aquí. Puras casas. Muchos carros. No podría trabajar en nada más que lavando carros y eso no se me antoja.
– ¿Cuánto tiempo puedes pasar sin trabajar aquí en México?
– Mira Profe, ese no es el problema. Tal vez un año o más. Ora que si uno vive de arrimado, como ahorita contigo, pus mucho tiempo más.
– No chingues Lucio, no estás de arrimado. Sí de invitado. Como sea te veo con ganas de irte.
– La verdá sí. Prefiero ver cómo andan las cosas en Chiapas ¿Qué sabes tú del EZLN? Ya no se oye nada.
–Apenas llevamos dos días aquí y entiendo que no sabes qué hacer y te aburres. Mañana voy a un ejido. Ya les aprobaron un proyecto para que metan venado en sus terrenos ¿No te interesa ver cómo andan los ejidos por acá? En este ejido no hay selvas como en tu tierra. Es casi desértico, pero el ejido debe ser lo mismo aquí que allá, al menos legalmente. Podrás comparar cuando te vayas.
– ¡Desértico! Eso no me asusta. Desiertos en Texas y todo plano. A lo plano sí que no me acostumbré ¿Cómo andan las montañas por ese ejido?
– Pues no es plano. Ya lo verás mañana. Tampoco es muy montañoso pero no está mal. De hecho las cien hectáreas para los venados están en un cerro. Es bonito, aunque ahora esté muy seco.
– Me vale si los terrenos son bonitos o feos. Me interesa más ver cómo los usan y si yo podría vivir trabajando esas tierras. Porque de un cafetal sí viviría ¿De qué viven por acá?
– Ya lo verás mañana.
– De todos modos te repito que lo que más quiero es ver cómo andan las cosas en Chiapas. Sobre todo en los terrenos que hace unos quince años les quitaron los zapatistas a los latifundistas que todavía quedaban. En los yunaites* leí en el periódico lo que un día dijo el tal Marcos, que habían expropiado varios latifundios. Seguro el gobierno no se los ha legalizado. Quiero ir a ver si todo eso es cierto; si realmente las tierras que quitaron las tienen todos o solamente las aprovechan algunos vivillos y los demás andan como peones, como yo en los yunaites, pero ganando menos, me imagino. No creo que la gente se dejara de eso pero tengo que ir a ver cómo está la cosa.
– Ya me contarás, pinche Lucio. A mi también me interesa saber eso, pero si yo voy, como ladino que soy no me van a explicar nada. De todos modos ¿me acompañas mañana al ejido? Está en un municipio cercano que se llama Caderyta.
– Sí, claro. Quedarme un día más sí lo aguanto.
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*La palabra se refiere a los Estados Unidos por su nombre en inglés, United States of America, pronunciado a la mexicana. El término es muy usado por los que se van al país del norte. (Nota del editor)

jueves, 16 de junio de 2011

Tomás Cruz reflexiona a sus 86 años (mediados de 1975)

Toda una vida cabalgando sin caballo y de pronto recibo la visita de Gabriel que trae dos libros en la mano izquierda, uno de los cuales nos relata la vida del patriarca que comenzó su camino en una revuelta militar y que ya perdió la cuenta del tiempo que lleva gobernado y el novelista nunca nos dijo que alguna vez anduviera a caballo y el otro libro nos narra la vida de los Buendía, algunos de los cuales hicieron no recordamos cuantas guerras revolucionarias sin tampoco galopar por las selvas ni las serranías del país al que pertenecía Macondo, distanciándose en eso, patriarca y generales, de las guerras de la primera mitad del siglo XX que en mi patria se hicieron a caballo y cuando las distancias eran muchas las bestias viajaban en los vagones del ferrocarril cuyas vías trazó el régimen de Porfirio Díaz mientras sus jinetes se trasladaban en los techos de los mismos vagones para bajar y, a caballo, llegar como las olas del mar remoto nunca visto por quienes conducían a sus cabalgaduras para destrozar a los ejércitos de los oficialistas de Huerta, convirtiendo así al caballo en el símbolo de la lucha que a pie hemos dado tantos en la segunda mitad de este siglo que sin darnos cuenta ya va galopando más allá de sus tres cuartos para pronto alcanzar los cien años no de soledades, sí de solidaridades que pasan sin tocar laberintos abandonados y caminan por calles y carreteras del México asaltado y pisoteado por una modernidad ciega, sorda, deforme, monstruosa, abrumadoramente desigual, copiada desde algunos desvanes o sótanos brumosos y lejanos, modernidad etérea que amenaza con hacernos olvidar el caballo desde que los dirigentes revolucionarios que secuestraron tal título descendieron de la silla de montar para abordar orondos los cadillacs y los mercedes de vidrios ahumados y blindados desde cuyo interior nos contemplan creyéndose seguros, pero nosotros seguimos a pie tras los caballos de Zapata y Villa que aceptaron a su lado, gustosos, al Che y su motocicleta y estuvieron siempre presentes en las marchas estudiantiles de hace siete años que, aunque fueron aplastadas por el ejército y en apariencia derrotadas, mandaron a cientos de organizadores a todos los rincones de la patria para que ahora, recorridos los tres cuartos del siglo, surjan por doquier multiplicidad de movimientos que ya han cambiado el rostro de este país que parece dispuesto a enfrentar resueltamente al imperialismo neocolonialista que viene del norte, y en estas vuelta y revueltas llevo ya una vida cabalgando sin caballo, tras Felipe Gómez, Jacinto Arriaga y tantos y tantos que han muerto peleando con el fusil real o metafórico para lograr los cambios que nos trajo el vendaval de una revolución incompleta y a ratos moribunda pero que en estos días parece estar despierta de nuevo para mover aquí y allá a los que estamos inconformes.

jueves, 9 de junio de 2011

Josefina Atilano y sus amigos, I

Antecentes de Josefina Atilano, aquí.
La calurosa noche de Guadalajara hace sudar a Josefina Atilano que no puede conciliar el sueño recordando la sarta de pendejadas que le escuchó a su amiga Lucía Cepeda, con la cual la une una extraña amistad, a ratos incomprensible para ella misma que basa su interpretación de la realidad en las teorías marxistas, en tanto las opiniones de Lucía son una mezcla de los supuestos juicios objetivos de los intelectuales, críticos y pensadores ilustrados de la televisión nacional y de las teorías sociales católicas hipotéticamente de izquierda. Su diálogo de sobremesa después de una cena informal salpicada de bromas y comentarios chuscos de todo tipo, tocó temas muy diversos: literatura, cine, habladurías y cotilleos sobre los famosos del deporte y de los espectáculos y estuvo a punto de convertirse en acalorada discusión, cosa que les sucede a menudo, cuando empezaron los comentarios de índole política. Las dos mujeres saben que el tema socio político y los referentes a economía es mejor que los eviten para no arriesgarse a un pleito o a disgustos soterrados que empañen su vieja amistad, pero como siempre, sus largas conversaciones en sus esporádicos encuentros llegan inopinadamente al tema y brotan los desacuerdos. En la sobremesa de hace apenas unas horas Lucía soltó, a raíz de un tema que Josefina ya no recuerda, la siguiente afirmación: “Ningún gobierno cambia, y menos cae, a causa de un movimiento popular auténtico. A las marchas y manifestaciones masivas ya nadie les hace caso. En Estados Unidos, los que protestan frente al Capitolio, la Casa Blanca o los diversos tribunales, se pasean con sus pancartas sin que ni siquiera las lea el público cercano”. Josefina reviró al bote pronto: “¡Qué bárbara! Ya chocheas o tienes un ataque de alzheimer. La historias está llena de lo contrario que afirmas. Podrás discutir si los logros fueron positivos o negativos, si el momento fue el adecuado, si se actuó con mesura o los hechos revistieron violencia innecesaria o hasta brutalidad, pero nadie niega, por ejemplo, que a Porfirio Díaz lo derribó del poder dictatorial que acumuló en México la movilización popular que apenas surgía en todo el territorio nacional y tres o cuatro años después, esa movilización ya crecida volvió a arrebatarle el poder a Victoriano Huerta, a pesar de que éste contaba con toda la fuerza del ejército porfirista que se mantenía intacto y bajo su mando y tenía el apoyo absoluto de los gringos. Y más acá, en una sola noche y con un cacerolazo frente a la Casa Rosada los argentinos corrieron a Fernando de la Rúa y su famoso corralito y …”. Josefina pensaba continuar con las movilizaciones recientes del norte de África y España, pero hábilmente Lucía cedió y logró encaminar la conversación a temas intrascendentes. Ahora Josefina, dando vueltas en su cama de esposa divorciada, no puede conciliar el sueño y está triste. Su patria necesita una movilización que detenga el desvergonzado saqueo que padece el país y por ningún lado se ve por dónde puede brotar la chispa que incendie la pradera. “Nos hace falta – piensa Josefina – un loco que cite a la rebelión en día y hora determinados como lo hizo alguien en 1910”. La noche es cerrada y Josefina no puede dormir.

jueves, 2 de junio de 2011

Lucio, el tzeltal, en Estados Unidos

Han pasado más de cuatro años desde que Lucio le rompió la nariz al alemán. En aquél entonces atravesó México y pasó ilegalmente a los Estados Unidos. A Ralf seguramente ya no se le nota el golpe. El tzeltal no sabe bien cómo le llegan estos periódico a las manos; el que tiene hoy es de hace una semana. Siempre se ha preguntado cómo en los Estados Unidos aparecen tantos diarios de México. El que más le gusta es un tabloide, pero no La Prensa ni los que tratan deportes. En éste que lee se habla de “los Caracoles”. ¡Cómo le gustaría vivir en uno de ellos!
El sol, a lo lejos, parece a punto de tocar con su orilla inferior los algodonales, que se pierden en lontananza. El astro tiñe levemente de rojo el periódico en manos de Lucio. El indígena se encuentra sentado en el borde de una camioneta picop. Terminó la jornada y regresa de aventón en el vehículo de un técnico, que paró a tomar unas muestras del algodón sembrado en Texas.
Como a kilómetro y medio está el galpón donde duerme, junto con otros ilegales. En estos años ha cambiado seis veces de trabajo: ante los primeros asomos de prepotencia ha preferido marcharse a romper otra nariz o hacer algo peor. En dos ocasiones lo andaba atrapando la migra, pero su astucia y decisión lo hicieron huir a tiempo. Ya sabe inglés, hablarlo y leerlo. En un libro que le prestó otro mojado supo sobre los comandantes Bruslí y Míster, del ejército zapatista. No compartió la opinión de amigos en el sentido que esos seudónimos eran, al menos, ridículos. Extraña sus montañas, que las prefiere mil veces a estas llanuras con una línea horizontal allá lejos.
– Let’s go home – dice de pronto el técnico, subiendo a la cabina de la camioneta último modelo.
“A casa” piensa Lucio y se le humedecen los ojos. “Ya tengo suficientes dólares ahorrados. Tal vez los zapatistas me acepten en sus filas, aunque sepan que debo una vida. Seguro no querrán que me ponga como seudónimo Schwarzenegger, pero tal vez sí Arnoldo ¿Por qué no?”
Siente que la camioneta se pone en movimiento y tiene que detenerse para no caer hacia atrás. Al reiniciar la marcha reflexiona: “tal vez sea tiempo de abandonar mi séptimo trabajo en los Estados Unidos”.
***
Pero Lucio no regresó entonces a México. Se quedó otros ocho o diez años más. Fue hasta ahora, cuando ya nadie habla en los periódicos del EZLN ni del tal “encapuchado”, el “sup” Marcos, cuando se le ha ocurrido regresar a México. Los tzeltales u otros mayas del sureste que eventualmente encuentra en Estados Unidos le aseguran que las bases de apoyo zapatistas todavía existen, que ellos las han oído mentar allá en su tierra, pero él no ha podido hablar con ninguno que las haya conocido directamente y menos que haya vivido en algún municipio autónomo. Ahora es cuando se pregunta qué pasa en su patria.
Hemos podido convencer a Lucio que se quede un tiempo con nosotros por acá, en el centro del país, que ya habrá tiempo para que vaya al sureste. Necesitamos los ojos de alguien que haya estado lejos de México algunos años para que nos ayude a entenderlo mejor. Le insistimos que escriba lo que ve, pero dice que no, que sabe leer y lee mucho, que aprendió el inglés, que era la cuarta lengua que aprendía y ya no le costó tanto trabajo, que por su buena pronunciación encontraba trabajo fácilmente con los gringos en lugares con pocos ilegales y que por eso nunca lo encontró la migra, pero que de escribir nunca escribe, que no pasa de los pocos correos electrónicos que a veces le ha escrito al Profe, pero que sí, que nos contará como ve a ese México del que se alejó muchos años, que a ver si nos sirve de algo.